José-Vidal Rodriguez
Año tras año, uno se pregunta cuáles son los desconcertantes criterios de nuestra Academia de Cine en la elección de la cinta a competir en la dura carrera hacia los Oscar. Parece lógico el aprovechamiento del tirón transoceánico almodovariano y amenabariano, pero lo que si resulta ciertamente discutible es el hecho de que, por ejemplo, en este 2007 -un año pésimo en cuanto a producciones nacionales se refiere-, España vaya a competir con un filme como ”El Orfanato”. Siempre desde el máximo respeto, tanto a su director Juan Antonio Bayona como al resto del equipo, el largometraje parece demostrar el decadente estado de forma de una industria cinematográfica ibérica sin personalidad, que se mueve a caballo entre la constante visitación a la ”memoria histórica” reciente y el enaltecimiento de la comedieta casposa; temas a los que últimamente parece haberse añadido el acercamiento a las clásicas historias de terror psicológico, con desiguales resultados.
Enmarcado en esta última tendencia, ”El Orfanato” es un filme repleto de luces y sombras. Por momentos entretenido, técnicamente bien elaborado y que incluso podría funcionar con cierta eficacia en los USA. Pero artísticamente hablando, la película rezuma tal tufillo a convencionalismo, abuso de clichés y planicie argumental que plantea la duda, al menos al que esto escribe, sobre su idoneidad como embajadora de nuestro cine allá en los míticos galardones del tio Oscar. El hecho de que Guillermo del Toro apadrine la producción de la obra, podría explicar algunas leves similitudes temáticas con su bastante más atrayente “El Laberinto del Fauno”: el contraste entre realidad e irrealidad, la invocación de lo infantil como elemento propulsor del miedo a lo desconocido, o la vuelta al presente de viejos fantasmas del pasado, son caracteres que de una u otra forma salpican la obra de Bayona. Si a esto añadimos alguna que otra referencia velada a cintas exitosas del pasado reciente (no me negarán que las dotes didáctico-paranormales del grotesco personaje de Geraldine Chaplin, recuerdan demasiado a aquella entrañable medium salvadora de “Poltergeist”), hallaremos razones suficientes para discutir, cuanto menos, la presunta singularidad de la historia.
Esta serie de circunstancias influyen de alguna forma en la previsible, pero intachable aproximación musical de Fernando Velázquez, un joven músico cultivado en el mundo de los cortos, y que con este encargo logra involucrarse en la composición musical de un auténtico megahit patrio, que ya le está abriendo puertas laborales hasta ahora cerradas. El tono general de su partitura se mueve dentro de los parámetros de la funcionalidad, creando el justo ambiente musical imbuido de presagio, oscurantismo, sobresaltos varios y aquella predecible redención final con la que trata de sorprendernos la cinta. El autor vizcaíno no busca aquí innovar, ni popularizarse con un score de intenciones rupturistas o pretenciosas. Muy por el contrario, Fernando se muestra fiel al devenir y derroteros de la trama, tirando de manual en orden a ofertar esa sucesión de recursos propios de toda obra de tintes dramático-paranormales: notas sostenidas en las cuerdas, staccatos efectistas, arropo coral místico, texturas disonantes con clara alusión a la tensión asfixiante... etc.
Dicho lo cuál, este sometimiento del score a los cánones clásicos del género, no supone necesariamente un handicap que convierta el trabajo en rutinario u olvidable. Sobre todo por dos habilidades mostradas aquí por el compositor: Velázquez logra con su música potenciar el impacto de ciertas escenas que, visualmente, no transmiten ni mucho menos la fuerza necesaria; y en segundo término, demuestra además en determinados fragmentos, un grado de elegancia y sensibilidad del suficiente calibre como para acrecentar el interés global de sus propuestas. Su tema central es francamente hermoso, aunando en sus acordes la inocencia innata del crío protagonista y el profundo amor de una madre que se aferrará incluso a lo irracional en pos de recuperar a su hijo. Esta alusión a la infancia, obviamente hilo conductor de la acción, ya es explorada al musicar tanto el “Prólogo”, como ese curioso montaje de los títulos de crédito (de lo poco realmente original del filme), en el que el autor ya introduce hábilmente retazos del motivo principal, enfatizados por la intervención de los siniestros metales de la Bulgarian Symphony Orchestra.
Referenciado no pocas veces en el álbum, aunque sin llegar por otro lado a hastiar al oyente, este tema central va evolucionando hasta encontrar su expresión más conmovedora y necesaria en el corte “Reunión y Final“, versión del mismo arreglada en forma de auténtico recurso lírico de redención de madre e hijo, funcionando de manera sumamente locuaz durante el transcurso de las secuencias de cierre. Con cierta variedad cromática resuelve Fernando el resto de bloques musicales ajenos al suspense, acudiendo de nuevo a esa onírica púber siempre subyacente (“La Luz Mágica“), e incluso introduciendo arranques de revelador dinamismo -quizá algo difusos, todo sea dicho- para musicar el singular divertimento del niño Simón (“El Juego del Tesoro”), así como para enfatizar el punto de inflexión del personaje de Belen Rueda, en su aceptación del plano de la irrealidad como único medio de encontrar a su hijo (“Sola en la Casa”).
Pese a sus pequeñas carencias, ”El Orfanato” es en definitiva, una partitura adecuada en sus fragmentos duros e incidentales de terror, y más que correcta en su bloque melódico destinado a lo sentimental y melodramático. Aunque Fernando Velázquez no “crea escuela” en su proyecto más comercial escrito hasta la fecha, al optar por soluciones musicales generalmente predecibles, lo cierto es que sus eficaces resultados son suficientes como para tener en cuenta en trabajos venideros, el nombre de este treinteañero creador.
16-noviembre-2007
|