José-Vidal Rodriguez
Allá por 1985, la Cannon Films, aquella productora por excelencia del cine “casposo”, se lanzó a financiar con mayor despliegue de medios de lo habitual, un filme de aventuras basado en la popular serie de libros de H. Rider Haggard sobre el personaje del cazatesoros Allan Quatermain. ”Las Minas del Rey Salomón” fue la primera y más exitosa de aquella colección de novelas, y al mismo tiempo supuso la excusa perfecta con la que el torticero dúo de productores Menahem Golam-Yoran Globus intentó aprovecharse comercialmente del tirón del género de aventuras, renacido años antes al amparo de la exitosa saga “Indiana Jones”. Desde el vestuario, pasando por la trama, culminando con la estética..., prácticamente todo nos recuerda al imborrable personaje encarnado por Harrison Ford. Incluso John Rhys Davies, aquél actor que encarnara a Sallah en “El Arca Perdida” y “La Última Cruzada”, formó parte de un reparto encabezado por el ya decadente Richard Chamberlain y la por entonces novata Sharon Stone, cuya patética interpretación aquí lastró su carrera durante algún tiempo. La cinta, finalmente rodada por el otrora interesante J. Lee Thompson, no puede sino calificarse como uno de los mayores despropósitos cinematográficos de la década de los 80. Aburrida, cutre, de guión absurdo además de previsible, y tan sumamente empecinada en plagiar el estilo (e incluso ciertas secuencias) de la saga “Indy”, este ”King Solomon´s Mines” fue vapuleado por la crítica de medio mundo, y relegado por el público a un triste subproducto destinado a acumular polvo en las estanterías de cualquier videoclub. Pero sucedió que por aquél 1985, el maestro Jerry Goldsmith atravesaba uno de esos años de frenético trabajo en que no sabía decir “no” a todo proyecto que se le pusiera por delante, con independencia de su calidad artística. Este hecho explica su sorprendente participación en un filme tan insulso y olvidable, al cuál pondría con su música la única nota de calidad de la obra en cuestión.
Contando con un mínimo presupuesto, que le obligaría a grabar por primera vez con la modesta Hungarian Opera State Orchestra (por entonces, una agrupación prácticamente inédita en el ámbito cinematográfico), Goldsmith escribe un score ciertamente disfrutable y entretenido a oídos del aficionado, aún distando de contar entre lo mejor de su filmografía, y desde luego pese a las soterradas referencias musicales que salpican la partitura. Al respecto, asimilando el característico tratamiento de Quatermain ofrecido por los “brillantes” guionistas de turno, el compositor se permite guiños a la imperecedera obra de John Williams para “Indiana Jones”, algunas veces desde intencionalidades paródicas, pero en gran parte debido a la imitación clara del personaje con la estética de “Indy”. Curioso, porque si echamos la vista atrás un año antes, Jerry se vio obligado también a trabajar –esta vez, de manera expresa- con material de Williams: fue en la creación del score para la no menos nefasta “Supergirl”.
Por ello, el acercamiento a dicho estilo de composición williamsiano se traduce aquí no sólo mediante un tratamiento orquestal parecido, sino también a través de un desarrollo temático estructurado de forma similar, no exento de los inconfundibles momentos vibrantes del maestro californiano. Devenir temático parejo que arranca con la composición de una contundente marcha heróica para el protagonista (“Main Title - King Solomon´s Mines”), entregada a los metales a imagen y semejanza de la mítica “Raider´s March”, y reversionada -hasta la saciedad- en todos aquellos momentos en los que el Quatermain resuelve indemne todas las situaciones de riesgo; paralelismos que continúan con el inevitable tema de amor escuchado por primera vez en “Good Morning” (precioso, por otra parte) y que culminan con una serie de fragmentos tribales (“The Crocodiles”, “Ritual / Low Bridge”) que de nuevo nos traen a la memoria ciertas secuencias del “Indiana Jones y El Templo Maldito”.
Igualmente Goldsmith se encuentra, como antes lo hizo Williams en la saga de “Indy”, con el componente germano antagónico del héroe, representado en el enemigo número uno de Quatermain, el Coronel alemán Bockner. La solución a la que acude Jerry para su correspondiente leitmotiv, fluctúa a la postre entre lo paródico y lo previsible: el californiano incluye fragmentos de la archiconocida “Cabalgata de las Valkirias” de Wagner, que no sólo aparecen como música diegética -reproducida constantemente en el gramófono del Coronel-, sino que igualmente se integran en el material original del score (“Have A Cigar”, Forced Flight”).
Pero fuera de estos evidentes paralelismos, que seguramente deban achacarse más a las limitaciones creativas del músico ante tal engendro de filme, es justo reconocer que la impronta del maestro permanece inalterable en aquellos cortes que le exigen mayor complejidad, sincronía visual y en los que aplica, ya desde su estilo propio, esa ofuscación rítmica inimitable para disfrute de los aficionados. Pese a contar con una irregular orquesta, cuyos errores de ejecución (muy planos los metales) ejemplifican sus limitaciones a la hora de afrontar texturas frenéticas como las aquí ofrecidas, el autor nos regala instantes de su genuina y explosiva vigorosidad (“Pot Luck”, “Falling Rocks / Final Confrontation)”, destacando especialmente ese highlight del álbum llamado “Forced Flight”, todo un tour de force brillantemente concebido con la frescura de un resolutivo Goldsmith y la intachable orquestación de Arthur Morton. Con algún que otro leitmotiv lírico de suma elegancia (“Upside Down People”), y momentos resueltos con una comicidad orquestal muy interesante (el cierre a solo de violín del “Under The Train”, el primer minuto del “Dancing Shots”), la partitura acaba por convertirse, en definitiva, en un atrayente ejercicio musical de aventuras que se erige muy por encima de la media en este tipo de largometrajes, siempre y cuando perdonemos las evidentes referencias al universo musical de “Indiana Jones”. Un trabajo que, al fin y al cabo, denota la profesionalidad del inolvidable Jerry Goldsmith en su afán por abordar todo tipo de proyectos con o sin pretensiones, aún a costa de ensombrecer en cierta forma su impresionante currículum.
La presente edición expandida del sello Prometheus viene a mejorar ostensiblemente el sonido de todas las anteriores (incluido aquél compacto lanzado por Intrada hace varios años), gracias a una estupenda remasterización que agranda el rango del estéreo y amplifica el sonido ofrecido por el parco estudio de grabación húngaro. Eso sí, en cuanto a los temas inéditos incluidos, señalar que nos encontramos ante el enésimo “tongo” de la compañía belga -ya empieza a ser costumbre-, que se limita a incluir siete minutos adicionales, consistentes tan sólo en un copy-paste de material ya existente (“Theme from King Solomon´s Mines”), dos temas percusivos tan breves como totalmente prescindibles (“Drums & Chants”, “Pre-Ritual), y un corte que, esta vez sí, resulta al menos curioso como testimonio para el fan acérrimo del maestro californiano: el ”Jerry´s Ride”, en el cuál podremos oír al propio compositor poniendo un poco de orden en la orquesta y dirigiendo sendas tomas de la mencionada “Cabalgata de las Valkirias”.
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