Pablo Nieto
El fútbol americano, como ejemplo de superación, metáfora del sueño americano, suele estar muy presente en la industria de Hollywood. Historias pretendidamente conmovedoras y épicas, con el trasfondo de un juego tan artificial como incomprensible. Se nota, que muchos productores sienten añoranza de su pasado universitario, de las juergas Alpha Kappa Delta, de los embarrados entrenamientos en los estadios de la Universidad, de las broncas de los entrenadores…
“We Are Marshall” se basa en la historia real del equipo de fútbol americano de la Universidad de West Virginia, y el trágico accidente de avión que sufrió el 14 de noviembre de 1970, falleciendo 75 personas entre jugadores, entrenadores y amigos, cuando regresaban a casa de jugar un partido contra la Universidad de East Carolina.
Con los cercanos precedentes de “Remembers the Titans”, “Varsity Blues” o “Gridiron Gang”, este film aporta un punto de vista más humano y dramático. La superación de la tragedia de todo un pueblo que se ve afectado, la reconstrucción del equipo, el drama de los supervivientes. Dirigida por el poco insigne Mc G (“Los Ángeles de Charlie”), y protagonizada por David Strathairn, Matthew McConaughey y Matthew Fox, estamos ante una de las propuestas más gratas de la temporada.
Musicalmente hablando, el nombre de Christophe Beck no es de lo más estimulante en el panorama actual. Un compositor omnipresente, con un ritmo de trabajo exagerado para los resultados que ofrece, y del que se espera poco o nada. Sin embargo, “We Are Marshall” nos presenta un Beck diferente. Es más, tomando como referencia sus trabajos anteriores: estamos ante un Beck sobresaliente. Sobrio y contenido, inspirado melódicamente, solvente con el aspecto dramático del film, contundente en la descripción de emociones y de poderoso sinfonismo para el clímax del film.
Un score construido en torno a un pegadizo y relevante tema central, en la mejor tradición coplandiana de trompas y cuerdas, y que bien podría haber sido firmado por los compositores fetiches de las películas “made in NFL”, como son Trevor Rabin y Mark Isham. El tema de trasfondo triste y envoltorio noble y sincero, será desarrollado con profusión durante todo el score.
A diferenciar, eso sí, la presentación y el desenlace, cuya única interconexión es la retentiva melodía central. El principio es todo un homenaje, un triste adelanto de lo que está por pasar. El himno de los “Marshall”, introducido en el primer corte, tendrá sus consecuentes desarrollos en otras piezas como “Winning is Everything” o “Annie and Chris”. Del homenaje pasamos a las consecuencias. Todo un reto para Beck a la hora de pretender resultar creíble en el punto de inflexión de la cinta. Para ello, opta por un tono elegíaco de la música como demuestran los cortes “Breaking News”, “Our Boys Plane” y “Aftermath”. Son estas tres piezas (por otro lado, las más alejados del convencionalismo sinfónico), las que acreditan la solvencia y calidad de esta partitura. El tono sobrio comienza a desgajarse en “Nate Plea”, reapareciendo el tema central en pasajes como “Sons of Marshall”, “Rebirth” o “The Young Thundering Herd”.
Atención a la acertada y trabajada labor percusiva de Beck, introduciendo ritmos y redobles de banda universitaria para describir el fragor de la batalla en el campo de juego (“Marshall v East Carolina” y “Marshall v Xavier”).
Llegamos al desenlace, y lo mejor es no andarse con rodeos. Los cuatro últimos cortes de este disco, y por extensión del score, constituyen algunos de los momentos más estimulantes e inspirados del año. Beck desata una fuerza y un talento musical oculto hasta el momento, y como poseído por el espíritu del Newton Howard más sinfónico, sin olvidar las lógicas reminiscencias goldsmithnianas, nos regala unas versiones grandilocuentes y compactas del tema central. Movimientos de gran poderío en los metales y percusiones, con vibrantes staccatos y emocionantes crescendos. Una auténtica delicia, que arranca en “Game Day”, continúa en “Second Half” y rompe en “Touchdown”. El último corte del disco, “From the Ashes we Rose”, es todo un homenaje final a los fallecidos. Intenso y profundo, donde las cuerdas brillan especialmente.
Está claro que los prejuicios existen para que otros critiquen a sus poseedores. Con Christophe Beck, hasta la fecha, era fácil caer en el juego de la incomprensión y crítica. Tras su soberbia composición para “We are Marshall” todo cambia. Por fin ha conseguido transmitir algo. Ya no habrá incomprensión, pero sí decepción si volviera a incurrir en sus defectos de antaño. Por suerte ya tiene en su casillero un touchdown.
1-marzo-2007
|