Ignacio Garrido
Intentar seguir el ritmo discográfico de la banda sonora en nuestros días, se ha tornado últimamente en una tarea harto complicada y el filtro selectivo que el aficionado ha de aplicar sobre sus criterios de selección obliga, cada vez más, a una mayor precisión a la hora de escoger las partituras que nos interese adquirir.
No cabe duda que la aparición en el mercado de otro trabajo firmado por Ennio Morricone puede parecer a priori algo recelosa en este sentido, sobre todo si tenemos en cuenta el volumen de ediciones sobre su persona que se producen al cabo del año. Pero estas dudas se disipan rápidamente al escuchar la banda sonora que nos ocupa, que entra por derecho propio a formar parte de las grandes aportaciones del compositor italiano en un periodo, el de los ochenta, plagado ya de por si de films capitales dentro de su filmografía.
“Adiós Moscú” conocía ya (cómo no) edición discográfica previa bajo los auspicios de la compañía GDM, responsable de buena parte de la obra del genio romano, en un cd donde se acompañaba de la también memorable “La Veneciana”. Ahora, de forma expandida respecto a aquel disco difícil de conseguir a estas alturas y a un precio mucho más asequible, la compañía española Saimel presenta -en un esfuerzo de recuperación más que admirable- una composición hermosa, sentida y de una calidad excepcional para los tiempos que corren.
El año de creación de esta partitura coincide con el de “Los Intocables de Elliot Ness”, pieza mítica y fundamental en la etapa americana del maestro, que en contraposición a la que nos ocupa, surge de una concepción épica. “Adios Moscú” por su parte se concibe como un tapiz sonoro sedoso, elegante y comedido, donde la clave es el dramatismo, el intimismo, el acercamiento emocional elegíaco. La música de Morricone es un regalo para el oído exquisito y una nueva oportunidad, para los que no lo conozcan, de acercarse a un periodo de genialidad creativa sin igual, donde se sucedían obras de la talla de “La Misión”, “Cinema Paradiso”, “La Fuerza del Destino” o “Corazones de Hierro”.
El score se inicia con un tema lírico de ambiente melancólico en “Titoli”, que en su cadencioso desarrollo, recuerda a “Sacco e Vancceti” y además preludia lo que sería uno de los temas centrales de “Infiel” de Jan A.P. Kaczmarek algunos años más tarde. Introduce ese motivo obsesivo de seis notas ascendente y descendente que acabaría inmortalizando en “Lobo”, como contrapunto a la hermosura de una melodía de sello inconfundible, que suavemente pasa del piano al saxo, fluyendo con vida propia, como sólo los grandes saben hacer. Morricone acudirá a este tema de forma puntual, arrancándole variaciones exquisitas como la ejecutada en “Ricordo di Mosca”, “La Casa” o la bellísima “Suoni dai giardini”.
La atmósfera irreal y subyugante para cuerda del responsable de “Novencento”, hace su aparición en “Nel Manicomio”, un pasaje tonal pero fantasmagórico que se aleja por completo, pese a lo que pudiéramos imaginar en un principio, de la dodecafonía y la experimentación tan querida por el autor. Aquí vence el sentimiento de desolación y extrañamiento, mientras que parte de esos registros surgirán de forma más interesante en el corte “Viaggio”, una estremecedora pieza de base rítmica y percusiva, circular, agobiante, pero cargada de un poso trágico fascinante, en lo que supone uno de los momentos álgidos del compacto.
Otras apariciones destacadas del tema central, como “Un addio nel cuore” inciden en un dramatismo más sentido, intercalando el predominio del motivo obsesivo, con intervenciones del violín solista que en su intensidad puede recordar a otra de la joyas del italiano; “Marco Polo”. Momentos más contundentes, donde la rítmica atrapa por completo la sonoridad de la composición, los tenemos en “Lavori Forzati”, el impresionante inicio de “Partenza”, así como la segunda aparición de “Un addio del cuore”. Por otro lado una nueva vertiente de la banda sonora volcada plenamente en la emotividad sin dilaciones, despierta pasado el ecuador del minutaje en el corte “Canzone senza parole”, un precioso tema para piano que se desliza con estructura de vals hacia una sutil variación de la melodía central. El empleo de estos temas y sus sucesivas variaciones, hasta alcanzar el climax de “Mosca Addio (Grido de sofferenza)”, completan un conjunto sonoro de primer orden que nadie debería perderse.
La categoría de la partitura es por lo tanto superior, pues supone la ejemplificación del estilo romántico de Ennio Morricone plasmado en notas sobre el pentagrama, reafirmándole de nuevo a como uno de los indiscutibles iconos musicales cinematográficos de la historia del cine. Su talento sin límites consigue transportarnos al cielo una y otra vez con bandas sonoras como ésta, y la edición de las mismas, en ocasiones tan soberbias como la que nos ocupa, suponen un acierto digno del más alto elogio.
11-agosto-2007
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