Manuel Ruiz del Corral
Comienza a ser difusa la línea que separa el sonido de la música en el cine, lo que es una ambientación de lo que es una composición musical. Porque, no nos engañemos, el arte de la música es una disciplina estudiada y trabajada formalmente desde hace más de 400 años (me remito a la formalización del sistema temperado y al estudio de la armonía, el contrapunto y la forma como entidades independientes y Rameau y Bach entre otros).
El compositor desde entonces siempre ha hecho frente, pentagrama y pluma mediante –o secuenciador y teclado MIDI-, a los mismos problemas, estilísticamente diferenciados según épocas: la creación melódica, su desarrollo, el movimiento de las masas sonoras, el equilibrio orquestal, el balance dinámico entre los diferentes elementos, las articulaciones y la expresividad de cada línea instrumental, las sucesiones armónicas y sus implicaciones tonales (o a-tonales), la consolidación de la forma musical de la composición, etc etc.
Ante toda esta vorágine de conceptos, y discúlpese la frivolidad, la creación de ambientes sonoros estáticos, con armonías someramente estimulantes y ritmos pulsantes, es algo en manos de cualquiera con un poco de suerte y un bagaje de un par de buenos libros de armonía y orquestación moderna (y esto último, ni siquiera, teniendo en cuenta que en muchos casos el trabajo del compositor de cine se reduce a la línea melódica y los cifrados, dejando el “resto” para el orquestador).
No se discute en esta reseña el talento creativo de Alexandre Desplat (ya que entra dentro del plano más subjetivo, y desde el que suscribe, Desplat es un compositor francamente interesante), sino la preocupante tendencia de Hollywood a demandar este “nuevo” concepto musical. Este “falso” minimalismo, donde la mera repetición de armonías y pulsos rítmicos delegan cualquier desarrollo conceptual en la sucesión de imágenes, parece estar de moda. (véanse “Batman Begins”, “World Trade Center”, “The Prestige”, “Brokeback Mountain”, “Babel”, etc.). Y a las obras maestras de Reich, Adams o Glass me remito, como “verdadero” minimalismo, donde lo estático y la repetición son un medio, y no un fin en sí mismo.
Situación preocupante, pues degenera la labor del compositor musical hacia la de un mero ambientador con conocimientos musicales, o en el peor de los casos, hacia la de un técnico de sonido. Premiar este tipo de trabajos (oscars, globos de oro, etc), y enaltecerse hasta el extremo por parte de la crítica y el aficionado -fácilmente guiado por los estimulantes resultados “sonoros”, que no musicales-, supone una marcada contradicción con la historia de la música de cine, y en muchos casos, una falta de criterio inquietante. Consideremos que muchos de estos críticos han desprestigiado, relegado y triturado obras de maestros -como Williams o Goldsmith- por no tener melodías tan brillantes como en sus reconocidas obras maestras, o repetir un sonido ya asimilado… sonido, que dicho sea de paso, es infinitamente superior en calidad creativa, técnica y musical que el que ahora vanaglorian y premian (es fácil encontrar en ocho compases de estas obras más criterio musical que en todo el score de “The Painted Veil”).
Con esta exposición de motivos, “The Painted Veil” es un buen ejercicio de ambientación musical, de resultados estimulantes, centrado en su parte más melódica en las estéticas del “grupo de los seis” (grupo de compositores franceses, encabezado por Satie, Poulenc y Milhaud, que unieron concepto estético sobre 1920) y en concreto, en la afamada Gnossiene nº1 de Satie. Este concepto melódico está presente en “Kitty´s Theme”, “River Waltz” y similares, resultados claramente clonados de estas estéticas, con alguna que otra licencia debussyana.
El resto del trabajo es un cúmulo de ambientes pulsantes pseudo-minimalistas –con cierto toque oriental-, basados fundamentalmente en un motivo de cuatro notas, de orquestación sencilla, intimista y retocada en estudio, que marcan en momentos el estilo personal de su autor. El trabajo de todas las líneas melódicas (en el piano, fundamentalmente) es deliberadamente simplista, pero no por ello carente de emoción o estimulación sensorial (veánse “The Lovers”, o “The Painted Veil”, puntos álgidos del CD y que nos dicen bastante del talento de su autor más allá del marco estilístico).
“The Painted Veil”, un trabajo que continua la línea de bandas sonoras de limitada construcción musical, que ahondan en un concepto sonoro totalmente relegado a la presencia de la imagen -discutible desde el punto de vista artístico y según opiniones- pero por supuesto funcional y estéticamente estimulante. Y en manos de Desplat, desde luego, el resultado siempre va algo más allá de una vaga ambientación, dad a la indiscutible calidad del autor galo, cada vez más en boca de todos.
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