José-Vidal Rodriguez
Allá por 1968, el romano Ennio Morricone se había convertido ya en el precursor de un nuevo e imitadísimo estilo de musicar el western, o más concretamente los "spaghetti" westerns, el subgénero que le uniría de por vida a la figura de su principal valedor Sergio Leone. Por aquel entonces, ambos habían finalizado la memorable trilogía iniciada con “Por Un Puñado de Dólares”, continuada por “La Muerta Tenía un Precio” y clausurada con “El Bueno, El Feo y El Malo”, aunque todavía estaba por llegar en ese mismo año 1968, aquella joya cinematográfica y musical llamada “Once Upon a Time in the West”.
Entre tanto, un Morricone en pleno auge de su carrera continuaba siendo un músico muy solicitado en Europa poco antes de emprender sus incursiones esporádicas en los USA. Tanto es así que su participación en el filme ”Los Cañones de San Sebastián” parecía un secreto a voces, dada la temática y el presupuesto manejado por esta coproducción italo-franco- mejicana dirigida por Henry Verneuil, un cineasta que acudiría a los servicios de Morricone en varios de sus siguientes filmes (“El Clan de los Sicilianos” o “El Furor de la Codicia”, por citar algunos ejemplos).
La cinta, contando con un sólido reparto conformado por actores de la talla de Anthony Quinn y Charles Bronson, narra la singular historia de Leon Alastray (Quinn), un forajido que es tomado por predicador por los habitantes de un pequeño pueblo fronterizo, los cuáles viven atemorizados por los continuos ataques de una violenta tribu de Indios Yaqui comandada por el malvado Teclo (Charles Bronson). Precisamente será Leon el que arengue a los campesinos a liberarse de sus miedos para liderar un contraataque directo contra los enemigos Yaqui. Un filme al fin y al cabo, enclavada en el cine de aventuras, aunque adopte formas de aparente western.
Este último dato es importante a la hora de analizar el trabajo escrito por el italiano. Es innegable que la partitura contiene retazos (ciertas instrumentaciones, la intervención del famoso coro de Alessandro Alessandroni), del Morricone asociado al universo de Sergio Leone. Pero en términos globales, el autor se muestra aquí algo más ambicioso orquestalmente hablando, manejando una serie de texturas más complejas y potenciando con su música el devenir del argumento de una forma que, sinceramente, poco tiene que envidiar a su más popular “trilogía de los Dólares”.
De esta forma, el maestro estructura su partitura en cuatro bloques temáticos claramente diferenciados, tres de los cuáles oiremos ya de entrada en el primer tema ”The Overture”: los cortes en tono menor, dedicados al ambiente rural y a la apacible vida de los campesinos, caracterizado por ese preciso uso de la percusión y la guitarra acompañando a las cuerdas, que ejecutan la “campechana” y a la par esperanzadora melodía en cuestión. Leitmotiv que se extiende, en dicha obertura, hasta el segundo 50, y que asímismo es desarrollado con jovialidad en cortes como “Building The Dam” o en su aproximación más apesadumbrada en “Restoring Village” y ”Teclo Shamed / Surveying the Fields”.
En segundo lugar, el italiano dedica una suave frase a oboe, punteada por la guitarra, que compondrá el denominado ”religion theme”, o tema dedicado al capellán amigo del protagonista, el Padre Joseph (cuyos acordes podremos también apreciar en la segunda mitad del “The Long Trek“). Tema sutil, que evidentemente apela al recogimiento, a lo religioso, y cuya melodía se extiende sin solución de continuidad hasta el minuto 1:45, momento en el cuál hace acto de aparición la impresionante voz de Edda Dell´Orso, entonando los soberbios acordes del love theme de la partitura, el tercer bloque temático que entronca de manera muy peculiar con el anterior motivo del padre Joseph, al presentarse también en clave mística y cuasi religiosa, apelando incluso en mayor medida a lo celestial (algo que Morricone no sólo consigue melódicamente, sino en gran parte por la mencionada intervención de la brillante Dell´Orso). Lo cierto es que este tema de amor, aún con sus leves reminiscencias al famoso “The Ectasy of Gold” de “El Bueno, El Feo y El Malo”, describe de manera muy hermosa y pura la relación que surgirá entre Leon y la bella Kinita, especialmente en su rendición del corte 14; la frase la escucharemos en no pocas ocasiones a lo largo del score, continuas apariciones que, lejos de resultar reiterativas, enriquecen sobremanera la escucha aislada del CD y convierten a este fragmento lírico en uno de esos emotivos momentos que sólo el maestro italiano sabe regalar al espectador.
Finalmente, como contrapunto a la delicadeza y serenidad de los tres anteriores motivos, el compositor dedica otro grueso de cortes a la fiereza y brutalidad de la tribu India de los Yaquis, así como de su líder Teclo, representando ese antagonismo de vileza mediante un especial énfasis en la percusión (casi con voz propia en “Army March / Yaqui Camp”), perfilando ritmos violentos y ofuscados (muy clarificador resulta ese ostinato en el arranque del ”The Burning Village”), así como confiando en las voces del coro Alessandroni, cuya intervención, por ejemplo, en el rítmico ”Gift Returned / Leon´s Mass / The Attack”, acrecienta esa sensación de salvajismo asociada al personaje de Charles Bronson. Destacar también la inclusión de piezas diegéticas como “Hymn for San Sebastián” (un ejemplo más del carácter religioso que salpica el score), la expresiva incidentalidad de ”The Gift”, o el corte ”The Chase”, presentado también en su versión alternativa como bonus track, y en el que Morricone sorprende con un frenetismo sinfónico apabullante -sustentado sin embargo por la ligereza de la guitarra-, con el soporte del coro que propicia un halo épico francamente atractivo, al igual que sucede (aunque en clave aún más abrumadora) en el espectacular ”The White Stallion”.
Todo este compendio de material conforma una banda sonora absolutamente reivindicable, robusta, sincera, muy recomendable transcurridos casi 40 años de su estreno. No en vano, nos encontramos con una de esas partituras imprescindibles en la mastodóntica discografía del maestro Morricone, visualmente impecable y tremendamente agradecida en su escucha aislada. Un álbum restaurado de manera ejemplar y expandido en su versión íntegra por el sello FSM, que supone otro acierto más del equipo de Lukas Kendall en su larga lista de clásicos gratamente rescatados del olvido.
|