Raúl García
El realizador Billie August, se enfrasca en esta coproducción europea-sudafricana en el difícil intento de dar consistencia a la lucha mantenida por uno de los personajes más controvertidos del siglo XX, el de Nelson Mandela. A partir del guión de Greg Alter, la historia cuenta como el celador James Gregory (Joseph Fiennes) sometió a Mandela (Dennis Haysbert) y a los suyos a un exhaustivo control y seguimiento epistolar en su recorrido carcelario a lo largo de 27 años. Con motivo de su vigilancia, utilizando como excusa al personaje de su carcelero, el realizador danés intenta mostrarnos el verdadero interior del Nobel de la Paz y a su vez despojarnos de cualquier puntilla racista injertada por las leyes del Apartheid.
Un film correcto, muy sobrio, que elude cualquier posicionamiento político, pero que sí subraya el tenso pulso sostenido entre el gobierno blanco y el pueblo africano, que a lo largo de tres décadas marcó de forma imborrable el corazón de Sudáfrica. Si a esto le sumamos las localizaciones, necesariamente austeras, los escuetos diálogos y lo anecdótico de algunas secuencias, el resultado es un filme que, dentro de su innegable sobriedad, resulta tan irregular que no logra apenas involucrar al espectador con la trama, evitando la emoción.
Billie August, acostumbrado a rodearse de compositores de renombre como Basil Poledouris ("Los Miserables", 1998), Harry Gregson-Williams ("Smila: Misterio en la Nieve", 1997) o Hans Zimmer ("La Casa de los Espíritus", 1993), cuenta en esta ocasión con el emergente valor pisano, Dario Marianelli. Tras sus reconocidas “V de Vendetta” o “The Brothers Grimm“, el compositor italiano aborda un proyecto repleto de pasajes tensos y oscuros, lidiando con un escenario social en constante ebullición, con un país al filo de la guerra civil que a lo largo de tres décadas verá como gesta su sueño de libertad. No es extraño, pues, que con esos fines el compositor acabe acudiendo a voces solistas africanas, instrumentos de cuerda y percusiones locales como acercamiento geográfico a la historia, creando inicialmente pasajes desalentadores que acabarán confluyendo en una sutil puerta abierta a la esperanza.
Ya desde su inicio con “The Harbour”, corte de voces solistas africanas que otorgan ese contexto étnico requerido, se nos presenta la onírica melodía que constituye el leitmotiv central de la banda sonora, una sucesión de sencillas, retentivas y melancólicas notas que encierra un aire evocador y esperanzador. Melodía de la que Marianelli se sirve para acotar narrativamente el viaje de la familia Gregory a una isla paradisíaca que resulta ser la cárcel de alta seguridad donde se encuentra confinado Mandela (el acercamiento bucólico de “Journey to the Cape”) o la expresión del sufrimiento de los propios prisioneros (en la triste “Prisioners”).
El interés real de Marianelli en la aplicación de su motivo central radica en lograr enfatizar el traspaso del sueño personal de la familia Gregory al del nacimiento de una “Nueva Sudáfrica”, libre y plural, un sueño de más de 30 años, sacudido por el ominoso feudalismo del Apartheid. De ahí que dicho tema acabe instalado en el personaje de Mandela, argucia con la que logra casar dos personalidades en principio contrapuestas que acaban viviendo una misma quimera, con técnicas más afines al género del melodrama (“A New South Africa”).
Mención especial merece el corte “Stick Fight” donde Dario decide acompañar la tribal y carismática “lucha de palos” entre Gregory y Bafana o la posterior con Mandela, en la que la simbiosis de la imagen y de la música del italiano dan lugar al momento más entrañable de la cinta. Sin embargo, el verdadero acierto de Dario Marianelli en “Goodbye Bafana” tiene lugar con la ambientación de los pasajes más tensos y amargos de la cinta donde el italiano confía en la desnudez de una música camerística para acentuar la amargura del cautiverio, eludiendo tópicos recursos entregados a la orquesta (“Chocolate” o “Threats”).
Donde menos coherente se muestra Marianelli es en la introducción de un segundo motivo en importancia, asociado a la lucha interior de los protagonistas, dos personajes muy diferentes en pos de un mismo deseo, el de la liberación. Cortes como “Letter from Mandela” o “Still in Prison” se demuestran intrascendentes, funcionando como mera apoyatura retórica que no consigue arrancar las emociones pretendidas.
Es "Goodbye, Bafana" una partitura seria y elaborada que no es plenamente disfrutable disociada de su imagen. Un filme que peca de convencional y previsible, pero que logra trascender gran parte de su vacuidad gracias al acertado aire de contención y frialdad en el que se mueve Dario Marianelli.
10-mayo-007
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