José-Vidal Rodriguez
Javier Navarrete y Guillermo del Toro parecen estar forjando una fructífera unión creativa cuyo último exponente lo encontramos en la más que notable obra que ahora nos ocupa. Después de aquél ejercicio de buen hacer que fue “El Espinazo del Diablo”, compositor y cineasta se reencuentran en otra coproducción española, en la que Del Toro nos sumerge en un hermoso y soberbiamente narrado cuento de hadas, de nuevo con la España de posguerra como escenario de la trama.
Ofelia es una niña obsesionada por los relatos de fantasía, cuya madre viuda se empareja con el Capitán del ejército franquista Vidal, un cruel y despiadado militar encargado de eliminar a toda costa a un reducto de guerrilleros republicanos escondidos en los montes de una pequeña aldea, a la que se trasladarán la cría y su madre para que ésta última dé a luz al hijo del Capitán que lleva en su vientre. Ante tal panorama, y frente a la vileza y el ambiente oscuro que la rodean, la niña protagonista encontrará una evasión del mundo real en la figura del Fauno, un extraño ser, guardián de un curioso laberinto, que propone a Ofelia tres pruebas para entrar en un mundo mágico de reyes y princesas, alejado de la cruda existencia que le espera junto a su padrastro Vidal.
Lo cierto es que Javier Navarrete parece haber encontrado la horma de su zapato en la figura del director mexicano, teniendo en cuenta además que nos encontramos ante un compositor de curriculum no excesivamente prolífico ni sumamente brillante. Scores como “13 Campanadas” o “El Mar“ (éste último en menor medida), pasaron en su día prácticamente desapercibidos para el aficionado, debido en gran parte al tan acentuado estilo ambiental y cuasi atmosférico que convertía aquellas obras en francamente arduas en su escucha aislada. Algo de lo que también adolecía en parte su ”El Espinazo del Diablo”, pero cuyo tratamiento resultó sin embargo tremendamente ajustado en el contexto visual del filme, conformando un trabajo de la suficiente calidad como para que Del Toro acuda una vez más a los servicios del músico aragonés. Y en vista de los elogios públicos del mejicano ante el trabajo escrito por Navarrete, bien podíamos estar hablando de una pareja que probablemente proseguirá colaboraciones en un futuro, siempre que lo permita la otra (y por qué no decirlo, espléndida) simbiosis hollywodiense Del Toro-Beltrami.
El score de ”El Laberinto del Fauno” es, ante todo, una grata sorpresa visto el desigual devenir musical de este año en cuanto a partituras patrias se refiere. Sorpresa que se cimenta, ya de entrada, en las estructuras más melódicas -y por ende, más atractivas para el oyente- con las que Navarrete “relaja” su impronta habitual, para describir desde el lirismo aquel onírico universo de la niña protagonista Ofelia, así como el mágico cuento de hadas y demonios con el que Del Toro ahonda en la psicología infantil y en la crueldad adulta. El cineasta realiza una brillante interpretación del clásico enfrentamiento del bien y el mal, yendo más allá y transitando por un original acercamiento al paralelismo realidad-fantasía, desde los ojos de una niña cuyo destino parece terrible. Pero si algo ayuda sobremanera a recrear con fortuna ambos planteamientos, ello es, sin lugar a dudas, la magnífica banda sonora compuesta por el turolense.
Estructurada sobre una tan dulce como apesadumbrada nana (”Hace Mucho, Mucho Tiempo“), en la que Del Toro pidió expresamente aquél acabado tan retentivo que escuchamos, la partitura apela al contraste magia-desencanto-tiranía, haciendo especial énfasis en la recreación de esa inocencia arrebatada a Ofelia, representada en este corte por la delicada voz de la solista Lua acompañada esta vez no por el típico glokenspiel, sino por un bucólico piano que dará paso a la irrupción final de las cuerdas. Un hermoso y pegadizo prólogo en clave fantástica, que Navarrete recuperará a lo largo del score asimilándolo de nuevo a la candidez de Ofelia, así como a la bondad de otros personajes de la trama (”Nana de Mercedes”), incluso también sugiriendo con antelación el nuevo mundo a descubrir por la cría (“El Laberinto”).
