Pablo Nieto
Cualquier parecido entre “Cartas desde Iwo Jima” y “Banderas de nuestros padres” es mera casualidad. Si el segundo es un film irregular, torpe y desangelado, la visión japonesa de esta cruenta batalla es una mirada madura y otoñal, con personajes bien definidos y secuencias que se graban con fuego en la cabeza y el corazón del espectador, que asiste hipnotizado a un nuevo regalo de virtuosismo de Clint Eastwood.
“Cartas desde Iwo Jima”, refleja con amargura la resistencia (utópica) del ejercito japonés. Don Quijote contra la lógica aplastante americana. Claustrofóbica y opresiva, con acertados flashback nostálgicos, Eastwood ensalza desde Iwo Jima tres valores fundamentales: familia, amistad y patria. En el fondo son todo uno. Un mensaje tradicional no escondido, arropado por un oportuno contrapunto crítico a la necedad humana. A la inutilidad de las guerras. A la locura transitoria que provoca el silbido de las balas, y el borboteo de la sangre. A como, las tradiciones no pueden llevarse hasta las últimas consecuencias. Todo hombre tiene un límite, sea de un bando u otro.
En el apartado musical, una noticia buena y otra mala. La buena es que Eastwood se olvida de realizar el score (todavía no es un superhéroe); la mala es que del mismo se encargan su hijo Kyle Eastwood y el músico Michael Stevens. Ambos novatos en estas lides. Una inexperiencia de la que, sin duda, sufre la película.
Su score no por simple es malo. El problema radica en su utilización. En la esencia final del mismo. Es un trabajo artificial, erróneamente utilizado en la película (culpa atribuible también al director). Pretendidamente nostálgico, pero tristemente desubicado.
Dos son los motivos temáticos sobre los que se construye su propuesta. Un omnipresente leit motiv, sencillo que busca emocionar, sin conseguirlo. Con un aire melódico, que toma prestado las notas del himno nacional japonés. El piano y las cuerdas son los protagonistas de su primera propuesta. La segunda, es presentada a través de un marcha militas, con redobles de tambores y metales (trompas y trompetas). Es quizás ahí donde radica su principal problema. Está bien que se quiere evitar el recurso a la instrumentación japonesa, pero resulta incongruente que un film que busca dar realismo a su propuesta (diálogos en japonés, fotografía de época, planos homenaje a Kurosawa, respeto a las tradiciones niponas) se olvide en el apartado musical de seguir por esta línea. Presentado en el “Main Title”, tendrá consiguientes variaciones en el íntimo “Letters Montage”, “Kurabayashi Farewell Letter”, “Kuribayashi Pleads For Death” y “End Titles Part. 1”.
El otro motivo, también aporta bien poquito. Típico tema asociado a la muerte, tanto real como figurada. Disonante, ambiental. Cuerdas sostenidas y apuntes de piano (a modo de efecto, más que como recurso melódico). “Preparing the Battle”, “Suicide” o “Enemy Fire” son buenos ejemplos. Un híbrido de ambos temas lo podemos escuchar en “Shimizu Past”, “Nearing the End”, “End Title part 2”, siempre en un tono grave y apagado. Y no podemos terminar sin referirnos a la curiosa canción diegética cantada por un coro de niños japoneses “Song for the Defense of Iwo Jima”. Reveladora escena, en la que el gobierno, a falta de aviones, armamento y soldados, el Imperio recurre a apelar al hogar a través de esta inocente canción, que conmueve a Kurabayashi y sus hombres. Apenas medio centenar de soldados, dispuestos a sacrificar su vida aún a sabiendas de que no servirá para nada.
Ojalá Eastwood siga regalándonos películas tan redondas como esta en los próximos años. Íntimas o épicas, sus historias tienen un interés superior a la media. Esperemos, que con el tiempo aprenda a valorar la música que acompaña a dichas historias. Saber delegar también es una virtud.
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