Miguel Ángel Ordóñez
Puede que con "Paseo por el Amor y la Muerte" (bellísimo título), John Huston firmara uno de sus filmes más personales e intransferibles. Poético y filosófico, Huston ahonda en un contexto geográfico y político predeterminado (la Francia de la Guerra de los Cien Años) para trascenderlo espiritualmente y realizar una película juvenil y revolucionaria (fantástico tratamiento del color) sobre una sociedad en proceso de desintegración, un caleidoscopio ingenuo y brutal donde se dan cita soldados sin escrúpulos, nobles conscientes de la decadencia histórica de su clase, hambrientos y desarrapados campesinos rebelados contra la injusticia o fanáticos religiosos prestos a la defensa de sus privilegios, una sociedad, al fin y al cabo, víctima de sus propias instituciones.
El filme del de Nevada no es sino la respuesta a una nueva inquietud vital que en 1969 abraza el movimiento "hippie", detesta la Guerra de Vietnam o aplaude el Mayo del 68 (es sintomático que la cordura quede reflejada en un pequeño papel interpretado por el propio director, el de un noble que consciente de su decadencia abraza los postulados del campesinado y muere por sus nuevas ideas). Frente a la pertinaz violencia que arrasa la fisicidad y la conciencia de aquellos habitantes del medievo, Huston narra la aventura de un estudiante (Heron de Foix) y su idealista búsqueda de la libertad (el mar). Un camino que le lleva a conocer el amor (Claudia) y a desarrollarlo en plenitud (rotas las cadenas del prejuicio religioso imperante). A la postre, un viaje a la búsqueda del conocimiento y la verdad, un éxodo a ninguna parte que se inicia con un cadáver flotando en un río y termina con la amenaza de otra muerte anunciada, la de unos amantes que la afrontan sin miedo, decididos a abrazar la vida (la muerte como parte natural de ésta).
Debo confesarles que no me considero entusiasta de los filmes históricos que el francés Georges Delerue ha tenido en suerte trasladar al pentagrama, pulcro en su acercamiento a las fuentes musicales de la época, algo limitado a la hora de trascenderlas y convertir los relatos en fábulas atemporales. Ni en sus acercamientos a la Inglaterra de Enrique VIII, a través de las graves miradas de Thomas Moro ("Un hombre para la eternidad") o de Ana Bolena ("Ana de los mil días"), ni en sus aproximaciones al Renacimiento o a las Cruzadas con "Los Borgia" y "Thibaud el cruzado", Delerue ha sido capaz de lograr despojarse de las ataduras temporales de sus relatos, anclado en la mera ambientación histórica (sin negar el valor musical de todas ellas). Si bien, todos los casos citados encuentran su justificación en el carácter episódico de la trama, "Paseo por el amor y la muerte", como ya se ha apuntado, se convertía en la perfecta excusa para un análisis musical que partiendo de concesiones lógicas a la época retratada (flauta de pico, clavecín, viola de gamba, laúd), supusieran una exploración de paradigmas igualmente presentes a finales de los 60.
El problema no radica en la instrumentación usada, sino en cómo sirve ésta a la narración. Delerue, como es lógico, otorga gran primacía al tema de amor de Heron y Claudia. El mismo progresa magníficamente desde el plano más teórico de sus inicios (representa los postulados que sobre el amor tiene Heron) al más carnal y emotivo de su epílogo (una vez Claudia y Heron lo descubren, lo hacen físico). Sin embargo, todas las subtramas que rodean la verdadera historia que quiere contarnos Huston carecen de un tratamiento musical que las consolide.
Sólo cuando Delerue entra de lleno en estas digresiones parece que la música logra trascender su mera adecuación histórica o ambiental. Como bien apunta Carlos Heredero en su ensayo sobre John Huston, uno de los aspectos más importantes de "Paseo por el amor y la muerte" radica en la trayectoria diferenciada que sufren los dos personajes principales de la película. Mientras Heron pasa del idealismo inicial hasta el horror de matar de manera absurda, tomando partido por una clase a la que no pertenece, Claudia describe la trayectoria inversa, desde la confortabilidad de su posición social acaba por comprender la dolorosa injusticia y brutalidad de sus iguales para con el campesinado. Delerue soluciona estas inversas trayectorias centrándose en el personaje de Heron, buscando asimilar irracionalidad y parodia, con el fin de convertir a aquella en más cruel e inútil. En el encuentro del joven estudiante con una trouppe de gitanos, estos simbolizan una escena en la que un caballero es atacado por los campesinos. Delerue introduce un tema tosco para percusiones que deja al desnudo la brutalidad de la representación ("Gipsy Pantomime"). No incluido en esta edición de Intrada, el maestro francés reutilizará el tema cuando Heron da muerte a un joven campesino, mostrando además la reacción adversa de Claudia ante el asesinato. Aquí la música alcanza sus mejores logros, precisamente por su acento narrativo. La escena concluye con el más excelso corte de la grabación, "Heron´s Remorse", allí donde Delerue expresa sabiamente los remordimientos de un Heron que ha traicionado sus principios pacíficos, realizando un sublime ejercicio de contención y subrayado musical, incidiendo en lo que no se ve, llegando al corazón del relato.
Con un sonido irregular, la presente edición de "Paseo por el amor y la muerte" viene a recuperar una de las partituras más emblemáticas del compositor francés, por ende su única colaboración con Huston. Un austero trabajo al que le sobra elegancia y pulcritud, aunque porqué negarlo, uno acabe echando en falta una pequeña dosis de mala leche.
23-abril-2007
|