Ignacio Garrido
Jerry Goldsmith se vio abocado durante mediados de los ochenta a la realización, no se sabe muy bien si por cuestión de modas, experimentación o demanda de los productores, de partituras interpretadas íntegramente por sintetizadores. Si bien es cierto el maestro ya había mostrado grandes dosis de curiosidad e ingenio a la hora de emplear efectos electrónicos en muchos de sus trabajos desde principios y mediados de los setenta como “La reencarnación de Peter Proud” o “La fuga de Logan”, uso que fue ampliando e incorporando de forma mas o menos precisa (según las voces que se alcen en contra de dicho empleo sintético en la configuración de composiciones eminentemente sinfónicas como “Legend” o “Lionheart” por ejemplo), no se puede negar que en algunos casos puntuales los resultados fueron cuando menos discutibles sino malos. “Runaway” es uno de esos casos.
Al contrario que obras como la esplendorosa “Hoosiers” donde el tratamiento sintetizado de una partitura de corte sinfónico obra por contraste con las imágenes y la historia de modo glorioso realzando la potencia y vigorosidad de las escenas hasta alcanzar una emoción absoluta, aquí al tratarse de un film policíaco salpicado de elementos futuristas, el sonido frío y moderno (de la época claro está) que ofrecen los teclados funciona perfectamente a nivel conceptual y visual (quien podría dudarlo, estamos hablando de Jerry Goldsmith), pero su cualidad expresiva queda claramente mermada en la audición ajena al film de la banda sonora, al notarse más que de costumbre en este tipo de partituras, que la escritura de la misma responde por defecto de fábrica del autor a una creación polifónica y politonal de carácter orquestal en alma, pese a que su cuerpo sea totalmente electrónico, lo que resta profundidad y emoción a la música en este caso.
Esta va a ser la tara principal de un trabajo abordado por otro lado sin demasiada imaginación y plagado de convencionalismos que no pocas veces parecen estar a punto de caer en un efectismo impropio del compositor, tanto en su vena romántica (los acercamientos al tema de amor son un tanto cursis en algunos momentos), como en la atmosférica algo insípida e incluso aburrida en los peores casos.
De las notas de la nueva edición “de lujo” (esta apreciación se deberá, supone un servidor, a la inclusión en la misma de temas inéditos y comentarios en su carpetilla del propio compositor, puesto que respecto a material fotográfico o datos de interés sobre el film la cosa brilla por su ausencia) recientemente editada por Varése en su nueva serie cd club y ya agotada por supuesto, dado que solo se trataba de una tirada de dos mil ejemplares (increíble pero cierto), se puede entresacar la idea de que el apartado en el que Goldsmith disfrutó realmente con esta composición fue durante su proceso de programación y ejecución. Tanto de las mezclas como de la experimentación con los sintetizadores, el compositor parece querer entresacar un sonido específico y determinado para con las imágenes del film, algo que consigue tan solo parcialmente.
Cuando se trata de exponer material temático melódico el maestro californiano no puede sino intentar emular torpemente en su intención el sonido de la orquesta, como se demuestra en los cortes “Main Titles” o “She Makes Pasta”, donde se desarrolla el tema central, una melodía sencilla y dulce que funciona a modo de melodía romántica en los momentos pertinentes. Mientras, en los pasajes atmosféricos, los resultados se debaten entre el acierto como en “Crazed Robot” (con un inquietante y acertado empleo del contrapunto percusivo de un motivo de cinco notas entresacado de “First blood” y un juego de texturas electrónicas) o el error en “No Interview” (de opaca sonoridad sostenida, inexpresiva y machacona). Para los momentos de acción Goldsmith se muestra algo más resolutivo y enérgico dando por resultado los mejores momentos del score como son “Alley Fight” o “Lockons” (el mejor tema del disco) que preludia lo que sería el tema central de ”Hoosiers” todo hay que decirlo.
No obstante el conjunto resulta tosco, de ideas primarias llevadas a cabo con poca sutileza, donde pasajes inicialmente prometedores como “Sushi Switch” acaban por perderse en artificiosos estruendos sonoros, mientras otras ideas más interesantes resultan demasiado repetitivas, como el mencionado motivo de cinco notas que aparecerá una y otra vez en “The Tap”, “The Computer” o “The Monitor”, o el tema central en “Luther Dies” y “No Luther” donde se ejecuta la versión más desarrollada del mismo alcanzando el límite de lo hortera por momentos.
En cualquier caso se trata de una composición olvidable, dirigida a completistas y acérrimos del autor, tan solo interesante para poder apreciar el interés de Goldsmith por las nuevas tecnologías (en su momento) y la aplicación de las mismas sobre las imágenes, objetivo que alcanzaría con muchos mejores resultados (salvo honrosas excepciones claro está) en su fusión con la orquesta y utilizando los recursos electrónicos tan solo como apoyo o sencillamente restringiendo su protagonismo total frente a un concepto más unitario del uso de los sintetizadores y la formación orquestal.
Merece la pena acabado ya el comentario sobre la obra, plantearse el por qué de esta reedición por parte de la casa Varése, aparte de por el (inútil, vista la cortísima duración de la vida comercial del disco en el mercado oficial) intento de recuperar un trabajo para el aficionado, más conocido por la dificultad para adquirirlo que por su calidad musical. Si esto continua; ¿cuántas ediciones más habremos de adquirir de trabajos menores de compositores importantes, cuando no directamente obviables, por la inclusión en los mismos de un mínimo material nuevo como es el caso (apenas 10 minutos frente a la edición original) mientras permanecen inéditas joyas como “Seconds”, “La Salamandra Roja” o “Damnation Alley” del mismo Goldsmith por ejemplo? ¿Quiere decir esto que quizás las siguientes vayan a ser “Link” o “Leviathan” (algo que nos vendría de perlas a unos cuantos contados coleccionistas pero que socavaría una vez más los bolsillos del aficionado mayoritario)? Nadie nos obliga es cierto, pero respecto a “Runaway”; ¿merecía la pena? La respuesta a esta pregunta es clara: no.
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