Miguel Ángel Ordóñez
En 1982, Al Pacino andaba enfrascado en la búsqueda de un proyecto que le congratulara con público y crítica tras el fiasco que había supuesto “A la caza”, a las órdenes de William Friedkin. Lejos quedaban sus papeles estelares en “Serpico”, “Tarde de Perros”, “El Padrino” o “Justicia para todos”. No es de extrañar pues, que Pacino decidiera probar suerte en un terreno como el de la comedia, género revitalizado a principio de los 80.
Sin embargo, la historia de un autor teatral que ve como su vida se tambalea cuando su mujer decide irse a vivir con su amante dejando a su cargo cinco hijos, resultó ser un vehículo poco apropiado a sus intereses. Una comedia familiar que tendía en exceso al drama y al vacío existencial, acabó por desconcertar a una audiencia expectante ante la vis cómica del actor. Tampoco ayudó la plana dirección del artesano Arthur Hiller tras la cámara.
El éxito de la almibarada “Love Story” había colocado a Hiller en una posición de privilegio en la industria. Sin embargo, sus proyectos durante la década de los 70 no acabaron por cumplir las supuestas expectativas. Era el comienzo de una fructífera relación, en el apartado musical, con Henry Mancini, destacando en trabajos como la cómica “Silver Streak” (El expreso de Chicago), el biopic para la Universal “W.C.Fields and Me” (magnífico score sólo disponible en formato LP), en una clara apuesta de la productora hacia ese género (de este mismo año destaca “Gamble and Lombard”, con aparatoso score a cargo de Michel Legrand) y el atípico film de vampiros “Nightwing” (Alas en la noche). Instalado en la Fox, iniciados los 80, Hiller volvería al drama romántico con “Making Love” (Su propio amor), un auténtico fiasco del que sólo podemos rescatar el furtivo ejercicio de estilo de Leonard Rosenman, evitando caer en los clichés de la más rancia sonoridad a la Lai.
Esa fútil acción consistente en sacar a la luz partituras rechazadas para disfrute del ávido coleccionista, adquiere una nueva dimensión en la edición puesta en circulación por el Club de la Varése Sarabande respecto de “Author, Author!”. En la misma no sólo asistimos a dos concepciones musicales sumamente dispares, sino a la posibilidad de reinterpretar un film desde dos lados antagónicos. El score rechazado de Johnny Mandel incide en el lado dramático del personaje, ahonda en su personalidad contradictoria y asume los hechos narrados desde una perspectiva triste y evocadora, potenciando el circunstancial argumento romántico. Demasiados peligros para una interesada en el pasatiempo, en el trasfondo cómico de la función, en las divertidas situaciones producidas a partir de un hecho trágico. Ese precisamente es el punto que ataca directamente Dave Grusin, con una obra desenfadada, deudora de su sello, cercana a los postulados de la comedia sobre clase media americana en problemas, transitada con habilidad por el de Colorado (“El cielo puede esperar”, “Tootsie”).
Ambas obras arrancan asentadas sobre un punto de partida común: la existencia de un tema central sólido que sufre de variaciones a medida que la trama progresa, adaptándose a un amplio abanico de emociones y escenarios. Grusin pinta el suyo alrededor de una pegadiza melodía, con estructura de canción pop, sostenida sobre cuerdas, saxo y loops percusivos entregados al sintetizador (“Main Title Theme”). Mandel, por su parte, prefiere centrar esfuerzos en la vertiente más personal del protagonista, con un cálido y suntuoso tema – abrigando formas propias de los 50 – pleno de lirismo y encanto (“Real One”).
Mientras Grusin se limita a explotar variaciones nostálgicas del tema central (“Always Leaving”) o realizar transiciones que funcionan como ingrediente necesario para escenas de tono intimista (“Opening Night”), entrando incluso de lleno en el pragmatismo de la música diegética (“Out and About”); Mandel estructura su score desde bases más reflexivas (“Reels Five and Six”) sin perder por ello ápice alguno de credibilidad en su denodado intento por rescatar aquellos elementos que más se alejan de la comedia familiar, explorando mediante el empleo de voces solistas (guitarras, maderas…..) la consecuencia del acto que desencadena el propio argumento (el abandono), centrándose en la figura del autor. Una apuesta comercial, la de Grusin, que desiste en ahondar en aquellos aspectos psicológicos reflejados en la obra de Israel Horovitz, frente al interés de Mandel por escudriñar los efectos derivados de la ruptura familiar y el propio caos en el que queda sumido el dramaturgo de la ficción (Pacino), sin por ello renunciar a pequeñas acotaciones cómicas que descansan en el uso del silencio y los ritmos sincopados (“Real Nine”) o abiertamente abrazan la extrapolación clásica (“Real Twelve”, con el uso de “Las cuatro estaciones” de Vivaldi) .
Dos ideas válidas que remiten al verdadero oficio del músico de cine: encontrar la llave que sin traicionar el sentimiento argumental, conduzca la historia hacia caminos ligeros o graves sin necesidad de remontar el material fílmico.
6-abril-2007
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