Pablo Nieto
Afrontar una valoración objetiva desde un punto de vista localista, puede dar lugar a largas y sesudas discusiones entre tus coetáneos. El romper los moldes de la escena musical también. Sin embargo, a día de hoy pocos moldes se pueden romper cuando todas las piezas son fabricadas en Hollywood, y las que no, por miedo al ridículo imitan hasta caer en los parámetros fijados por la industria americana. Esto es similar a lo que le ocurre al artista poco imaginativo, que para tratar de tapar sus notables carencias de conocimiento, opta por coger la plantilla del vecino y recubrir su limitada capacidad analítica, con un divertido tour de force de peyorativos y soluciones demagógicas. La verdad, es que hay que reconocer el talento para vender una mentira como una expresión más de la falta de credibilidad e integridad propia.
John Powell no pertenece a este tipo de especímenes, aunque durante mucho tiempo su reconocimiento fuera escaso. Las plantillas de Powell son las que el mismo elabora, respetando aunque no necesariamente compartiendo, los principios preestablecidos. Para destacar no hace falta ir contracorriente. Seguro que ni el propio compositor entiende como las críticas de antaño son virtudes actuales.
Decía Jane Austen: “Si empleo tantas horas en convencerme que tengo razón, ¿no será que existe alguna razón por la que temer que estoy equivocada?”. En esa duda permanente ha de vivir el compositor de cine. Inestable e introspectivo por naturaleza con su trabajo, con su obra, con su evolución. Tras abandonar los estudios Media Ventures, y emprender una carrera en solitario, John Powell parece empezar a consolidarse como un compositor referencial. Duele tanto que un compositor que ha crecido a la vera de Hans Zimmer y cuyos métodos de composición, esencia armónica y orquestal, e incluso clichés melódicos siguen bebiendo del alemán, que hasta se llega a negar ese pasado, o se buscan manos negras dentro de esa morada del mal, con la que suele definirse los actuales estudios Remote Control. Sería de agradecer un poco más de honestidad; sin embargo vivimos en una sociedad donde los intereses se anteponen a los valores.
Para ”Happy Feet” escribe uno de sus scores más completos, con un acercamiento cuasi-operístico. Pasando con su habitual eclecticismo de monumentales pasajes para orquesta y coro a otros mucho más intimistas e infantiles. Un "tuya-mía" en el que se instala el film, sin olvidar la cuidada y trabajada labor de producción orquestal a lo “Moulin Rouge” ejecutada por Powell, adaptando grandes clásicos de la canción a la propia dinámica del film.
Tras el fiasco de "Babe, el cerdito en la ciudad", poca gente confiaba ya en un realizador antaño brillante como el australiano George Miller. El director de la saga "Mad Max", ha debido respirar aliviado al comprobar como su “Happy Feet” le hace reverdecer viejos laureles, salvando de paso el flojísimo año de la Warner. La propuesta de “Happy Feet” tiene por objeto captar la atención de los más pequeños de la familia, pero sobretodo remover la conciencia de los mayores. Detrás de una divertidísima comedia, encontramos un drama trascendental, siempre de actualidad.
"Happy feet” nace tras cuatro años de desarrollo… curiosamente los mismos que necesitó “El Viaje del Emperador” o “Madagascar”, films donde los pingüinos son los grandes protagonistas (en esta segunda en un papel más secundario, pero necesario para salvar la cinta). En lo más profundo de la Antártida, si eres un pingüino Emperador y no sabes cantar no eres nadie. Mumble, hijo de las dos mejores voces de la comunidad, tiene una voz horripilante, pero baila como los ángeles. Pero sin voz Mumble nunca podrá encontrar su verdadero amor… así emprenderá su particular viaje vital. En búsqueda de su yo interior, pero lejos de tratar de ser o parecer quien no es, reivindicando su forma de concebir la vida, y sobretodo tratando de ayudar a su pueblo, quien sufre tiempos de enorme escasez alimentaria.
Sobre hielo o nieve, ahí es donde se desarrollan bailes y demás números musicales. Donde Powell asienta su orquesta y coro amenazando con provocar el resquebrajamiento de la superficie. Aunque haya dos ediciones discográficas de la banda sonora, en realidad estamos ante un cuerpo único, donde score y canciones conviven en perfecta armonía. Ejemplar y representativa la suite del score de la edición de canciones (“The Story of Mumble Happyfeet”). Pero sin duda merece la pena detenerse en la brillante producción musical de Powell. Elegantes y acertados, evitando el rupturismo entre estas y el score. Defecto muy habitual en producciones de estas características, en especial de la factoría Dreamworks, que debería tomar ejemplo. El score y las canciones nunca deben ir cada uno por su cuenta. El ejemplo de este “Happy Feet” esperemos que no caiga en saco roto.
Además de la reaparición del mejor Prince a través de “The Song of the Heart” (una estimulante recuperación del genio de Minneapolis), conviene destacar la labor de Powell arreglando a otro referente Motown como Steve Wonder, con las canciones "Tell Me Something Good" (interpretada por Pink) y “I wish”. Toda una delicia gospel con las voces de Fantasia, Patti Labelle, y Yolanda Adams, arropadas por el coro de 600 personas utilizado para la ocasión.
