José-Vidal Rodriguez
Por fin llega a las pantallas mundiales la quinta entrega del ya mítico mago adolescente nacido de la pluma de la británica J. K. Rowling. Nueva secuela de la saga que viene acompañada de varios cambios en la realización y en otros apartados artísticos, entre los que se encuentra la música. Muy polémica ha sido la elección del compositor encargado de continuar el universo musical iniciado por el maestro John Williams y completado con fortuna por el escocés Patrick Doyle. En esta ocasión, el nuevo director David Yates ha conseguido imponer su criterio frente a la productora, para contratar a su desconocido compositor fetiche, Nicholas Hooper. Un autor con varios premios televisivos a sus espaldas, pero cuyo vagaje artístico en el cine parece en principio demasiado humilde como para asumir el enorme reto de continuar musicalmente la saga manteniendo el equilibrio de inspiración de las anteriores entregas. Muchos aficionados temían, por tanto, un score que no resistiera comparación con las cuatro primeras partituras, y vistos los desiguales resultados obtenidos aquí por Hooper, en parte no se equivocaban.
En aras de ser lo más ecuánimes posibles, destaquemos en primer lugar las virtudes del presente trabajo, que desde luego las tiene. Si lo analizamos abstrayéndonos de las inevitables comparaciones con Williams o Doyle -y del fenómeno mundial que rodea el personaje de Harry Potter-, lo cierto es que nos encontramos ante una partitura de audición cuanto menos agradable y construida desde un oficio y honestidad fuera de toda duda; algo que ya de entrada merece la pena reseñar. La música de Hooper entronca de algún modo en la tradición estilística iniciada por Williams allá en 2001. Y no sólo en lo concerniente a la reutilización de su motivo central (“Another Story”, “A Journey To Hogwarts”), sino en la tonalidad general con la que el nuevo autor pretende dar coherencia cronológica a esta cuarta secuela. De este modo, pese a que el álbum arranque con un ecléctico corte caracterizado por esa chirriante intervención de guitarras eléctricas (algo inédito en la serie y francamente chocante), el compositor aplica la paleta de colores propia de los anteriores filmes, partiendo de orquestaciones similares en las que encontraremos las secciones instrumentales fundamentales asociadas al universo potteriano: el glokenspiel y diversos timbres evocando el entorno mágico de la historia; la delicadeza de las maderas y su importancia en el devenir de ciertos fragmentos incidentales; el comedido uso de los metales, así como la robustez y omnipresencia de la sección de cuerdas, aun cuándo la misma no encuentre aquí hueco para los momentos de excelsa emotividad de los anteriores filmes.
En lo referente a los motivos nuevos propuestos por Hooper, destacar sin duda el dedicado a la figura de la profesora Umbridge, conformado por una socarrona y simpática frase, entregada a repeticiones en variante orquestación que potencian sus propósitos bufos, o el "Dumbledore´s Army", que en su jovialidad parece ligeramente inspirado en la impronta Williams. También merece la pena destacar fragmentos de especial dramatismo como el “Death Of Sirius” (las discográficas no paran de obsequiarnos con descomunales spoilers), así como puntuales intervenciones del coro, las cuáles dotan a ciertos cortes de una oscuridad y tenebrismo no muy habituales hasta ahora en la franquicia (“Dementors In The Underpass”, “Possesion“ o el enérgico “The Hall Of Prophecies”).
Todo lo anterior no es óbice para reconocer que la aproximación de Hooper vislumbra carencias importantes que deslucen una saga en la que la ambientación musical cobra especial trascendencia. A saber: no hay en el álbum (que por cierto, recoge una mínima muestra del score íntegro escrito), ni un sólo momento de éxtasis melódico de aquellos que nos regalaban anteriores entregas. Consecuencia directa de lo anterior, es la ausencia de un motivo del suficiente peso como para canalizar o cohesionar las difusas ideas de Hooper, sufriendo la música en varios instantes de una ambigua sensación de “querer y no poder”, dentro de su correcto acabado. Esta circunstancia resulta palpable en fragmentos tales como “The Kiss“, temas que adolecen de una clara falta de desarrollo y llegan incluso a transitar ligeramente entre lo anodino.
Por otra parte, el compositor no maneja ni de largo la incidentalidad de forma tan expresiva y locuaz como sucedía habitualmente en la saga, acudiendo a una retórica en donde la simpleza de formas y ese british touch abrazado a lo aséptico no parecen casar demasiado bien con ciertas secuencias en donde en énfasis musical debiera haber sido más notorio. Es esta ausencia de mayor sensibilidad o entrega, la que lastra gran parte de una música ni mucho menos mala u olvidable (hay partes dentro y fuera del álbum francamente interesantes), pero que no atina con la suficiente puntería en la recreación del entorno de aventura, magia y misterio, quedándose a medio camino entre lo convencional y lo francamente frío.
No cabe duda que todos estos ”pros” y ”contras” inclinan la balanza hacia la consideración del score como el más irregular de la franquicia, tan acertado en ocasiones como falto de chispa en otras. Ni mucho menos es un trabajo desacertado o desdeñable, aun cuando Nicholas Hooper no vaya a ser rerdado por su inmensa aportación con esta “La Orden del Fénix”. Pero eso sí, lo que no se puede discutir al británico es la consecución de un logro personal del que puede sentirse orgulloso: haber superado la presión de este monumental reto, sin estrellarse estrepitosamente y cumpliendo su cometido sin brillantez, aunque sí dentro de la mínima corrección exigible. Otra cosa bien distinta es que lo anterior resulte aval suficiente como para considerar al compositor un sinónimo de absoluta garantía para secuelas venideras.
16-julio-2007
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