José-Vidal Rodriguez
Cuatro años antes de enrolarse en la adaptación al celuloide de las aventuras de la tripulación del Enterprise, el director Robert Wise abordó en 1975 un filme enmarcado dentro del cine “de catástrofes” tan de moda por aquella década, cuyo argumento estaba basado en un evento real que conmovió en su momento a media humanidad.
Allá por 1937, el Ministro de Propaganda nazi Goebbles impulsó un viaje tripulado transatlántico en dirigible, para el que la potencia alemana utilizó el descomunal “Hindenburg”, auténtico “Titanic” del aire dotado de un colosal sistema de navegación por hidrógeno. Partiendo de la ciudad de Frankfurt acabaría su trayecto en New Jersey, en lo que supondría una muestra más al mundo del poderío creciente del Tercer Reich. Pero lo que aconteció con el zeppelín a su llegada el 6 de mayo a tierras estadounidenses, pasaría a los anales de la historia como uno de los accidentes aéreos más trágicos y significativos, con aquellas recordadas escenas del dirigible incendiándose y desplomándose al suelo, causando la muerte a 35 de las 97 personas que se encontraban a bordo.
Sobre este suceso verídico, Wise introduce en la trama la teoría del sabotaje defendida por algunos analistas de la época, a través del personaje de George C. Scott al que se encomienda la misión de descubrir durante el trayecto al posible conspirador y evitar que cumpla con su objetivo. El resultado es un filme al menos entretenido -buena muestra de la profesionalidad del cineasta-, que incluso se alzó con dos premios de la Academia en sus apartados técnicos.
Para poner acordes a este drama con tintes de thriller, un David Shire en pleno auge creativo (un año antes componía esa joya llamada “Pelham, 1, 2 ,3”), escribe una partitura en donde su música se enmarca dentro de un claro estilismo “añejo”, con ciertas reminiscencias del Hollywood clásico (lógicas como referente cronológico de la trama), y de un tono que tan pronto transita por los márgenes de lo elegante y lo comedido, como posteriormente se convierte en un eficaz ejercicio de suspense y dramatismo, manejando para esto último texturas nada convencionales e igualmente imbuidas de notable impacto visual y complejidad.
Partiendo de lo anterior y analizando el score en su conjunto (de curiosa brevedad, teniendo en cuenta el extenso metraje de la cinta), observamos dos partes claramente diferenciadas en cuanto a su tratamiento musical: el grueso de cortes descriptivos del ambiente a bordo del vuelo, entre los que encontramos, por ejemplo, agradables ejercicios de distinguido elitismo melódico a violin (“Col. Ritter and The Countess”), y la parte correspondiente al acercamiento enfático al suspense, presente ya en temas iniciales como el “Suspect Montage“, pero explotado al máximo en los tres cortes finales del compacto.
Para esta última aproximación musical, Shire se aferra a ejercicios disonantes a las cuerdas, de evidente tono tenso, premonitorio y a la vez elegíaco. Cortes áridos, nada agradecidos, pero plenamente identificados con el devenir de la trama, y en los que resulta curioso atender a las leves reminiscencias que algún fragmento presenta con la famosa pieza clásica “Gayane Ballet” de Khachaturian (aquella suite que los aficionados recordarán por su uso en el filme “2001”, o por su no acreditado “homenaje” en los títulos principales de “Aliens”).
A medio camino entre estos dos acercamientos, Shire compone un gentil tema central asociado al mastodóntico zeppelín en cuestión, que en palabras del propio Robert Wise ”se configura como una semi aria a trompeta con soporte de orquesta sinfónica”. Tema en el cuál, desde ese tono ligeramente bucólico que elude magnificencias orquestales más previsibles, percibimos un especial cuidado en las orquestaciones, dando una singular preponderancia no sólo al estupendo solo de trompeta a cargo de Thomas Stevens, sino también a esos coloristas devaneos a maderas, claramente enfocados a crear esa sensación de “espacio abierto” y del lento pero imponente navegar del “Hindenburg”.
Fuera ya de esta ambientación netamente instrumental, el compositor se las ingenia también para escribir una socarrona canción a lo Gerghswin (“There´s A Lot To Be Said For The Fuehrer“), con la que los entendidos en el lenguaje de Shakespeare esbozarán más de una sonrisa, escuchando la paródica letra dedicada a la figura de Hitler y a la corriente fascista de la época. Baste reproducir al castellano su última y premonitoria estrofa: ”Hay mucho que decir de los Nazis, y espero que se diga a tiempo”. Toda una declaración de intenciones.
Finalmente, es justo reseñar que, por una vez, la usualmente odiosa técnica de añadir diálogos del filme en el score aislado, tiene aquí sin duda un efecto más que justificado. La inclusión del simulado noticiario de la época, en el que se presenta el proyecto “Hindenburg” (“Newsreel Prologue”), sirve de interesante introducción tanto del filme como del álbum; pero es sin duda la célebre narración radiofónica del accidente por el reportero Herbert Morrison, la que convierte el último corte “Retrospective & End Titles (Hindenburg Theme)” en un fragmento de especial dramatismo, superponiéndose los acordes disonantes de las cuerdas a las lágrimas y la voz entrecortada del periodista. Corte francamente sobrecogedor que finalizará con una nueva rendición al ”Hindenburg Theme”, para clausurar el score en forma circular y melancólica.
Del talentoso David Shire nace, por lo tanto, una partitura ciertamente compleja y atractiva, que aún careciendo de instantes de suma brillantez a retener en la memoria, resulta a la postre muy acertada en casi todos sus planteamientos estructurales. Algo austero para amantes de lo melódico, este sobrio trabajo requiere varias escuchas para apreciar, en su justa medida, la pluralidad de matices con la que Shire va predisponiendo musicalmente al espectador para la inexorable catástrofe final.
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