Miguel Ángel Ordóñez
Ang Lee se ha forjado una carrera como cineasta en Estados Unidos explotando de manera convincente su condición de observador, exponiendo la mirada que el extranjero tiene de la sociedad americana, de sus miedos, sus rechazos y sus mecanismos de integración y segregación. Una suerte de nuevo Fritz Lang, aquel director alemán que en su primera película americana, “Furia”, desgranaba con talento los resortes de un país sumido en la violencia. Lee es un cineasta dotado para la exploración de los microuniversos familiares, que otorga relevancia al sustrato emocional de unos protagonistas a punto de iniciar una huída a ninguna parte. Personajes insatisfechos que deben afrontar cambios significativos en su vida, seres perdidos a la búsqueda de la felicidad, almas encerradas en una piel que no desean, bajo un rostro que no les define (con “Hulk” lleva hasta los últimos extremos la idea de la transformación física).
Precedido del León de Oro en Venecia, “Lust, Caution” permite a Lee sumergirse en la lujuria y los bajos instintos. Una historia de múltiples lecturas que se desarrolla en la China ocupada por Japón durante la II Guerra Mundial. Allí, Chia Chi (Tang Wei), una ingenua estudiante, entra a formar parte de un grupo teatral que a la postre se convertirá en uno de los reductos de la resistencia. A Chia Chi se le encomienda una difícil y comprometida misión: informar sobre las actividades de Mr. Yee (Tony Leung, el obnubilado y enigmático protagonista de los últimos filmes de Wong Kar Wai), un oficial del gobierno que colabora con los japoneses, quien resulta ser un cruel y sádico torturador, además de un lujurioso sátiro en cuya red queda atrapada la protagonista, consciente de su maldad pero atraída por el peligroso juego. ¿El bueno de Ang Lee ofreciendo autodestrucción con tintes masoquistas a lo “El último tango en París”?. Promete.
El problema de analizar un score fuera de su contexto fílmico radica en alabar las bonanzas, si las hubiera, o en subrayar los defectos de una obra, exclusivamente desde su vertiente musical. Ejercicio baladí que pierde el fundamental sentido escénico de la música cinematográfica: su función metafórica, de dobles lecturas. Una mala música puede ser perfecta compañera de la imagen para la que, al fin y al cabo, ha sido creada y por tanto convertirse en un gran score, y a la inversa, puede ocurrir que una buena música quede absolutamente descontextualizada por su aplicación errónea al celuloide (me viene a la mente un ramillete de obras, pero no es el caso). Sin estreno aún en nuestro país, juzgar “Lust, Caution” como obra musical fílmica se antoja imposible, pero la función del crítico también es la de calificar un trabajo con vida propia al margen del soporte audiovisual para el que ha sido concebido. La edición discográfica así lo demanda.
Con esta salvedad, importante por la enjundia del tema expuesto por Lee, a primera vista nos encontramos con un magnífico y sólido trabajo a cargo de Alexandre Desplat. No me cabe duda alguna que Desplat pasa por ser el compositor más elegante del actual panorama cinematográfico mundial (olvidemos por un momento a Williams). “El Velo Pintado” es un claro ejemplo de ello.
Si una palabra definiera su trabajo para “Lust, Caution” esa sería, sin duda, la exquisitez. Desplat se muestra acertadísimo en la elección del elegante elenco instrumental del que hace gala el score (fantástico Alain Planes al piano), además de en la pausada ironía con la que acomete una obra que parece descansar en un añejo hálito romántico y sensual. Asimismo se muestra astuto e inteligente en la contraposición de leitmotivs que separan a su personaje central (Chia Chi, “Wong Chia Chi´s Theme”) del oscuro mundo en el que se adentra (representado por Mr. Yee, “Lust, Caution”, cuyas primeras notas recuerdan el “A Handfull of Dust” de Fenton), uno ingenuo y simple que apela a la vida, otro hermético y carnal, en constante progreso, que lo conecta a la muerte. Sin embargo, ambos quedan separados por una delgada línea que Chia Chi parece traspasar a medida que se sucede la trama. Con ello, el score describe casi físicamente elementos conectados al subconsciente, al deseo.
El tema asociado a Chia Chi es uno de los más pegadizos de la carrera de Desplat. Una célula motívica de tres notas que se repite simétricamente en tres ocasiones y cuya última nota se prolonga en cada repetición, constituye el indiscutible leitmotiv sobre el que descansa la obra, mostrándonos como a pesar de la necesidad de la protagonista por aparentar ser otra persona (de nuevo, la temática de Lee por excelencia), la aparición del leitmotiv nos recuerda su inocencia, apela a su verdadera condición.
Junto al mismo, Desplat se recrea en la elaboración de un bellísimo y decadente vals (“Dinner Waltz”), que recuperará de nuevo al final de la edición discográfica dotándole de un mayor componente dramático (“An Empty Bed”), y en la construcción de una sucesión de cortes delicados y extremadamente bellos que contribuyen a recargar la escucha de un aire afligido y frágil (“Shangai 1942”, “Remember Everything” o “Exodus”), situando al oyente ante un conjunto sonoro danzabile, tan turbio como atractivo.
“Lust, Caution” es la típica partitura que huele a Oscar: realizada para una película importante, con un componente de calidad altísimo, por un compositor que ya ha saboreado las mieles de la nominación. No me cabe duda que Desplat estará con esta obra en la terna de nominados. Ahora bien, no sé ustedes pero hay algo en el compositor francés que no acaba de engancharme. Su purismo, la descarnada belleza que entrega a sus obras, se antoja fría y calculada. Todo en su música es académico, impoluto, serio, cerebral. Cuando escucho a Desplat tengo la sensación de asistir absorto ante el solemne desplegar de alas de un águila imperial en una cárcel de oro.
10-octubre-2007
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