David Rubiales
Aunque su alumbramiento tuviera lugar a finales de la década de 1920 en la extinta Unión Soviética gracias a la realizadora ucraniana Esther Shub, la verdadera consolidación del documental de divulgación histórica como género no se materializaría hasta una década más tarde durante los compases iniciales de la Segunda Guerra Mundial. Beneficiado por su efectividad como arma propagandística, ambos bandos potenciaron la realización de esta clase de producciones, con especial relevancia en el caso de EE.UU. en el que su Departamento de Guerra logró involucrar a las grandes productoras hollywoodienses y a directores tan reputados como John Ford o Frank Capra, con el objetivo e interés de mantener la moral alta entre los combatientes y la población civil y a su vez explicar o justificar una cruenta guerra que se libraba, en el caso de los estadounidenses, a miles de kilómetros de sus hogares.
Varios años después de la finalización de la guerra, y habiéndose despojado mayoritariamente del lastre propagandístico que arrastraba el género, el documental de divulgación histórica se fue configurando paulatinamente en el vehículo transmisor del conocimiento pasado tal y como lo conocemos en la actualidad. Así a principios de la década de 1950 y de la mano de un recién creado medio de comunicación de masas como era la televisión, que contaba por añadidura con el valioso recurso que significaba el ingente archivo cinematográfico de los noticiarios de guerra, se llevaron a término producciones televisivas como “Victory at Sea” (NBC, 1952-1953) o “Air Power” (CBS, 1956-1957) que rápidamente tuvieron una gran aceptación por parte del público.
Producida por la cadena de televisión NBC entre 1952 y 1953 y ganadora de un Emmy en 1954 como mejor programa de interés público, “Victory at Sea” es una serie documental de 26 episodios de 30 minutos de duración cada uno en los que se repasan los más importantes eventos en los que participó la Marina estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial.
Aunque posiblemente para los neófitos o melómanos de a pie el nombre de Richard Rodgers no tenga especiales connotaciones, para los aficionados al teatro musical pronunciarlo es mentar a una auténtica leyenda del medio. Asociado al letrista Oscar Hammerstein II (maestro del afamado Stephen Sondhein), ambos formaron durante las décadas de 1940 y 1950 una de las parejas creativas más prolíficas en cuanto a calidad y cantidad de las que se recuerdan en Broadway con obras tan destacadas como “Oklahoma!” (1943), “South Pacific” (1949), “The King and I” (1951) o “The Sound of Music” (1959). Aún así, Rodgers también supo desarrollar paralelamente una corta pero interesante carrera como compositor más allá del teatro musical en la que sobresale como obra referencial su trabajo para “Victory at Sea”.
Otro nombre propio que conviene destacar vinculado a la obra que nos ocupa (y prácticamente a la inmensa mayoría de la producción musical de Richard Rodgers) es el del magnífico arreglista, compositor y director Robert Russell Bennett. Orquestador de partituras tan importantes como “Lost Horizon” (Dimitri Tiomkin), “Gunga Din” (Alfred Newman) o “Rebecca” (Franz Waxman) –y que en 1992 dirigiría esta magnífica regrabación de “Victory at Sea” al frente de la RCA Victor Symphony Orchestra, como ya lo hiciera en su versión original con la NBC Symphony Orchestra– su contribución a esta imperecedera obra va más allá de la mera anécdota. Recogiendo el material original compuesto por Rodgers, que constaba de doce temas a piano de entre uno y dos minutos de duración, Bennett desarrolló y cohesionó dicho material, componiendo finalmente muchísima más música original que el propio Rodgers, para moldear lo que a la postre sería una suntuosa “sinfonía” de cerca de trece horas de duración.
La edición se abre con el corte “The Song of the High Seas” (cuyos cincuenta primeros segundos corresponden al tema principal con el que comienzan todos los episodios de la serie) en el que un glissando para cuerdas junto con un triunfal motivo para metales y percusión nos evocan mentalmente las imágenes de un mar encrespado por inmensas y rugientes olas de espuma blanca mientras es azotado por el viento. A continuación, en escala menor e introducido primero por el fagot y después por las trompetas, el amenazador motivo asociado a los U-Boot (submarinos alemanes operativos durante la Primera y Segunda Guerra Mundial), en su constante acecho a los convoyes aliados, nos traslada al Atlántico Norte. A medida que el clarinete reproduce las conversaciones mantenidas entre los barcos de un convoy mediante código Morse, reaparece brevemente de forma jovial el tema principal para dejar paso al peligro subyacente que representan los U-Boot mientras rastrean y encuentran a su presa. Un furioso estallido de la percusión marca el desenlace final, en el que un submarino alemán logra hundir un buque de carga con una salva de torpedos, escuchando seguidamente una elegíaca versión del tema principal mientras, a modo de contrapunto, aparece distante el tema de los U-Boot.
