Manuel Ruiz del Corral
Más sombras que luces en el score de “The Last Mimzy”, firmado por un Howard Shore esquivo, quizá más enmarcado en sus proyectos operísticos que en la música de cine (véase el siguiente enlace al respecto). Es Shore, no en vano, uno de los compositores más importantes del panorama actual, un maestro en el trabajo del concepto musical, y en última instancia, de la creación en si misma. Si bien sus ejecuciones no siempre son brillantes (y jamás será recordado o “tarareado” por sus melodías), su obra –cualquiera que sea- fluye sin escisiones: partiendo de un concepto que nace en la esencia de la misma música, y creciendo hacia la más profunda emoción asociada a la imagen.
“The Last Mimzy”, por situar al lector en la dimensión más cinematográfica, está basada en una corta historia de ciencia ficción de Lewis Padgett. En ella, dos muchachos descubren una caja de juguetes venida del futuro, y tras ello, desarrollan habilidades especiales, tan maravillosas como terroríficas.
La aproximación musical de Shore, en un género fílmico más fresco que en sus últimos trabajos (“The Departed”, “A History of Violence”), deja bastante que desear, en concepto y ejecución. Así es que, lo primero que llama la atención (y especialmente en Howard Shore), es la carencia de un concepto sonoro bien trabajado, siendo la partitura un conjunto de pastiches sonoros sin concepto unificador claro (aunque la omnipresencia de un leitmotiv engañe al oyente menos avispado). Puede decirse que la aproximación general del score es de tipo intimista y sin sobresaltos, aunque está lleno de inconsistencias estilísticas que parecen responder más a necesidades de urgencias e incidentalidad que a un criterio creativo.
Por otra parte, la ejecución de la mayoría de los pasajes es “a vuela pluma” (sin trabajo de líneas y texturas, y repitiendo sistemáticamente varios recursos). Ilústrese esta afirmación con un breve análisis del leitmotiv principal del score, y núcleo de toda la partitura (véase, el inicio de “Mandala”). Su construcción melódica es ciertamente predecible (excesiva repetición de los intervalos que dan soporte al motivo inicial de cuatro notas), sin una forma clara, y sin una estructura armónica que lo soporte de forma coherente (Shore nunca ha sido un gran melodista, y en este caso, la melodía parece haber sido construida de forma atropellada). Esto, unido a que la ejecución de este leitmotiv está presente en casi todos los temas, sin ningún tipo de variación (tonal, melódica, rítmica, armónica o timbrica), puede dejar exhausto a cualquier oyente interesado.
El abuso del leitmotiv principal se une al ulterior abuso de determinados recursos musicales. Véase, el uso de los tremolos en la cuerda, la formación de acordes progresivos en cluster para incrementar de tensión (“Palm Reading” “Help!”, “Can I Talk” y tantos otros), los escasos recursos de orquestación utilizados (abuso de la sección de cuerda, minimizando, aunque presentes, el uso resto de familias orquestales) y el uso del piano como color musical, simulando una melodía cálida, pero sin construcción formal (no deja de ser una vaga improvisación sobre los acordes elegidos, un recurso bastante cómodo y funcional de composición).
El último “pero” es la calidad de la grabación. El sonido es bastante opaco y plano en frecuencia, con poco brillo, lo cual contribuye a una vaga sensación de repetición y carencia de desarrollo musical (unido a los aspectos anteriormente comentados).
Repasemos algunas virtudes del trabajo, más allá de los conceptos generales. “Whidbey Island” nos presenta un desarrollo melódico interesante, de carácter inocente e infantil, cuyo desarrollo y ampliación posterior es bastante limitada (por ejemplo, encontramos una referencia en “Beach”, pero una vez más sin trabajo musical de variación, rearmonización o reorquestación).
“I Have to Look”, “Eyes” y “Through the Looking Glass” pueden considerarse los puntos álgidos del score. El primero de ellos, por su intensidad emocional superior a la media (asociada al uso de la percusión, y al carácter más oscuro de la armonía utilizando Shore sus tan característicos intercambios modales); el segundo, por su original uso de los armónicos de la cuerda contra el clarinete; y el tercero, por su sensación de coda y finalización (el arranque de las trompas sorprende en cierta medida), presentando una evolución bastante interesante hasta la aparición, una vez más, del leitmotiv principal sin aportar valor.
Tal vez malacostumbrados a la calidad conceptual y musical de Shore, la sensación final del score es algo vaga, pero con momentos puntuales destacables, especialmente en el último tramo del CD. Esperemos que las energías del maestro estén puestas en virtud de futuros proyectos de cinco estrellas (estamos convencidos de ello).
10-abril-2007
|