Gorka Cornejo
“Teresa, el cuerpo de Cristo” es un buen ejemplo de cómo a veces los problemas y errores estructurales de una película pueden ser parcialmente cubiertos, reconducidos, maquillados por una excelente banda sonora, si bien la trascendencia y gravedad de tales errores hacen que buena parte de la calidad, coherencia y pertinencia de la música se vea dramáticamente perjudicada.
Al margen de debates ideológicos o directamente teológicos sobre la interpretación que Ray Loriga hace de la figura de Santa Teresa, de una superficialidad escandalosa para el que suscribe, la película resulta una farragosa concatenación de escenas, breves, demasiado escuetas, reiterativas o insuficientes, casi todas acabadas con un fundido en negro inexpresivo, que lejos de profundizar en los personajes y situaciones se limita a bosquejar sucintamente datos, referencias, líneas de acción sin poder evocativo alguno. Por si fuera poco, Loriga apuesta por una heterogénea mezcla de estilos o tonos narrativos difícilmente asumibles como partes coherentes de un todo: al estilo realista místico “a lo Dreyer”, con esa austeridad herreriana en la puesta en escena, le sucede la iconoclastia pop de las escenas de ensueños y arrobamientos, pasando por cierto expresionismo gótico para los tormentos y expiaciones que Teresa se auto-inflige, hasta encallar en el parche documentalista con que se cierra la película, con esos rótulos informativos a lo panel iluminado de museo provincial, en el que se nos recuerda que Santa Teresa es una de las figuras literarias más representativas del llamado Siglo de Oro español. Para colmo de males, nos encontramos con una protagonista, Paz Vega, cuya incapacidad para plasmar sentimientos de tanta complejidad arrasan con las pocas posibilidades de hilación que le quedaban al ya caótico y desmembrado relato de Loriga.
Sin embargo, nada hay de desdeñable, sino todo lo contrario, en la aproximación musical de Ángel Illarramendi a un tema complejo y delicado como el que pretende mostrar la película. Su partitura es un ejercicio de desnudamiento estilístico, concentración y sobriedad. A diferencia de la propia Paz Vega, que no es capaz ni siquiera de trabajar un acento diferente (o al menos una dicción comprensible) para representar a Teresa, Illarramendi se empapa del personaje, bucea en sus entrañas y escribe una música llena de dolor y ternura que no se limita a ambientar sino que estructura y define, casi en solitario, la película de Loriga. Es Illarramendi quien se encarga de definir dos conceptos antitéticos, enfrentados desde el comienzo de la película, que servirán de guía a lo largo de la narración: por un lado está Teresa, en una lucha interna llena de desasosiego, en busca de luz, de pureza, en busca de Dios, lo que inspira al compositor una música etérea, electrizante, que evita la melodía y se concentra en expresar ese anhelo, imprimiendo altura y trascendencia a un personaje terrenal y confuso. Es la música que encontramos en los títulos de crédito, sin duda uno de los momentos más originales y efectivos de la película. Por otra parte, Illarramendi dedica una música sombría, pero siempre sobria, al contexto religioso y social que envuelve a los personajes, un mundo oscuro protagonizado por la Inquisición y su atmósfera opresiva y persecutoria.
Establecido este contraste, Illarramendi va más allá aportando al menos otras dos líneas temáticas que enriquecen al personaje: en su proceso de purificación y búsqueda, Teresa cree necesario la eliminación del cuerpo, de la materia, y por ello se tortura, se fustiga y aplica cilicios, sangra y sufre hasta rayar la propia muerte. Illarramendi dedica a estas escenas una música tierna y honorable que en su contraste con las imágenes logra trascender el acto físico para hablarnos de lo que tienen de entrega amorosa. En segundo lugar, cuando Teresa decide fundar un nuevo convento, superada ya su crisis, iniciando así una nueva etapa en su vida, Illarramendi trastoca todo el planteamiento musical desarrollado hasta el momento e introduce un nuevo tema, esta vez sí melódico y asertivo, edificante, como símbolo del nacimiento de una nueva Teresa, equilibrada, feliz, con un objetivo claro en la vida y una obra por realizar. Es la música con que se construye el final de la película, un bloque pletórico y emocionante que cierra lógicamente el planteamiento de Illarramendi, cada vez más complejo y sutil en estos menesteres.
Pero si bien la aportación de Illarramendi es absolutamente esencial, nada puede hacer para reflotar un barco que se hunde sin remedio. En una película supuestamente centrada en temas espirituales, es la música el único elemento que verdaderamente habla de amor, de entrega y devoción con elocuencia y expresividad. Illarramendi se esfuerza por comprender al personaje de Santa Teresa, por explicar sus sentimientos y traducirlos a música. El problema es que, si bien la estrategia musical llevada a cabo por el compositor vasco, es decir, la arquitectura de la banda sonora, es simple y llanamente perfecta, la pobreza dramática de las imágenes hacen necesaria la presencia constante de un correctivo compensatorio creando una dinámica que acaba por resentirse. Atado a la estructura secuencial de una película sin alma, el esfuerzo de Illarramendi resulta insuficiente para mantener la emoción y la identificación entre público y protagonista.
Es lamentable que los dos últimos trabajos del compositor, esta “Teresa” y la inmediatamente anterior “Los Borgia”, coincidan en una cosa: que la desconcertante incompetencia narrativa de sus guionistas y directores condenen a las magníficas partituras que han inspirado a una presencia cinematográfica errática. Nos queda el consuelo de las ediciones discográficas, donde Illarramendi sigue mostrándose como uno de los más inspirados compositores de cine de la actualidad. Pero, por encima de todo, la mediocridad de “Teresa” como película no debería escamotearnos una realidad innegable: la excelente madurez de un músico, cada vez más perspicaz y sutil, en pleno uso de sus facultades cinematográficas. Lástima que no todos estén a su altura.
20-marzo-2007
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