Una de las gratas sorpresas de la cinta, son los temas cantados por Brittany Murphy (que pone voz a Gloria). “Somebody to Love” y “Boogie Wonderland”, son dos auténticas delicatessen corales. Acertado también el medley de Nicole Kidman y Hugh Jackman, con versiones del "Kiss" de Prince y el “Heartbreak Hotel” de Elvis Pressley. Merece la pena, destacar otros momentos como el “My Way” de Sinatra a lo Gipsy King interpretado por Robin Williams, el divertimento de los Beach Boys “Do it Again”, y por supuesta la delicada voz de K.D Lang versionando el “Golden Slumbers” de Los Beatles.
No es fácil la concepción musical de un score para este tipo de películas. Un tour de force alocado, de situaciones y personajes que requieren un “punteo” específico. El éxito no radica en la brillantez de cada pieza, sino en la cohesión de de la diversidad. Powell nos ilumina con espectaculares pasajes para orquesta y coro (¡¡¡de 600 personas!!!, todo un hito en la moderna historia de la música de cine), coexistiendo con momentos donde los protagonista son el funky, el sonido Motown, el jazz y hasta el flamenco. Con su particular estilo melódico y orquestal, Powell imprime su sello vitalista a cada una de las piezas, y continuando en la línea seria y épica establecida en “X-Men: The Last Stand”.
Y es que ya en el primer corte del disco, presenta sus credenciales, y por supuesto reivindica sus orígenes al lado de su maestro, Hans Zimmer, con un evidente homenaje a “La Fuerza de Uno” o “El Príncipe de Egipto”. A continuación se presenta el divertido y juguetón tema de Mumble, con las guitarras como protagonistas, en cortes como “The Eggs Hatch” o “The Birth of Mumble” (“Yo Soy Sam”, presente), para seguidamente adquirir una nueva dimensión coral en el dinámico y emocionante “Wives Ho!”. Del preciosismo de “In My Room”, con canción cantada por los jóvenes pingüinos, pasamos a la solemne “Graduation”. Dos cortes que acompañan las primeras fases del aislamiento del pingüino. Sus dotes para el baile no concuerdan con el requisito del canto, imprescindible para cumplir su misión dentro del ciclo de la vida.
“Leopard Seal“ rompe la dinámica contenida y lírica de la partitura. Mumble descubre el peligro del mar, a través del furioso ataque de una foca leopardo. Obviamente, Powell dota a la secuencia de un grandilocuente tema de acción, con los metales y percusiones como grandes protagonistas. Este fatal encuentro, llevará a Mumble a “Adeiland”. Aunque sin duda, el corte más representativo del descubrimiento de este paraíso del baile y la diversión (una especie de Cuba Pinguina) es “Bob Led”. El aire latino de sus habitantes (con un brutal Robin Williams) se refleja en este dinámico pasaje que parece sacado directamente del “Mr. and Mrs. Smith”.
Justo a continuación, Powell se adapta al giro dramático de la historia. La aparición de la nueva linea argumental, donde el aislamiento de Mumble se deja en un segundo plano, siendo más preocupante la falta de alimentos y sobretodo la figura de los “alienígenas” (los humanos, responsables de la desaparición de la pesca). “Finding Aliens” supone la presentación de este omnipresente motivo . Un triste canto para orquesta y coro, de desgarrador fraseo melódico, perfectamente adaptado al toque apocalíptico de la escena.
El funky de “Lovelace Pile” (con gorgoritos femeninos incluidos), la tristeza de “Exile” y la solitaria balada spanglish de “The Leader of Pack”, ayudan a la adecuada transición argumental previa al anticlímax pesimista del film, destacando los deprimentes cortes “Fun Food store”, el vertiginoso “Killer Whales” y por supuesto la dramática versión del tema trágico de “The Alien Ships”. Secuencia en la que Mumble descubre los barcos pesqueros y trata desesperadamente de liberar a los peces de las redes. Un finale desolador, que presenta la primera moraleja de la historia.
Sin embargo, la película continúa. Mumble es rescatado por los humanos, y llevado a un Zoo. Allí, sentiremos su locura y desesperación a través del corte “In the Zoo”, y por supuesto la recuperación de sus ganas por vivir a través del baile en el emocionante “The First Contact”. Todos estos cortes con continuas variaciones y apuntes del nuevo motivo.
Tras el esperado “Mumble Returns” (con breve aparición de su tema), llegamos al enfrentamiento entre los defensores del canto, y los jóvenes pingüinos que tratan de introducir también el baile. “Tap Versus Chant” se acopla como un guante a esta sensacional secuencia. Un duelo que acaba con la épica aparición del helicóptero que ha seguido a Mumble (“The Helicopter”). Ha conseguido concienciar al mundo de la dramática situación de sus coetáneos a través del baile. Las cosas a veces pueden cambiar. No todo son los intereses económicos, y eso es lo que refleja la última secuencia del film. Epílogo musical para Powell, donde el tema dramático se convierte en un canto de esperanza.
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