Esta nana central parece conformar la única pieza que Navarrete asocia íntegramente a un personaje en sí, puesto que en términos generales, el score pasa de puntillas por el uso de leitmotivs claramente reconocibles, para convertirse en un ejercicio musical más genérico y centrado en los sentimientos y situaciones de la historia. Lo que no es óbice para reconocer, por ejemplo, que el Capitán Vidal es retratado musicalmente con acordes agrestes, en ocasiones con los metales presagiando el siguiente acto de crueldad que llevará a cabo (especialmente curioso es el uso de música diegética de la época que el militar reproduce en su gramófono); al igual que la guerrilla republicana, dada su visión de mártires y liberadores asumida por Del Toro, tiene su respuesta en arranques militaristas épicos (”Guerrilleros”) o en piezas melódicas de trasfondo esperanzador (“El Río”), para evocar con ello el heroísmo y el anhelo de los milicianos por acabar con la tiranía maquiavélica del Capitán. Como también la bondad de Mercedes, su cariño por Ofelia y su lucha por la libertad frente al Capitán, acaba por asimilarla el autor con esa leve frase en tono desgarrador escuchada al final del corte “Mercedes” y durante el diálogo con su hermano maqui en el anteriormente referido ”El Río”.
El rol del Fauno representa la conexión de Ofelia entre realidad y fantasía (¿o es la misma cruda realidad vista desde sus ojos?), siendo un personaje que tan pronto ayuda a la niña a recuperar ilusiones perdidas, como a la vez el desencadenante indirecto de los acontecimientos finales de la trama. Esta ambigüedad de la criatura, es lo que explicaría no sólo el acabado afligido de la partitura, sino también la neutralidad descriptiva con la que Navarrete trata aquellas secuencias en las que aparece (potenciando con ello las dudas de sus verdaderas intenciones para con la cría), en contraposición con los floridos devaneos orquestales y corales asociados a las hadas y el entorno inexplorado del laberinto (”El Hada y El Laberinto”).
Sin embargo, cuando Ofelia acomete sus misiones para alcanzar ese Reino prometido por el Fauno, la música parece campar sobre un comedido optimismo, representado por ejemplo en ese vivaz tema a maderas y piano escuchado al inicio de ”El Árbol que Muere y El Sapo”, la primera de las pruebas a superar por la niña. Y que contrasta con el terror y la ofuscación rítmica en la parte final de ”El Que no es Humano”, un corte en donde Navarrete describe con esmero y sin excesivas estridencias el encuentro y persecución de la protagonista con el monstruo de la segunda prueba.
Lo cierto es que Navarrete se destapa con una utilización más ambiciosa de la masa orquestal. Si algo ha caracterizado ciertos trabajos anteriores del autor, era la simplicidad (no necesariamente errónea) de sus orquestaciones, esa actitud cuasi minimalista que usualmente se traducía en una entrega casi exclusiva a las cuerdas o incluso a atonalidades electrónicas. Aquí en cambio, el compositor engalana su partitura conforme al mágico devenir del argumento, interviniendo con destreza la práctica totalidad de los miembros de la Filarmónica de Praga y dando especial relevancia al piano (omnipresente en el score), las maderas, rotundo arranques de metales y la aparición puntual del coro, que engrandece sobremanera el rango sonoro de la música, incluso en determinados instantes en donde la sección coral femenina nos trae al subconsciente inevitables sensaciones cuasi elfmanianas.
Tras la sobrecogedora elegía escuchada en ”El Funeral” y la oscura y por momentos agresiva pieza ”Mercedes”, los cuatro últimos cortes sirven de acompañamiento al desenlace del filme. Un paradójico y muy bien engarzado final -que obviamente no rebelaré-, en el que Navarrete aúna música en claro tono de urgencia (Ofelia hace frente a la última y definitiva prueba antes de que caiga la luna llena), así como texturas melodramáticas rozando lo trágico, que tienen su clara traslación en la reaparición de la nana central, en su justo y apropiado momento. De hecho, la pieza ”Una Princesa” constituye uno de los instantes de mayor emotividad de todo el trabajo, igualmente afortunado en su escucha aislada como brutalmente conmovedor en conjunción con las secuencias de cierre del filme.
Y como colofón a su brillante trabajo, Navarrete reconduce la tantas veces mencionada nana al gemir de un solo de violín, en el último corte de los títulos de crédito (“Nana del Laberinto del Fauno”), cerrando de manera circular una partitura que, por su enorme trascendencia en el filme y la agradecida expresividad visual que la caracterizan, se me antoja imprescindible para todo buen aficionado que se precie.
No podría concluir la reseña sin apuntar que la edición a cargo del sello Milan, en su loable afán por recoger toda la música grabada para la cinta (de hecho algunos temas, salvo error, no aparecen en el montaje final), adolece de esa molesta manía de reunir en un solo corte varios fragmentos correspondientes a secuencias distintas. Razón que no debería despistar al oyente en el disfrute de esta obra tan exquisita como milimétricamente trabajada en su devenir narrativo; la más madura y afortunada de un Javier Navarrete cuya inspiración aquí, les confieso que me ha sorprendido sobremanera. No se la pierdan.
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