Miguel Ángel Ordóñez
“The Kite Runner” de Khaled Hosseini (novela publicada como “Cometas en el cielo” en nuestro país), es la conmovedora historia de dos padres y dos hijos, de su amistad y de cómo la casualidad puede convertirse en hito inesperado de nuestro destino. Obsesionado por demostrarle a su padre que ya es todo un hombre, Amir se propone ganar la competición anual de cometas de la forma que sea, incluso a costa de su inseparable Hassan, un hazara de clase inferior que ha sido su sirviente y compañero de juegos desde la más tierna infancia. A pesar del fuerte vínculo que los une, después de tantos años de haberse defendido mutuamente de todos los peligros imaginables, Amir traicionará a su amigo, acto que les separará de forma definitiva. Así, con apenas doce años, el joven Amir recordará durante toda su vida aquellos días en los que perdió uno de los tesoros más preciados del hombre: la amistad.
La gran apuesta de Dreamworks, de cara a los próximos Oscar, supone a la vez el primer score grabado en Hollywood por nuestro compositor más internacional, Alberto Iglesias. Un músico atípico en el medio que, como Yared, Thomas Newman o Shore (por poner unos cuantos ejemplos), pretende librarse de los clichés que han convertido a la música cinematográfica actual en una disciplina menor, proponiendo un arte aplicado que siendo efectivo y juicioso (funciones consustanciales a su naturaleza), logre traspasar las ataduras del clásico concepto de leitmotiv wagneriano, de aquellos tópicos asociados a la imaginería popular que conducen a la realización de obras-continente donde únicamente el contenido varía según la personalidad (o la filiación musical) de su autor.
Iglesias logra transportarnos a esta compleja y triste historia, a caballo entre el Afganistán respetuoso de sus ricas tradiciones ancestrales y el Afganistán herido por la invasión rusa y el ascenso de los talibanes, desde una perspectiva abierta y emotiva. El score se cimienta sobre tres líneas básicas: una dinámica, asociada a las cometas, símbolos de la libertad y de la unión entre Amir y Hassan; otra apesadumbrada que retrata la tristeza y el dolor, con un punto de melancolía, y una última que refleja el horror y el miedo que el compositor liga al mundo talibán.
Los tres temas que Iglesias dedica a la amistad simbolizada en los dos muchachos y en su deseo por participar en un torneo de cometas (no olvidemos que tomando como marco un idílico Afganistán libre aún de rusos y talibanes), son un hito insólito en la carrera del compositor. Melódicamente impecables, armónicamente atrevidos, los temas poseen un dinamismo étnico asombroso. Su pegadizo “Opening Titles” (precedido por el tema de Hassan) es de los temas más vivaces y enérgicos construidos por el compositor vasco, secundado perfectamente por el crescendo rítmico de “Kite Shop” y por esa magistral pieza incidental edificada sobre varios motivos, a cada cual más atrayente, que propone con “Kite Tournament”.
Es precisamente en el bloque temático asociado al dolor y al sufrimiento, donde Iglesias incide con mayor fuerza en los aspectos psicológicos del filme, perfilando sus personajes a través de un sutil juego de leitmotivs abiertos, llenos de giros y múltiples lecturas. Leitmotivs a los que Iglesias entrega un determinado color, ya sea exponiendo el de Hassan con una desgarradora lira cretense (inicio de “Opening Titles”, “Hassan Theme”); el relativo al tránsito del tiempo, al pasado, en las voces de Sussan Deyhim (“The Call”, “End Phone Call”); el de la conexión de los niños y la de estos con la literatura, en las maderas (“Sin”, “Reading the Letter”, aquí conviviendo con el tema de Hassan); el del padre en la viola (segunda mitad de “Fuel Tanker”) o haciendo descansar el motivo dedicado al exilio, al alejamiento del hogar, en el santur y la guitarra (“Russians Invade”, primera mitad de “Fuel Tanker”). Instrumento éste último que sirve a Iglesias a los propósitos de establecer un puente entre la música de Oriente y Occidente, funcionando como instrumento bisagra entre ambas culturas.
El último bloque temático incide en los aspectos del horror asociado al mundo de los talibanes. Aquí, la guitarra eléctrica es el cauce con el que Iglesias solidifica un leitmotiv tímbrico con saltos interválicos bruscos (“The Stadium”). Un universo conectado a la oscuridad del que los protagonistas lograrán huir bajo el amparo de un concepto musical a lo Takemitsu, sobre desnudas flautas y progresiones rítmicas de impronta avant gardé (“Escape”).
El corte “Fly a Kite”, funciona como un punto y aparte en la historia. Una nueva melodía que conecta a los personajes ya de vuelta en América. Una coda para guitarra y violín eléctrico que simboliza cómo Amir ha aprendido de sus errores y logra redimirse de su profundo complejo de culpabilidad, interviniendo en el destino, ese fatal componente que ha marcado las vidas de ambos muchachos, ofreciendo uno mejor al hijo de Hassan.
No podemos obviar la magnífica aportación que los solistas realizan al conjunto del score: Dimitri Psonis (santur, oud, lira cretense), Javier Paxariño (clarinete turco y flautas étnicas), John Parsons (guitarras), Chris Bleth (duduk), Martin Tillman (chelo eléctrico) o Julia Malkova (viola), contribuyen a que nos hallemos ante uno de los trabajos más profundos, desgarradores y bellos de la carrera de Alberto Iglesias. Hace pocos días conocíamos que el filme será estrenado en Estados Unidos 6 semanas más tarde de lo previsto (el 14 de diciembre), para dar tiempo a que los niños protagonistas huyan del país por temor a represalias. El cine forjando oscuras realidades paralelas. Un filme hermoso y duro al que Iglesias contribuye con la construcción de un particular poema sinfónico emocionante, que demuestra la versatilidad del vasco para cambiar el ritmo valiéndose del monólogo interior, del relato directo, del horror y de la amargura, de la amistad y de la traición.
30-octubre-2007
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