José-Vidal Rodriguez
John Morris, un octogenario compositor de exquisito estilo pero de escaso bagaje cinematográfico (unos 50 scores en cerca de 40 años de profesión), es otro ejemplo más del típico autor de indudable solvencia, defenestrado desde hace tiempo por la caprichosa industria hollywoodiense. Aún contando con una merecida nominación a los Oscar por aquella onírica partitura para “El Hombre Elefante”, su relación con el Séptimo Arte se ha visto prácticamente limitada a dos nombres claves en su carrera: Mel Brooks, cineasta con el que debutó en el celuloide en 1968 con “Los Productores”, y al que ha puesto acordes a varias de sus producciones posteriores (hasta que el joven Hummie Mann le robó el puesto de músico fetiche de Brooks); y Gene Wilder, actor que acudiría al compositor de New Jersey en casi todas las películas en las que intervino también como director.
Pasando de largo alguna que otra obra muy comercial, pero con mínima intervención de la música incidental de Morris (como pudieran ser “Dirty Dancing” o “La Mujer de Rojo”), una de sus partituras más conocidas para los aficionados es ”Spaceballs: La Loca Historia de las Galaxias”, insulsa comedia paródica dirigida y coprotagonizada por Mel Brooks, que obtuvo gran éxito popular en su momento. Un Morris ciertamente alejado de su estilo, limitado por el contexto del filme a referenciar musicalmente texturas ajenas, compone sin embargo un sobrio y entretenido trabajo cuya mejor virtud la hallamos en la destacada forma musical de potenciar lo grotesco y pretendidamente cómico de las mil y una payasadas mostradas en la cinta. Bien es cierto que Morris se mueve -como tantas otras veces se vio obligado- en un género que no explota en absoluto sus verdaderas cualidades; lo que no le condiciona, en cambio, para cumplir el expediente con suma efectividad y ante todo, gran profesionalidad.
Así las cosa, y partiendo de que este ”Spaceballs” no es sino una disparatada parodia de la saga “Star Wars” (Rick Moranis haciendo de un peculiar Darth Vader, o el orondo John Candy enfundado en un ridículo disfraz a lo Chewbacca), las referencias musicales a la franquicia de George Lucas son inevitables, hasta si me lo permiten necesarias. Pero no las únicas.
De este modo, el autor compone un estupendo tema central (“Main Title”) en forma de grandilocuente marcha a metales, equiparada levemente a la famosa sintonía de John Williams, si bien Morris acude ahora a una frase que, ya en las formas, rezuma de entrada ese aire de socarronería y comicidad buscados (con efectos sonoros de láser incluidos).
A partir de este tema, el compositor dota al filme de un colorido plenamente sinfónico y vibrante, normalmente salpicado de los meritados homenajes a scores ajenos, pero logrando mantener en términos generales una clara coherencia temática, siempre asentada sobre una serie de ideas musicales que se repiten cíclicamente durante gran parte del trabajo.
Así, en una de las secuencias cómicas más salvables del filme (la nave enemiga de descomunal y ridícula estructura, que tarda varios minutos en atravesar la pantalla), el compositor referencia de nuevo a Williams con el famoso prólogo a cuerdas utilizado en “Tiburón”, recurso que repetirá en todos aquellos instantes en que volvamos a ver la nave en cuestión. Para el personaje que parodia al maestro Yoda, utiliza el tema central de los títulos de crédito con cariz más emotivo, en sendas apariciones del corte “Yogurt´s Goodbye”. Igualmente, el pomposo “Mega-Maid” aglutina texturas que rememoran en cierta forma al clásico “Also Sprach Zarathustra” de Richard Strauss. Así mismo, escucharemos repeticiones al metal ciertamente williamsianas en pistas tales como la segunda mitad del “Taking Her In / Lonestar & Barf Enter as Guards / Lonestarr-Corridor / After Stunt Doubles”, o el último minuto de la pista 18, trepidante corte que acompaña el hilarante enfrentamiento final del héroe Lonestarr con “Dark Helmet”, que sin embargo es subrayado musicalmente con mucha seriedad -no exenta de cierta socarronería- por Morris.
No obstante, quizás sea el motivo asociado al paraje desértico donde aterrizan accidentalmente los protagonistas (“First Desert / Desert Playout”, “Desert, Thirsty, March, Falls”), el más curioso y disfrutable en sus intenciones paródicas, al introducir Morris una florida melodía de tintes arábigos que homenajea claramente el poético tema central de “Lawrence de Arabia”. Incluso más de uno esbozará una leve sonrisa al escuchar la archiconicida “Colonel Bogey March” de “El Puente Sobre el Río Kwai”, asociada ahora a las pequeñas criaturas moradoras de las arenas (“Dink March”).
En definitiva, como comprobará el lector, la partitura es durante muchos instantes un conglomerado de referencias a material preexistente, al que Morris dota de cierta clase orquestal y de perfecta integración en el filme.
Pero sin duda, el autor encuentra un momento propicio para deleitarnos, ya sin intencionalidades paródicas sino plenamente virtuosistas, con la elegancia retro del hermoso “Love Theme”, un motivo que apela a la “vieja escuela”, al Hollywood clásico, presentando una frase con reminiscencias de Steiner, de Tiomkin, tan distinguida como sorprendente dado el cariz más contemporáneo del resto del score. Tal calibre lírico adquiere la pieza, que será reversionada en el álbum hasta en una decena de ocasiones, destacando el uso de la misma, en clave triunfalista de resolución, del magnífico “Fanfare for Prince Lonestarr / Kiss / Big Finish”.
Proyectada en conmemoración al 19º aniversario del estreno de la película, esta desmesurada edición de La-La Land Records (ni más ni menos que 45 cortes, con múltiples -e innecesarias- versiones alternativas de algunos temas), abarca la totalidad de la música grabada para el filme, lo que supone incluir multitud de cortes que fueron desechados del montaje final. Pulcra edición que satisfará plenamente a los fans de este “Spaceballs”, mientras que al resto de aficionados dejará el grato sabor de boca de atender al innegable talento de John Morris, aun desperdiciado en este tipo de largometrajes que le impidieron explotar al máximo sus verdaderas aptitudes.
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