David Rodríguez Cerdán
Si aceptamos que la obra del director Jacques Audiard sea la espumosa rebañadura de la (ya vieja) Ola de Godard, Truffaut y Resnais, del mismo modo podríamos nombrar a su fiel Alexandre Desplat, último de sus depositarios musicales. No obstante, y siendo rigurosos, la ascendencia estética de Audiard trazaría una línea de consanguinidad con el polar de Clouzot y Melville, vía Chabrol, y no tanto con la torsión realista de la Nouvelle Vague y la Rive Gauche, que de alguna forma vienen a vampirizarlo. Pero es que a Desplat, jovencísimo pope de la escena cinematográfica internacional no parece interesarle tanto el historicismo (el plural del título lo expresa a las claras) como el invento conceptual (la transcripción para este rara avis, el quinteto de cuerda) a mayor gloria suya (casi un tercio del disco es de cosecha propia) y del novísimo grupo Traffic que, bajo el signo del crossover, pretende hacerse un sitio en el atestado panorama de los conjuntos instrumentales. Con este ánimo, un punto narcisista y lúdico, el joven compositor, orquestador y director galo impulsa y dirige este disco tributario que viene a rubricar, aunque sea un tanto libremente, esa filiación con el cine francés de posguerra.
La necesidad a satisfacer es, por tanto, doble: organizar un programa, en primer lugar, que sea maleable para un ensemble semejante (al dispositivo tradicional se le añade la nervadura del contrabajo) y con el que éste pueda templarse a gusto y, en segundo, presentar a Desplat como descendiente legítimo (lo sea o no) de la estética nobiliaria de la Nouvelle Vague musical.
Aunque Desplat no ha arriesgado con el repertorio (el free jazz de Solal para "Al final de la escapada, por ejemplo, debía resultar impracticable), tampoco ha transigido demasiado en los lugares comunes. De hecho, el programa delata un muy buen gusto: del tema de Ferdinand (trasunto del "Florestán" schumanniano), firmado por Duhamel para "Pierrot Le Fou" a las miniaturas tangueras de Barbieri para "El último tango en París", el programa está jalonado de oro (baste citar al Morricone politonal y aristado de "Peur sur la ville" o la melodía ingenua y esplendente del primer Georges Delerue). Desplat aprovecha la carta blanca para diseminar algunos números de su filmografía audiardiana ("Un héroe muy discreto", "Lee mis labios", "Regarde les hommes tomber") en este fragante vergel, y lo cierto es que (calidad mediante) la injerencia ni se nota. Si bien sus maneras compositivas revelan una cierta alquimia entre el postminimalismo de John Adams y la tersura neoclásica de Philippe Sarde, ciertamente ajenas a esa devoción rohmeriana por el clasicismo y el barroco musicales que inflama el moderno cine francés y que, por ende, late en todos los filamentos de este compacto, su pericia como transcriptor le permite excoriar estas dos pieles (que si algo tienen en común es la forma camerística de sus originales) y homogeneizar la pulpa musical en un mimbre eléctrico y exuberante.
En lo interpretativo, sólo cabe rendirse ante este poderoso Traffic: sus efectivos (Lemmonier y Villette a los violines, Villotte a la viola, Perraud al chelo y Noharet al contrabajo), que proceden de la crema y la nata nacional, despliegan un timbre hermoso, poblado de líneas broncíneas y marcado por un vibrato metálico, del todo contemporáneo. Aunque en el repertorio elegido no hay lugar para la diablura virtuosa, el Traffic acomete impecablemente cuanto escollo le sale al paso (vg: esos pizzicatti de “Au Royal Lepic” o el scherzando de “La Vérite Ou La Mort”), firmando una lectura que es al tiempo audaz e idiomática.
El envoltorio final corre a cuenta del finado John Timperley (dedicatario del compacto), auténtica eminencia británica de la grabación en estudio, quien viene a engalanar con una toma afilada un agradabilísimo carpaccio discográfico que habrá de satisfacer a propios y extraños.
19-junio-2007
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