David Rodríguez Cerdán
Habrá quien eche de menos al Zbigniew Preisner que, bajo el sayo del imaginario holandés Van Den Budenmayer, escribiera obras maestras de la diégesis cinematográfica como el “Concierto En Mi Menor” o la “Música Fúnebre”; al Preisner que repletaba sus pentagramas con la sensibilidad rústica y ascética del círculo de Pärt y Gorécki y que sentía predilección por la flauta dulce y el arte de Elzbieta Towarnicka; al Preisner que convenciera a la Sinfónica de Varsovia para tocar en el histórico concierto subterráneo de la mina de sal de Wieliczka. Al Preisner que pasaba a la historia con el fallecimiento de Krzystof Kieslowski en 1996 y el doble epitafio del “Requiem” (1998).
A riesgo de caer en una de esas ficciones mitopoéticas tan propias de la literatura diría que, ya sin el mecenazgo del director amigo, Preisner ha deambulado sin rumbo durante la última década por estos pagos musicales, llenando sin convicción páginas enteras y ensombreciendo la obra que les consagró a ambos. Y es que ni las jarrettianas “Diez Piezas Fáciles Para Piano” (2000) ni este “Silence, Night & Dreams” pueden testimoniar el arte de ese Preisner añorado.
Lamentablemente, todo parece indicar que este errado ciclo de canciones ha sido cocido en una sala de juntas y no al calor del lápiz y el piano. Puede que la estratagema consista en ofrecer al mundo un nuevo Karl Jenkins, o puede que no. Pero en cualquier caso, poco alimento hay en este disco para un oído en forma: es ésta una obra para voces, cuerda e instrumentos a solo (los caballos de batalla son Teresa Salgueiro, de Madredeus y el niño soprano Tom Cully, de Libera) hecha de morosos acordes, notas en pedal y tiempos largos, falsamente solemnes, en los que se van enramando endebles episodios melódicos. Una tardía new age (el filtrado electrónico, la pastosa orquestación) campa a sus anchas por estas canciones narcolépticas, en vano calzadas con la prosodia de Piesiewicz y Herbert o la gravedad de la palabra bíblica.
14-diciembre-2007
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