Verónica Mellado
La última de la trilogía se salda con un nuevo record, bastante esperado y proclamado por otra parte, de nominaciones, premios, buenas críticas y alabanzas, que recupera la visión positiva con que el espectador recibió la primera cinta de la trilogía de González Iñárritu y Arriaga, “Amores Perros” – cinta que ya vaticinaba el personalísimo toque sentimental, que no sentimentaloide, de su director, para narrar historias de hombres y mujeres, de azares y caprichos, de relaciones y destrucciones – y que, tras sucumbir quizás al exceso en su segundo filme “21 gramos” recupera de nuevo con “Babel”.
Babel es la reminiscencia mitológica que explica la ambición del hombre y su condena. ”Babel” es una historia de incomunicación. De las consecuencias de dicha codicia.
Del desierto de ladrillos de Tokio, pasando por el marroquí, sin olvidar el de Nuevo México, cuatro historias se entrelazan. Un matrimonio americano (Pitt y Blanchett) buscando en el aislamiento un punto de encuentro para recuperar su comunicación; una asistenta mexicana que bajará a los infiernos de la inmigración tratando de compatibilizar sus tradiciones con sus obligaciones para con los hijos del matrimonio; dos hermanos marroquíes que dejan volar su imaginación a través de un peligroso juego de trágicas consecuencias; una adolescente japonesa sordomuda, rechazada por su incapacidad y que sólo a través del sexo ve salida a un futuro en soledad.
En torno a las costumbres del autor
Uno de los factores claves de esta fábula, e hilo conductor de la historia es su onírica y ajustada banda sonora. Gustavo Santaolalla elabora una composición poco agradecida, ajena a fuegos de artificios. Metódica, sobria. Árida como el desierto que lo invade todo. Solitaria y evocativa. Hermana de sangre del “Paris-Texas” de Ry Cooder. Su rupturismo con los cánones clásicos de composición, con la predecible resolución de escenas, con las imposiciones de la industria americana, le colocan a la vanguardia de una revolución que el mismo se niega a liderar. Y sin embargo, la lidera. Tras ganar el Óscar por “Brokeback Mountain” (mucho más lírica que este trabajo), lo que menos se esperaba era un cóctel molotov como “Babel”. Pero aquí está.
En un año de escasez, debemos aferrarnos a la desnudez de esta partitura para tratar a comprender la verdadera esencia de la función de la música cinematográfica. Santaolalla se preocupa de ayudar el film, y de adecuarse humildemente a las reglas del montaje, a los largos silencios ventosos, al sol abrasador.
Cohesión entre su música, las imágenes, y las canciones que pueblan este universo de desencuentros: cumbias, folk de factura indie y tex-mex para la celebración en Méjico, club sessions en el contemporáneo Japón junto al intimismo obsesivo y preciosista de Hisaishi, que también acompaña escenas de Marruecos, al abrigo del mundo oriental en sus diferentes interpretaciones.
Escenas y temas. Diferencias y encuentros
Santaolalla nos regala un interesante arreglo de su mítico “Iguazú” (un clásico de la introspección minimalista, para guitarra), y sobretodo cohesión.
Sakamoto interpreta la pieza de tempo mezzo, “Bibo no aozora”, y por ello también, completamente desoladora, con vientos de fondo en canon constante acompasando el leit- motiv, que acompaña a las escenas que transcurren en Japón. Historia esta, la oriental, más desvinculada de sus compañeras de minutaje, y también por eso, quizás la más sorprendente y comentada.
El tema “Deportation” utiliza la guitarra como motor de arranque y el viento in crescendo para hablar de la miseria humana, con inquietud, con movimiento, con desesperación y, finalmente con aceptación en tierras hispanoamericanas.
La cuerda de origen árabe, sobria y grave, utiliza la voz como acompañamiento de reminiscencias musulmanas en “Tazarine” tema de aceptación de los hechos por la fe, de bonanza desinteresada, de súplica no escuchada. Disonancias electrónicas, con aproximación arábica complementa la sonoridad de cada pieza. Esa abstracción musical, tan de diseño, pero a la vez tan poco apreciable fuera de su particular oasis visual.
El fin de la trilogía del sentimiento y el azar
Fiel a sus obsesiones, Santaolalla concluye la saga con la satisfacción de haber logrado el fin que parecía pretender desde sus inicios: no es la película en sí lo más importante, sino suscitar, a través de cada personaje, sentimientos empáticos que tanto incomodan como emocionan al espectador. Sus personajes evolucionan a base de golpes de suerte –buena y mala– y eso siempre nos recuerda -nos guste o no- la evolución azarosa de nuestra propia vida.
Cada escena tiene su tema musical -¿o es al revés?– porque con el tándem Santaolalla y González Iñárritu es difícil discernir donde concluye el lirismo más cruento o la realidad más poética.
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