José-Vidal Rodriguez
Unos cogen la maleta y otros la dejan. Esta expresión podría aplicarse a la última oleada de compositores europeos que cruzan el charco hacia tierras estadounidenses, y que en el caso de Frederic Talgorn se enmarca con claridad en el segundo supuesto. El compositor de Toulouse fue durante mucho tiempo un músico circunscrito casi a la serie B en su estancia durante más de diez años en los USA; y ello pese a escribir alguna que otra partitura destacada y francamente asimilada al estilo de composición yanqui. Su absoluto ostracismo en la industria hollywoodiense, provocó a finales de los 90 la vuelta a su país natal, en donde el músico galo parece estar viviendo una segunda juventud creativa.
Si ya partituras tales como “Prèsident” o “Les Aiguilles Rouges” evidenciaban una mayor frescura y libertad artística que la ofertada antaño por Talgorn en los USA, este ”Molière" confirma totalmente su excelente estado de forma y lo acertado de su decisión de regreso a Francia, en donde poco a poco empieza a ocupar los huecos dejados, por ejemplo, por su “exiliado” colega Alexandre Desplat. Tanto es así que su próximo proyecto en ver la luz, es toda una superproducción del cine galo: “Asterix en los Juegos Olímpicos”.
Dirigida por Laurent Tirard, "Molière" ahonda en los años menos conocidos del genial dramaturgo galo, narrando su época de penurias en prisión, de la que será liberado por el acaudalado burgués Jourdain a cambio de que el por entonces joven actor, le enseñe interpretación. Moliére acabará enamorándose de la mujer de Jourdain, Elmire, mientras que por su parte el marido centrará su atención en la venenosa Célimène, en un curioso cruce de pasiones que forjará la futura inspiración del gran autor parisino.
Ante tal marco cronológico y temático, Frederic Talgorn se aferra a las sonoridades del siglo XVII para escribir un score eminentemente clásico en las formas, salpicado en todo momento por figuras plenamente identificables en la estructura musical barroca de la época; pero que en su definición puramente melódica, sigue por contra parámetros de corte contemporáneo, algo que convierte a la partitura en un sutil ejemplo de acercamiento al entorno de Molière, sin perder un ápice de interés para oidos menos acostumbrados a aquélla corriente artística.
Si con un adjetivo tuviésemos que definir la partitura, ese sería sin dura el de colorista. Talgorn no escatima esfuerzos en ahondar en texturas vitalistas, jalonadas por una serie de melodías que, salvo instantes puntuales, enfatizan la elegancia y elitismo de un periodo histórico trascendental para el arte.
El magnífico tema inicial asociado al personaje de Molière (uno de los más retentivos que le hemos podido escuchar al autor en años), constituye ya una declaración de intenciones por parte de Talgorn, quién en poco más de un minuto construye una deliciosa frase a base de repeticiones, con cierta estructura de jovial sarabanda, dejando a las claras que la orquestación tendrá una gran trascendencia en el devenir musical del score. No en vano, el oyente podrá percibir en todo momento esa intencionalidad camerística en la que el sonido del clavecín, instrumento fundamental en el barroco -y especialmente en Francia, como lo demuestran grandes autores de la época como Jean-Baptiste Lully-, se fusiona de manera perfecta con la rotundidad de unas amplias y limpias cuerdas, conformando los cimientos sobre los que se asienta no sólo este fenomenal corte de apertura, sino la práctica totalidad de la obra.
A su lado, en tono más bucólico y ligeramente alejado de estructuras plenamente barrocas, se erige como segundo fragmento en importancia el tema de Elmire (“Molière et Elmire”), ese gran amor de juventud de Molière. Una relación que marcará dramáticamente al escritor, como perfectamente retrata Talgorn al pentagrama en los apesadumbrados acordes del “Mort D´Elmire”.
Ya más optimista, para el motivo dedicado al objeto de deseo del burgués Jourdain, el compositor confía de nuevo en el clavecín, que trasnmite el deseable grado de exclusividad y delicadeza para el “Thème De Célimène”, probablemente el ejemplo más claro de sometimiento a las reglas musicales barrocas de todo el compacto.
Lejos de constituir un verdadero defecto, el incisivo uso que del “Thème De Molière” realiza Frederic durante gran parte de la película, logra mitigarlo el autor a base de ofrecernos variaciones muy atrayentes de su principal frase (de hecho, el tema sólo suena de forma idéntica en aquél primer corte y en el reprise de motivos del “Generique de Fin”). Ejemplos de lo anterior los encontramos en el “Page Blache”, “Arrivée De Molière Chez Jourdain” o en el emotivo “Départ De Chez Jourdain”, corte de envidiable progresión que en su último minuto reserva otra florida y hermosa rendición al motivo del protagonista, lo suficientemente cautivadora como para constituir uno de los auténticos highlights del compacto.
La brillante “Past Times, Past Lives”, un exquisito ejercicio melódico con cierta estructura de cánon y marcado halo de pesadumbre (aún siendo un corte ajeno al filme), clausura un trabajo soberbiamente orquestado y ejecutado, en el que igualmente destaca la habilidad de Talgorn para acercar las formas de la música barroca a nuestros días, dotando a su material de un trasfondo lírico gracias al cuál, aún el oyente más vanguardista, podrá paladear el indudable empaque y calidad de la obra. Muy recomendable.
2-marzo-2007
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