Miguel Ángel Ordóñez
Hablar de Mario Nascimbene es hacerlo de un compositor cuya voz propia se extiende en la cinematográfica italiana a lo largo de tres décadas (desde los 40 a los 60). Junto a compositores de la talla de Alessandro Cicognini, Renzo Rossellini, Nino Rota o Goffredo Petrasi, musicó toda una terna de películas que forjaron el llamado neorrealismo italiano. Sin embargo, la explosión de Nascimbene tendría lugar a partir de 1952 con “Roma ore 11” de Guiseppe de Santis, estableciendo con este film sus constantes de estilo. Junto a un robusto entramado sinfónico basado en largas líneas melódicas, añadiría a partir de entonces un elocuente interés por la experimentación en el uso de la instrumentación y por la introducción de elementos no musicales.
Es el éxito de “La condesa descalza”, a las órdenes de Mankiewicz, el que acabará por abrirle las puertas del mercado internacional, a través de inolvidables scores donde destaca tanto por su habilidad en la creación de ricas melodías románticas (“Adiós a las armas”, “Hijos y amantes”) o en la realización de profundos estudios psicológicos donde los personajes se enfrentan a un entorno hostil (“Un lugar en la cumbre”, de Jack Clayton, o “El americano tranquilo”, de nuevo a las órdenes de Mankiewicz), como por la recreación de un cine histórico plasmado desde la más tradicional vena sinfónica (“Los vikingos”, “Alejandro el Grande”) o acudiendo al empleo de técnicas avant gardé con las que lograría partituras complejas y fascinantes (“Barrabás” o su trilogía del mundo prehistórico iniciada con “Hace un millón de años”).
Ahora, el sello italiano Legend nos presenta dos partituras enclavadas dentro del género histórico, ambas de 1959, donde podemos apreciar el singular estilo de Nascimbene. Junto a la inédita (en formato CD) “Cartago en llamas”, Legend incluye una nueva versión en stereo y con más música, destacando la inclusión del corte completo compuesto para la escena de la danza a Rah-Gon, del clásico “Salomón y la reina de Saba” (ya editado en su momento, con irregular sonido, por la misma discográfica junto a su trabajo para “Los vikingos”).
Ambos scores transitan un contexto histórico tumultuoso: el odio y la enemistad entre cartagineses y romanos en la primera, la hostilidad y el ambiente bélico entre la temprana Israel de David y los egipcios en la segunda. Además, las dos tramas descansan sobre sendos amores imposibles que acaban por desencadenar la fatalidad de los acontecimientos, recrudeciendo aún más las diferencias entre los pueblos en conflicto.
Mientras el acercamiento al subrayado dramático de la acción que realiza Nascimbene en “Cartago en llamas” es, en su planteamiento, bastante convencional (dentro de las particularidades armónicas de su personalidad única e intransferible), el compositor italiano demuestra en “Salomón y la reina de Saba” (aunque musicalmente no esté a la altura de la anterior) un brillante ejercicio de confrontación que descansa sobre componentes puramente litúrgicos.
Es evidente que la vacilante y roma dirección de Carmine Gallone en “Cartago en llamas” influye decisivamente en el convencional subrayado emocional del maestro milanés. Aquí, el héroe Hiram (José Suárez) y el villano Phegor (Daniel Gelin) se muestran demasiado esquemáticos en su deseo por luchar (el primero) o negociar (el segundo) con los enemigos romanos. La entrada en acción de la romana Fulvia (Anne Heywood), desesperadamente enamorada de Hiram, a quien ha salvado la vida, aporta un escaso grado de credibilidad para el fatal desenlace de una historia que parece querer recrear el derrumbe de un imperio, pasto de las llamas, a través de una ridícula aplicación de clichés. Poderoso y fatalista desde los títulos de crédito, Nascimbene acude a la épica en el empleo de los coros (constante que irradiará a muchos de sus otros filmes históricos), resulta dinámico y eficaz en la introducción de las necesarias acotaciones de la acción (“Hiram On the Sails”), aquellas a las que aporta cierto gusto por la instrumentación exótica (la misma que más tarde servirá con idénticos propósitos en los cortes bélicos de “Salomon and Sheba”), ofreciendo un acercamiento romántico que preconiza el fatal destino del triángulo amoroso introducido por Gallone (“Ophir´s Theme”, “Expressive”). Un ejercicio vibrante a la par que frío.
Mucho más interesante es su aproximación a “Salomón y la Reina de Saba”. Ante la absoluta falta de credibilidad derivada de una caprichosa trama romántica urdida por un poco afortunado, en esta ocasión, King Vidor, Nascimbene opta por acentuar el verdadero conflicto subyacente entre ambas culturas, la israelita y la egipcia con la reina de Saba como aliada: la lucha religiosa. El ardiente amor entre el gélido Salomón y la fogosa reina de Saba, iniciado sobre la desconfianza, representa, a la postre, la forma sobre la que abordan ambas culturas la religión: la de Saba (y por ende la de los egipcios) se asienta sobre una profusión de deidades repleta de cultos paganos, colmado de componentes que sublimizan lo lúdico, lo sensual (“Danza orgiastica”), frente a la austera y todopoderosa deidad judía, representada por Jehová, un Dios comunicativo e inflexible con todo aquello que interfiera lo sobrio (“Death of David”). Nascimbene se limita, de este modo, a crear dos temas que funcionan como polos opuestos (instalados en sus máximos dirigentes), uno robusto y sobre instrumentado (el de Saba), otro parco en detalles, austero (el de los judíos). Para marcar el conflicto desde el ámbito religioso, Nascimbene acude en ambos al empleo de coros. Mientras en el primero las voces emergen graves y vigorosas, en el segundo los coros susurran la melodía, dando muestras del recogimiento de un culto que se establece superior al representado por los villanos. Un Dios Todopoderoso que finalmente les entregará a los israelitas la victoria a cambio de la separación de los amantes, resuelto con un ejercicio de constricción mariana delirante (“Purification”). No cabe duda que el discurso acaba resultando surrealista, plagado de componentes intransigentes y fundamentalistas.
31-agosto-2007
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