En su vivaz retrato musical de los avatares sufridos por la Marina norteamericana durante la guerra, Rodgers y Bennett proveen a la obra de una inusitada variedad temática que representa a la perfección el impacto emocional que acompaña a las imágenes, dispuestas en diferentes episodios, de las tempranas victorias japonesas en el Pacífico (“The Pacific Boils Over” y sus sonoridades orientales), la posterior supremacía naval norteamericana tras la trascendental victoria en la batalla de Midway (“Guadalcanal March” y sus triunfalistas motivos), el inmenso esfuerzo bélico dispuesto en el frente europeo que propiciaría el desembarco de los aliados en Normandía (“D-Day”) o la lucha por la hegemonía en el Mediterráneo (“Mediterranean Mosaic” y “Mare Nostrum”) y el Círculo Polar Ártico (“The Magnetic North”).
Alejándose puntualmente de los grandes hechos y de los titulares con los que se escribe la historia, ambos compositores reflejan en “Hard Work and Horseplay” el trabajo “fuera de plano” de los marineros que forman las dotaciones de los navíos, primero con una orgullosa melodía de ritmo caminante que describe las rutinarias tareas diarias, para introducir a continuación una pizpireta frase melódica, a cargo de la viola, que da a entender el jovial y desinteresado espíritu que rodea a la tropa.
Una susurrante e ingrávida melodía para cuerdas y viento madera abre brevemente el corte más extenso de la edición (“Theme of the Fast Carriers”), en el que Rodgers y Bennett homenajean a los portaaviones, y sus intrépidas escuadrillas aéreas, que tan decisivos fueron en las batallas más cruciales de la guerra en el Pacífico. Los suaves y enaltecidos motivos, repletos de trémolos y pizzicatos, que preceden y suceden al castrense solo de trompeta que podemos escuchar durante la primera mitad del corte nos hacen recrear imaginariamente las ágiles acrobacias aéreas de los aeroplanos mientras nos preparan para los pasajes musicales más violentos en los que se refleja la crueldad de la guerra. En el tramo final, las sangrientas batallas aéreas del Mar del Coral, del Mar de Filipinas e Iwo Jima y Okinawa se presentan con un fortísimo paroxismo instrumental que desemboca en una desoladora variación, en forma de réquiem, de la melodía de apertura describiendo así la muerte y la destrucción sembrada durante la lucha.
En el tema “Beneath The Southern Cross”, correspondiente al décimo episodio de la serie, se nos relata los esfuerzos de la Marina estadounidense y británica por controlar las rutas marítimas del Atlántico Sur, centrándose especialmente en el acorralamiento y posterior hundimiento del acorazado alemán Graf Spee en el puerto de Montevideo. Basado en la inconfundible base rítmica del tango para describir el mencionado episodio desarrollado en aguas uruguayas, esta pieza de extraño romanticismo y sensualidad se erige en la más popular fuera de los ámbitos especializados de cuantas compusiera Rodgers para “Victory at Sea”, como demuestra su posterior adaptación como canción de moda (“No Other Love”) gracias a la exitosa interpretación del cantante Perry Como.
De marcada naturaleza descriptiva, “Victory at Sea” es en definitiva un rico mosaico de enorme variedad temática en el que podemos entrever no sólo un marcado acercamiento a los postulados de la música romántica de finales del XIX, o a la sobredimensionadora espectacularidad de la música americana de principios del XX, sino también sutiles aproximaciones al misticismo holstiano (como resulta patente en el tramo final del corte “The Magnetic North”) o al moderno impresionismo de Debussy.
Convertidos varios de sus temas con el paso del tiempo en auténticos clásicos (la popular “Guadalcanal March” nunca está ausente al otro lado del Atlántico de cualquier parada militar que se precie); “Victory at Sea” sigue siendo, medio siglo después, una obra de enorme frescura y dinamismo que atesora como su mayor virtud la continua fascinación que despierta tanto en el avezado transeúnte de sus pasajes sonoros como en todo aquel que se aproxima por primera vez a ella.
2-mayo-2007
|