Pablo Nieto
Hay una delgada línea roja que separa un producto de ser aceptable a poder ser catalogado como bueno. Sin embargo, ahora hablamos de “Serpientes en el Avión” , y válgame dicha aseveración para transformarla en un chiste de mal gusto, donde la única delgada línea roja es la banda sonora de aquel compositor alemán, que los mal informados siempre han considerado protector de Trevor Rabin. No es culpa del compositor que le ofrezcan películas de estas características, y no seremos nosotros quienes juzguemos su aceptación por parte del aludido. En Hollywood, hay factores que priman por encima de las cualidades artísticas del producto. Más que calidad, prima la cantidad... de dinero, por supuesto. El dinero, enmascarado bajo producto “friki” (fenómeno habitualmente reivindicado por supuestas minorías, que en realidad no son más que mayorías que imponen sus caprichos al resto de la sociedad, amparándose en una falsa discriminación), es por supuesto el combustible principal del avión donde conviven todo tipo de especimenes bípedos con muy malas intenciones, junto a rostros conocidos como Samuel L. Jackson, y otros menos conocidos (por ahora) pero igual de atractivos como Elsa Pataki.
Poco podemos decir de una película, construida sobre el arbitrario capricho de un público más preocupado de no mancharse su ropa con la salsa de los “nachos”, que de buscar una lógica articulación argumental. Quien diga que el cine comercial siempre ha sido enemigo de la calidad o de lo “artístico” (otro término secuestrado por snobs), es que ha visto poco cine.
Varèse Sarabande hace bien en editar todo lo que cae en sus manos (y lo que no cae, lo busca, como la extraordinaria edición de la saga “Karate Kid”). Por supuesto, Rabin siempre es un caramelo apetecible para la discográfica americana, puesto que guste o no, el californiano tiene un índice de ventas más que aceptable y una legión de fans notable. Sin embargo, si sigue ofreciendo “productos” como éste, su público va a terminar cansándose de él. “Armaggedon”, “Remembers the Titans” y hasta “Deep Blue Sea” todavía siguen provocando buenos momentos a determinados sectores, pero con “Serpientes en el Avión” vuelve el Rabin deslavazado, incoherente, estruendoso de scores como “The Glimmer Man”, “The One” o “Dos Policías Rebeldes 2”.
Sin duda es evidente, que tal y como es concebida esta película, se necesita una partitura con golpes de efectos, más cercana al género de terror que a la acción made in Bruckheimer. Pero, ni con esas consigue que su música supere la lamentable calidad de la cinta (ahí es donde se diferencia de compositores como Christopher Young, capaces de coger films de dudosa calidad, y que su impronta y eficacia no se vea menoscabada de ningún modo).
Por primera vez en mucho tiempo, Rabin elude introducir un leit motiv bien definido. Sólo acordes vacíos, mal enlazados, parecen conformar la única melodía más o menos clara del score. Así que, si esto que suele ser su habitual baza y el momento de gloria en todas sus bandas sonoras, ni siquiera puede ser destacado, pues casi que apaga y vámonos.
De los trece cortes de la edición de Varèse (lo mejor es la duración, 37 minutos que pasan rápido), observemos lo anteriormente comentado respecto al tema central en “Snakes on Crack” y “Evacuation”. “Going Down”, “Snakes Kaban” y “Reptile Wrecker”, parecen pretender ofrecer algo distinto, pero no son más que los típicos cortes de acción que abusan de la electrónica y los ritmos machacones. Fuegos de artificio que apenas cogen altura se estampan contra el suelo.
Quizás, repito, quizás, la apuesta de Rabin por asociar musicalmente la amenaza de las serpientes con sonidos electrónicos ondulantes o chirriantes (“Snakes Spread” o “Snakes Kill”), pueda ser la única justificación para no dejar al compositor con su casillero vacío en la valoración final del score. Razones las hay y más que suficientes.
23-marzo-2007
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