Miguel Ángel Ordóñez
La década de los 50 supone la consagración del cine bíblico. Los espectadores se ven atrapados en mundos exóticos donde los perseguidos cristianos defienden la fe con su propia vida. Parábolas bíblicas son puestas en pie por unos Estudios que apuestan por un ampuloso diseño de producción y que se apoyan en unos espectaculares efectos especiales y visuales. Cecil B. De Mille abre camino con “Samson y Dalilah” (años más tarde levantaría su espectacular “Los Diez mandamientos”). Surgen películas como “La Túnica Sagrada” y su secuela “Demetrius y los Gladiadores”, “Quo Vadis” o la afamada “Ben-Hur”.
“El Cáliz de Plata” se alimenta de ese tirón, si bien tiene el dudoso gusto (en palabras de propio Paul Newman, que aquí interpreta su primer papel protagonista) de tratarse del peor filme de la década de los 50. Su trama se desarrolla en la ciudad de Antioquia, sede de los grandes orfebres de la plata. Un niño es vendido por su padre a un hombre rico para que pueda desarrollar sus grandes dotes como escultor. Será vendido de nuevo, como esclavo, hasta que una mujer le encargue esculpir las efigies de los Apóstoles en el cáliz sagrado.
En 1954, Franz Waxman había compuesto cuatro scores que demostraban su posición de privilegio en la industria: “La senda de los elefantes”, “Príncipe Valiente”, “La ventana indiscreta” y “Demetrius y los gladiadores”. Si bien “El Cáliz de Plata” no es un trabajo que posea una especial significación desde el punto de vista cinematográfico, su score sí que puede considerarse como una de las grandes cimas de su autor. Y eso que este “The Silver Chalice” no es una partitura fácil de digerir para todos los públicos, ya que lleva a sus últimos extremos aquellas tesis musicales en las que creía profundamente Waxman: “Creo en los temas que sean fácilmente reconocibles para el público, pero el principal motivo que convierte a un score en bueno para una película es el color de las orquestaciones, la melodía es algo secundario”.
Con “El Cáliz de Plata”, Waxman realiza un auténtico tratado musical en lo relativo al subrayado de los diálogos. Su principal virtud consiste en hablarnos de un lenguaje remoto, antiguo (para ello acude a fuentes litúrgicas asociadas a Bach) desde una perspectiva sumamente moderna. A diferencia de muchas de las películas bíblicas del período, “El Cáliz de Plata” basa su eficacia en el discurso, prescindiendo de enganchar al espectador a través de suntuosos paisajes. De ahí que el acercamiento de Waxman, pleno de recogimiento y ascetismo, sea diametralmente opuesto al de los filmes precedentes (incluida su incursión en el género con “Demetrius y los Gladiadores”). La obra marca territorios no explorados con antelación, sirviendo de enlace a dos trabajos posteriores en los que desarrollará parte de las ideas aquí expuestas: la introspección con “Historia de una Monja”, el exotismo en la aplicación de los intervalos de quintas con “La Historia de Ruth”, este último, un estudio sobre la música hebraica que difiere en fondo y forma respecto de la obra de referencia en dicho subgénero musical durante la década, “The Prodigal”, compuesta por Bronislau Kaper (otro gran maestro en el subrayado de los diálogos) seis años antes. Mientras Kaper incide en el empleo de sobrios coros sobre los que pretende fundir religiosidad y epicismo (más bien “confundir”), Waxman en “Ruth” camina hacia la aplicación de oscuros colores orquestales combinados con disonancias y violentas contraposiciones del metal y la madera.
En el fondo, lo que hace Waxman en “El Cáliz de Plata” y en “Historia de Ruth” es recapitular los postulados clásicos que en el género habían desarrollado Young, Rozsa y Newman, para abrazar un estilo musical puramente contemporáneo que, ya en pleno auge durante los 50, se considera más acorde para retratar los aspectos psicológicos que propugna este nuevo estilo de hacer cine. Es por eso que el Waxman bíblico está mucho más cerca del North de “Espartaco” y “Cleopatra” que del Newman de “La Túnica Sagrada” o el Rozsa de “Quo Vadis”. La ampulosidad de una era retratada a golpe de talonario había dejado paso a la encrucijada moral de unos personajes que se aferran a su fe para eludir las dificultades.
El exquisito trabajo de Waxman se asienta sobre la insólita creación de cerca de veinte temas o subtemas. El poderoso tema del cáliz, basado en el “Dresden Amen” (utilizado por Wagner para identificar a la copa sagrada en su “Parsifal”); el maravilloso y romántico tema de Deborra, uno de los más exquisitos de su carrera; el hipnótico y pagano tema de Helena, explícito en la descripción de los componentes sexuales de la mujer, que a la postre obtiene una sublime rendición en “Basil Loves Helena” como sutil demostración de la influencia de ésta sobre el Basil interpretado por Newman; el macabro y humorístico tema del villano Simon, tendente a retratar su condición de manipulador; el oscuro y militarista entregado a los Sicarii; el austero asociado al cristiano Luke, asentado sobre compases de 3/4 y 4/4 o la portentosa fuga que Waxman aplica a los momentos de peligro son sólo algunos de los ejemplos del riquísimo muestrario temático del score.
Por otro lado, el uso del color, la orquestación aplicada, es sorprendente y abundante (incluidos una viola d´amore y un novachord), destacando precisamente por el inusual elenco de instrumentos que se utilizan en caminos no esperados (el empleo del saxo en “Ballet” supone un precedente al exotismo que North aplicaría con la entrada en Roma de Cleopatra). Componentes, todos ellos, que enmarcan una obra de referencia en la carrera del compositor, hasta el punto de servir numerosos de sus pasajes para la confección de su posterior Oratorio, “Joshua” (donde acude también a texturas empleadas en “El Héroe Solitario”).
Existente en una edición pirata a cargo de la extinta Tsunami y bajo una regrabación realizada por Elmer Bernstein para su Film Music Collection, sólo queda agradecer el esfuerzo que lleva a cabo Film Score Monthly en la recuperación del score completo de una de las obras más decisivas de su tiempo. Un score presentado en un impecable sonido (la obra data de 1954) que nadie en su sano juicio debería dejar pasar.
23-noviembre-2007
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