Miguel Ángel Ordóñez
Hablar de Jacques Tourneur es hacerlo de uno de los grandes artesanos que trabajaron para el “Hollywood Dorado”. Autor de míticas propuestas asociadas al terror (“La mujer pantera”, “Yo anduve con un zombie” o “La noche del demonio”), el film-noir (“Noche en el alma” o la prodigiosa “Retorno al pasado”), el western (las reivindicables “Wichita”, “Martin el Gaucho” o “Tierra generosa”) y el cine de aventuras (“El halcón y la flecha”), Tourneur es el paradigma del cineasta capaz de absorber la esencia de un género para demostrar como en un fantástico ejercicio de concisión, el mismo puede quedar liberado de sus férreas ataduras.
“Anne of the Indies”, llamada aquí “La mujer pirata”, es otro ejemplo de su habilidad para la construcción de personajes a partir de un material ajeno (demostrando una vez más, cómo detrás de muchos artesanos de aquella época se escondían colosales cineastas). Forjado en mil géneros, su cinematografía se construye sobre una sutil gama de elementos personales donde confluyen la fatalidad, la ambigüedad de sus escépticos personajes y el tratamiento de las sombras como elemento narrativo asociado a la duda y el engaño. En ese terreno “La mujer pirata” no es una excepción.
Anne Providence (Jean Peters) es la capitana del Queen Sheba, una de las piratas más temidas que surcan los mares. Criada bajo el amparo de “Barbanegra”, en un mundo masculino y rudo, con la violencia en primer plano, decide salvar de una muerte segura, a manos de su tripulación, a Pierre LaRochelle (Louis Jordan), un refinado y apuesto capitán que despierta en ella un sentimiento inédito. Éste guardará un secreto que pondrá en peligro el único mundo que conoce Anne.
A pesar de contar con todos los ingredientes propios del cine de “piratas” (exóticos paisajes, exuberantes escenas bélicas en alta mar, tabernas frecuentadas por bucaneros), argumentalmente la cinta dista mucho de otras propuestas del género, transitando en breves y calculados destellos el melodrama y la trama de suspense. La aviesa intención de alejarse del marco de la aventura es magníficamente retratada por Franz Waxman.
Por un lado, el compositor se ciñe al esquematismo del género a través de un noble y épico motivo de cuatro notas que abre el film (y la edición del disco con su “Main Title”), y que asociará instantáneamente al “Reina de Sheba”, el hogar de Anne. Un tema que se desarrolla a lo largo de la partitura evocando la propia aventura, un mundo viril donde la lealtad es el principal ingrediente. Dinámica y ágil, la melodía parece apelar al juego que los personajes han convertido en epicentro de su existencia: el pillaje, la búsqueda de fortuna, la libertad de un paisaje de infinitas longitudes o la lucha a muerte espada en mano, una vida peligrosa al margen de la ley. Por lo tanto, Waxman describe la exaltación de una figura, la del pirata, que vive feliz bajo esas coordenadas.
Sin embargo, el descubrimiento de la feminidad de Anne pone en peligro todo ese universo. La creación de un magnífico tema de amor para Anne y Pierre (que emerge también en los “Main Title”) marca el inicio de la ambigüedad (y porque no, de la fatalidad) de los personajes tournerianos. Su tema es deliberadamente apasionado porque con él, Waxman debe marcar el punto de inflexión sobre el que nazca el nuevo apetito de la protagonista de anteponer su deseo como mujer antes que su ímpetu bucanero. Waxman logra con creces, a través del tema, introducir el elemento que supone al fin y al cabo la muerte vital de su protagonista. A través de él, Anne se verá inmersa en el mundo de los celos, de la pasión y del sacrificio, herramientas todas ellas ajenas a su oficio, marco de su fatalidad.
Por eso, la idea principal del score es, una vez situados ambos temas, generar la sensación de traición que provocará el penoso desenlace de la heroína. Waxman acude a acordes que condensan oscuridad y desasosiego, acercándose al íntimo sentir del personaje (“Anne Looks for Pierre”, “Dougle Follows Pierre”), presa de la desconfianza, víctima de un amor despechado y tramposo, que opta por la propia inmolación a sabiendas de que jamás sentirá la vida del mismo modo ni podrá alejar de ella los recuerdos de su tormentosa relación. De este modo, su sacrificio es la única forma eficaz de abrazar sus antiguos postulados, de creerse de nuevo y por un instante, pirata (“Cay-Day and End Title”).
Efectivo y conciso, Waxman logra con estos ingredientes adentrarse en el alma de la protagonista, consiguiendo que el discurso de Tourneur se asiente de manera más poderosa. Junto a ellos, algunos temas secundarios cumplen la función de dar mayor empaque al complejo entramado psicológico y sombrío del relato. No es gratuito que Barbanegra tenga un motivo en apariencia feroz, que esconde un espíritu bonachón adscrito al código filibustero (“Black Beard”), un componente de lealtad que Anne despreciará por su obsesivo amor a LaRochelle; ni que el tema de éste y su esposa (“Pierre and Molly”) apele a un amor asentado e inquebrantable. De esta manera esos temas invocan una realidad no asumida por Anne, aquella que la condena finalmente al patíbulo por incumplir las coordenadas del código moral que ella misma representa.
Junto a esta magnífica partitura, Varése incluye cuatro breves cortes de “Man on a Tightrope”, una muestra del anticomunismo amoral que ejecutó Kazan para liberarse de los fantasmas de la humillante “Caza de Brujas”. Sorprende la aparición de este fugaz ramillete de temas que no guardan unidad estilística con el cuerpo de la edición, aunque valga el esfuerzo de la discográfica por recuperar un material del que destaca el impresionante corte “Winding River”, una muestra más del excelso universo musical de su autor.
15-agosto-2007
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