Miguel Ángel Ordóñez
La luna, ese componente lorquiano asociado a la fatalidad y el destino, es la verdadera protagonista de este drama criminal dirigido por William Wyler en 1940. Su influjo, ligado tradicionalmente a la mujer, parece ser el desencadenante inesperado del asesinato que Leslie Crosbie (Bette Davis) consuma sobre su amante, Jeffrey Hammond. La historia de una mujer acomodada que vive una rutinaria vida en una plantación de Indonesia donde reside junto a su fiel y bondadoso marido, ajeno al engaño.
Un elemento de corte naturalista que Max Steiner establece como mecanismo capital que desencadena la pasión y el deseo frustrado (Leslie mata a su amante por despecho). Un memorable motivo iniciado sobre tres notas que perseguirá a la protagonista a lo largo de todo el metraje, recordándole no sólo su cruel acto sino su incapacidad para ser feliz.
La mejor contribución de Steiner al filme se centra, por tanto, en convertir a la música en un elemento más del paisaje. Una historia de bajos instintos que parece ser más convincente (teniendo en cuenta a los censores) por el uso de parajes exóticos que influyen de manera decisiva en la psicología de la protagonista. Para una mentalidad puritana como la americana, parecía lógico conectar esta sucesión de actos inapropiados para una dama a un universo claramente alejado de cualquier convencionalismo. El elemento exótico introducido por Steiner parece establecerse en un primer momento en el ámbito geográfico: acompañando un travelling inicial sobre la plantación, mostrando un recorrido por las calles nocturnas de la ciudad (“Clandestine Meeting”) o ambientando un bazar del arrabal (“Chinatown Shop”).
Sin embargo, Steiner va un paso más allá al convertir los sonidos de este exótico paisaje en mecanismos puramente dramáticos, con el fin de corporizar la música en escena, influyendo sobre la misma de manera psicológica. Tres momentos del filme resumen a la perfección la propuesta del austriaco.
La primera de ellas abre la película (“Main Title”). Tras la presentación del motivo de la luna para gran orquesta, una melodía oriental hipnótica y sensual acompaña una panorámica de los trabajadores de la plantación, acostados en sus camastros o interpretando de manera diégetica la música (uno de ellos toca la melodía en una flauta hindú). No cabe duda que con ello logra situar geográficamente la historia, pero no se basta de este mero recurso descriptivo, sino que consigue, con una vertebración musical deliberadamente letárgica, prepararnos para la escena del asesinato que tendrá lugar instantes después y que Steiner se encarga de presentar sin música alguna. El efecto es el deseado, sorpresa y desazón, la calma que anticipa la tormenta, sentimientos acrecentados aún más con la aparición posterior del motivo central una vez Leslie gira sus ojos del cuerpo inerte que yace en el suelo a la luna llena que se yergue amenazadora (“Shots Fired”).
La segunda propuesta es absolutamente sobrecogedora: la presentación de la misteriosa Mrs. Hammond. Leslie acude al encuentro de la viuda para que ésta, a cambio de una fuerte cantidad económica, le entregue la comprometedora carta que la librará de la horca. La escena se inicia sobre el movimiento de unos cristales colgados del techo. Un elemento que queda dibujado musicalmente en la partitura de Steiner para indicar la fragilidad y sumisión con la que Leslie se enfrenta a Mrs. Hammond (realzado con un forzado contrapicado sobre la viuda donde sólo quedan iluminados unos ojos llenos de desprecio). Este elemento musical (soportado por campanillas orientales) distorsiona por completo la escena, alcanzando un fuerte componente psicológico, hasta el punto de dar completo sentido al posterior enfrentamiento final entre las dos mujeres.
El desenlace (“Retribution”) también es iniciado por un elemento diegético: una fiesta donde se celebra el veredicto de inocencia de la protagonista. La escena recrea musicalmente una pieza bailable que salta a un encadenado de música puramente incidental. Una música que funciona desconectada del entorno, logrando Steiner con ello crear un contexto onírico donde se citan la venganza y la reparación al daño causado. La muerte como elemento de redención que, una vez consumada, da paso de nuevo, a una ligera pieza bailable que suena unos metros más atrás, en la casa. Lo que ha ocurrido fuera sólo tiene explicación bajo el poderoso influjo de la luna y Steiner se ha encargado de presentarlo como un episodio completamente irracional, sujeto a un código moral marcado por las dos rivales en conflicto.
No cabe duda que nos encontramos ante una obra de profundo interés al ser utilizada como mecanismo que influye decisivamente sobre la acción, separando los elementos reales, físicos, de aquellos conectados directamente con el deseo y el despecho. Un score sofisticado y maduro que no pierde un ápice de interés a pesar de presentarse con irregular sonido (el rastro de ruido en los masters es evidente). Partitura adscrita a los primeros años del austriaco en la Warner, “The Letter” es, además, la constancia de la magnífica pléyade de obras que depararía la dupla Steiner-Davis.
19-septiembre-2007
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