David Rubiales
Si la música de cine tiene como primordial razón de ser la de reforzar nuestras reacciones emocionales ante las escenas filmadas, es lógico pensar en la dificultad que entraña para un compositor, que proviene de un método impulsor en el que las ideas musicales lo dominan todo, su adaptabilidad a un contexto narrativo en el que dicha música deba estar inevitablemente encadenada y sometida a factores que poco a nada tienen que ver con su propia esencia.
Dejando a un lado el debate sobre la validez o no del origen musical, quizá uno de los principales lastres por los que a la música cinematográfica se le niega sistemáticamente una mejor consideración formal es por el habitual tránsito de lugares comunes, no sólo en cuanto a su concepción, con el leitmotiv wagneriano como principal abanderado, sino también en cuanto a los recurrentes mecanismos que exhiben los compositores, y que se ajustan a una sempiterna demanda, para ubicar temporal y espacialmente al espectador.
Posiblemente sea en este punto donde tradicionalmente el recurso fácil, la fórmula aparentemente infalible, en definitiva el cliché, resultan inevitablemente accesibles y seductores y, en consecuencia, la música cinematográfica tienda a aplanarse, a despojarse de los matices que evitan su superficialidad en pos de la mayor vistosidad del trazo grueso, engullida y difuminada sin efecto en un todo, rehuyendo así, inexplicablemente, el tremendo potencial manipulador que posee para subrayar de manera sutil y subliminal los conflictos dramáticos, en detrimento de los contextuales, a poco que se desvíe de la anacrónica línea trazada por los herederos del post-wagnerismo.
Encontrándose a medio camino entre las complejas, sugerentes y embriagadoras experiencias musicales de títulos como “Alien”, “Outland” y “Poltergeist”, y siendo su enésima contribución musical bajo el marco que proporcionan las exóticas latitudes orientales (recordemos “The Sand Pebbles”, “Tora! Tora! Tora!” o “The Challenge” entre otras); Jerry Goldsmith pergeña en “Inchon” una partitura de correctísima factura, no exenta de cierta monotonía en cuanto al fondo y la forma, en la que, no obstante, son perfectamente reconocibles las señas de identidad de un compositor en estado de gracia que destila parte de su esencia gracias a un puñado de temas de notable acabado que, sin embargo, y es justo señalar, palidecen comparativamente ante las contiguas, reconocibles y fértiles muestras de talento musical de las que nos proveen los ejemplos anteriormente expuestos.
De conmovedor, elegante y bello podríamos haber calificado perfectamente el tema de amor (“Love Theme”, “The Apology”) de esta obra si no tuviera un cercano antecesor que emocionara, y tanto, como lo hizo el “Ilia´s Theme” de “Star Trek: The Motion Picture”, o como lo haría posteriormente el “A New Love” de “Under Fire”. De la misma manera, los logrados temas de acción que posee la partitura (“The Bridge”, “The Tanks” o “The Church”) no desmerecerían los elogios vertidos sobre ellos si no fuera porque estos irían ineludiblemente destinados a cortes como “Hot Water” de “Outland” o “Hanging Out” de “First Blood”.
El trabajo desarrollado por Goldsmith en “Inchon” es, en suma, un pulcro y metódico ejercicio musical de gran coherencia, tanto temáticamente como en su correspondencia con el soporte fílmico, que no desmerece pero tampoco aporta nada en un contexto general. En definitiva, una obra intrascendente para la trayectoria de su compositor pero que, y ahí está su grandeza, en manos de cualquier otro seguramente podríamos haberla calificado de hazaña.
Intrada edita esta obra, bajo su sello Special Collection, con una gran calidad de sonido, un interesante y bien resuelto libreto y con el interés añadido de, por el mismo precio, adjuntar un segundo compacto con la selección de temas que hizo el propio Goldsmith para elaborar la edición en LP. Lamentablemente, para aquél que no se hiciera con alguna de las mil quinientas copias de las que constaba la edición y que se agotaron a las pocas horas, la única posibilidad de adquirir esta obra será por medio de la benevolente y todopoderosa ley de la oferta y la demanda preparado, eso sí, para asumir semejante dispendio en aras del libre mercado.
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