Miguel Ángel Ordóñez
Para muchos, Hugo Friedhofer es un completo desconocido. Olvidado en numerosos tratados historiográficos, ninguneado por musicólogos entregados a contemporáneos suyos como Newman, Tiomkin, Steiner, Rozsa o Waxman, sería injusto no considerarle como uno de los grandes creadores de la Edad de Oro de la música cinematográfica. Sin ánimo revisionista alguno, su nombre puede equiparse al de los grandes creadores, como Herrmann o Raksin, en cuanto aportación de una voz propia y personal en un período dominado por los clichés románticos del Siglo XIX. Básicamente, porque Friedhofer evitó en numerosas ocasiones repetir las fórmulas musicales de su tiempo, cultivando diferencias respecto del resto.
Su carrera se inició en el campo de la orquestación, formando parte de esa pléyade de grandes arreglistas que surgieron en los años 30: Ray Heindorf, Conrad Salinger, Maurice de Packh, Earle Hagen o Ed Powell. Empleado por Leo Forbstein, director del departamento musical de la Warner, en 1935 entró en contacto con los grandes creadores musicales del Estudio, una vez fueron contratados para hacerse cargo de “La carga de la brigada ligera” y “Capitán Blood”. Steiner y Korngold deben mucho a la labor de Friedhofer.
Pero, sólo gracias al éxito de “Los mejores años de nuestra vida”, por el que obtuvo un Oscar, Friedhofer empezó a ser considerado un compositor con amplitud de registros, pudiendo asumir el liderazgo musical en producciones importantes. Requerido por Alfred Newman y la Fox en numerosas ocasiones, dos de estas producciones, “Seven Cities of Gold” y “The Rains of Ranchipur”, son el perfecto ejemplo de su metódico proceder. Ambas, enclavadas en una parte de su obra que podemos considerar como exploratoria de las raíces étnicas musicales. Terreno en el que Friedhofer legó obras de la talla de “Veracruz” y “El rostro impenetrable”, acercamiento a las raíces de la música mejicana y latina, “Flecha rota” respecto de la música nativa americana o “La sirena y el delfín”, en relación a la melodía de origen griego.
“Siete ciudades de oro” supone una nueva aproximación a la música hispana y mejicana, destacando por un tono mas elegante y formal que el realizado para los filmes de Aldrich y Brando. Quizás porque aquí Friedhofer, no toma la violencia como catalizadora de las emociones de aquellas, donde un lenguaje moderno y contemporáneo se perfila como predominante, logrando una de las grandes cimas en su carrera con “El rostro impenetrable”.
“Seven Cities of Gold” hace referencia a esa quimera en la que los descubridores españoles basaron gran parte de su interés en las tierras del Nuevo Mundo. La búsqueda de prodigiosas ciudades al Norte de Nuevo Méjico donde los tesoros constituían la panacea de personajes ávidos de leyendas y mitos. Cuando Francisco Vázquez de Coronado llegó a esas tierras en 1540, descubrió que Las Siete Ciudades de Oro no eran más que un desierto habitado por poblaciones que vivían en la mas absoluta pobreza.
Una posterior expedición llevada a cabo por el Capitán Portola (Anthony Quinn) en 1769 es la base de la historia narrada en este filme. El sediento deseo de riquezas y el ánimo expansionista de los conquistadores es reflejado por Friedhofer en su apertura de créditos. Un tema asociado a la expedición española que bebe directamente de las fuentes de Falla y Turina. Expuesto con cariz épico y heroico en el “Main Title”, el tema evoluciona hacia posturas mas dramáticas e introspectivas, reflejo de la inútil búsqueda emprendida, a medida que avanza el metraje, adquiriendo matices trágicos en “Portola Returns”, corolario de la fatiga y el desánimo de la expedición, donde las notas reaparecen mas largas y sostenidas, ausente los triunfales metales.
La segunda idea principal del score gira alrededor del elemento religioso introducido por el Padre Junipero Serra (Michael Rennie), sacerdote de una misión que vive con el único afán de mantener la paz y las buenas relaciones entre indígenas y colonizadores. Friedhofer la expone desde una perspectiva de enfrentamiento: sobre una marcha rotunda, el tema religioso emerge en “What´s the Color?” marcando distancias entre la agresividad del tema de los conquistadores y el cariz celestial que toma el aplicado al sacerdote, con notas ascendentes al violín y contrapunto de maderas y chelos (“Enough To Do”).
Una tercera, se aleja del concepto de leitmotiv para descansar en el color y el timbre que Friedhofer aplica a la población indígena. Acudiendo a una instrumentación exótica, el compositor perfila un universo salvaje y de tono místico con la introducción de percusiones agrestes y afiladas (“New Spain”,“With Beads”, “All the Orders”, “Indians Exit”).
Junto a este sabio manejo de la narrativa musical, la partitura de “Seven Cities of Gold” destaca por la introducción de ciertos motivos secundarios que lucen gentiles, como los escenificados en “At the Mission” e “In the Hut”, y por el cuasi impresionista tema de amor asociado a los amantes indios en “Jose and Ula”.
Por otro lado, los únicos quince minutos existentes de los masters originales de “The Rains of Ranchipur” complementan esta maravillosa edición. Remake de “The Rains Came” (1939), Friedhofer realiza un magnífico estudio de la música hindú del que lamentablemente sólo podemos disfrutar durante la segunda parte del “Main Title”. Centrando esfuerzos en un maravilloso tema de amor que ilustra la tormentosa relación entre Edwina Esketh (Lana Turner) y el Mayor Rama Safti (Richard Burton), Friedhofer logra dotar al conjunto de una poderosa dimensión trágica. Una lástima no poder disfrutar de esta partitura en toda su plenitud.
No queda más que recomendar efusivamente esta edición, con limpio y vívido sonido, muy por encima de las preexistentes de Tsunami (horrible sonido) y Marco Polo (reconstrucción floja a la hora de ilustrar la aventura, sosa en los matices). El punto negro, cómo no, reside en su formato limitado. Agotados los mil ejemplares de su tirada en sólo dos días, esta edición de Varèse no tendrá la amplia difusión que se merece. Aunque, ¿si no fuera por su carácter limitado a coleccionistas, hubiera logrado vender más de un ciento de ejemplares?. La pescadilla que se muerde la cola.
|