Raúl García
Desde luego que al tildar el largometraje que nos ocupa de estilizado mundo barroco, rebosante de excesos, y carente de sencillez en su desarrollo (con un desconcertante lenguaje metafórico), no hay duda que nos encontramos a Peter Greenaway tras la cámara y guión (incluso tras el pincel de los cuadros que vemos en secuencias de la película). La forma de expresar sus mundos oníricos, analizados pormenorizadamente, donde cada plano simula tal lienzo de la época, con pomposos vestuarios, diálogos de investigación enciclopédica y complejos y vacíos mundos personales... todo ello lo convierte en un cine de autor muy particular. Tan particular como el compositor que da vida a la partitura que acompaña a las eclécticas imágenes: el inglés Michael Nyman.
Sin lugar a dudas, esta obra es considerada por muchos como un punto de inflexión en la carrera profesional del inglés como compositor de bandas sonoras para el cine (ya que como músico ajeno a la imagen, tiene otra carrera tan importante como desconocida por la mayoría, algo de lo que él mismo reniega). Una obra que sentó bases y que fue la caja de Pandora de un nuevo estilo a contracorriente con las orquestaciones clásicas, deudor entre el minimalismo y la expresión sincera y directa del autor.
La trama del film es más bien sencilla y lironda: un dibujante joven y ambicioso es contratado por la esposa de un poderoso y adinerado aristócrata para que plasme en cuadros su “hacienda”, en un total de 12 lienzos, y que curiosamente, los honorarios de los mismos serán cobrados con favores sexuales de la mujer (e hija). Si la trama la situamos en el siglo XVII, observamos el nombre completo del hacendado, Mr. Herbert de Compton Anstey Witshire, y el invitado incidental en las escenas (la pintura barroca), damos por entendido que nos hallamos ante un metraje de época, -barroco, claro está-, sin mayor trascendencia que lo que ocurra entre el pintor y el extravagante elenco de protagonistas adjuntos, con fotografía y vestuario muy exuberantes y recargados, y una historia que a la postre se encierra totalmente en su localismo.
Fácil sería pensar por muchos que la banda sonora consistiera en una simple adaptación de los grandes clásicos del barroco (John Blow, Händel, Thomas Augustine Arne y William Óbice, entre los ingleses) para situar las notas en la época señalada. Y aunque es cierto que Nyman ha sido un acérrimo admirador de la música barroca del también inglés Henry Purcell, y que su estilo bebe directamente de esta fuente, la grandeza de esta soundtrack reside ante todo, en que conforma la génesis del estilo sui generis del compositor, una marca tan rompedora con los convencionalismos como admirada por gran parte de los aficionados. Impronta que supo modernizar sus fuentes clásicas con la inclusión de instrumentos emergentes del siglo XX (saxo, bajo eléctrico...).
El director se sirve de la banda sonora para crear un binomio estructural en su cinta. Así por un lado, tenemos las densas conversaciones, dificultosas, metafóricas, en espacios pequeños, oscuros y claustrofóbicos; y por otro, disfrutamos de las vistas de la hacienda en pleno horario diurno, con cuidados paisajes y cielos ensoñadores. Es aquí donde la música de Nyman nos rescata de aquellos densos diálogos; y es en las escenas diurnas, donde la solitaria acción de dibujar, se asocia magistralmente con el sonido nacido de la batuta del compositor inglés, para engancharnos de nuevo al metraje, cual aire fresco en una sofocada tarde de verano.
Ya en el primer corte del disco, “Chasing Sheep is Best Left to Shepherds”, nos encontramos a modo de tema central con toda una declaración de intenciones del compositor, una lección magistral que nos desnuda al mínimo detalle las bases de su nuevo estilo, rompedor e innovador, el estilo Nyman. A base de vientos, finos para la melodía central, y más gruesos para la base rítmica, se acompaña de violines para crear esa estructura musical tan representativa del británico, donde las notas se repiten una y otra vez, en una creíble reiteración in crescendo que nunca llega a la explosión musical final. Nótese que el crescendo se logra a través del ejercicio de subida de octavas en la instrumentación de aire. Una especie de multi-ciclo musical que te engarza, te cautiva, te lleva en volandas sin nunca llegar al puerto final previsible que sería el staccato de cierre.
El mismo tema lo tenemos orquestado, a base de mayores violines y base rítmica con bruscos saxos, en el principio de la pista “A Watery Death”, para luego dar paso a otro popurrí cíclico con el que finiquitar la canción; al igual que hallamos pequeñas reminiscencias del mismo en “Queen of the Night”.
Note el lector en la escucha del compacto, el hecho de que hay cortes como “A Watery Death “ y “Queen of the Night” que formalmente se circunscriben en su desarrollo a la utilización del recurso de cambio de frase melódica a mitad de track, con nuevas orquestaciones, cadencias y su “unidad mínima de repetición”, dando mayor frescura y dinamismo al final de la misma.
Igualmente, otro rasgo adjunto ahora al grueso de la partitura es su escueto y cortante final, donde las orquestaciones no tienen puerta de salida y con el uso de unas mínimas notas se valen magistralmente para alcanzarla.
Fantástico es el corte “The Garden is Becoming a Robe Room” donde con unos indescriptibles violines, Nyman nos regala dos bellas melodías que se nos reiteran una y otra vez, una de ellas en una primera parte del tema y la otra más en las postrimerías, como hemos comentado anteriormente. Melodías ambas que se entregan irremisiblemente a un aire desgarrado, apenado, lleno de dolor.
Una banda sonora eminentemente concebida para vientos, con melodías escuetas pero orquestadas repetitivamente hasta la saciedad que en la edición de la Virgin se conforman en pistas muy desarrolladas, todas alrededor de los cinco minutos, y con la inclusión de una suite, “Bravura in the Face of Grief”, donde se revisita ampliamente el tema principal y destaca un saturado final a base de órganos.
Resultan vanales las dudas que pudiera suscitar la adquisición de este trabajo de Nyman, tanto por la calidad de sus notas, como por constituir las primeras muestras del que será su reconocible estilo. Una estación de obligada parada para todo aquel iniciado al compositor que quiera empezar a conocerle. De hecho, dada la relevancia que tuvo este éxito en la carrera del inglés (Incluidas múltiples referencias al score a lo largo y ancho del medio audiovisual, en formato de TV, documental, publicidad…,), el mismo Michael Nyman, al crear su colección de álbumes ”The Composer´s Cut Series”, (lanzado por su discográfica, MN Records), incluyó merecidamente como primer volumen esta preciada joya.
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