Ignacio Garrido
Debbie Wiseman es uno de los escasos ejemplos de virtuosismo compositivo femenino en un medio, el cinematográfico, poco dado a favorecer la inclusión de la mujer en sus altas esferas. Ya sea por la dificultad de estas para acceder a títulos con cierto peso específico dentro de una industria más inclinada hacia lo seguro, o por el propio hecho de la escasez de mujeres dentro de bastantes de las facetas artísticas más importantes en general, la aportación de éstas a la música de cine sigue siendo a día de hoy una rareza con la que da gusto deleitarse cada vez que surge una oportunidad como la que ahora nos ocupa.
Nombres como el de Wiseman deben unirse sin duda a los de Rachel Portman, Anne Dudley o Michiru Oshima, como los más representativos e importantes dentro de las filas del sexo no precisamente débil, en cuanto a calidad y rotundidad musical se refiere, sobre todo si nos atenemos a las composiciones de la autora de ésta “Middletown” en particular, pues en recientes trabajos como la imponente “Arsene Lupin”, o retrocediendo un poco más en el tiempo su excelente partitura para “Wilde”, ya demostró su categoría, además de tener suficientes recursos como para competir con sus compañeros de generación masculinos sin problemas de ninguna clase, fuese cual fuese el género al que se enfrentase en sus composiciones.
Cabe destacarse la imperancia de la nacionalidad inglesa en las compositoras dentro de la música para el cine, no solo ya como fuente de un mayor abanico de profesionales y artistas surgidos de un país en el que siempre han florecido músicos excepcionales, sino también como punto de origen de una mayor libertad creativa y expresiva a la hora de acercarse al concepto intrínsecamente musical de sus creaciones, lo que conlleva un posterior y exquisito disfrute musical fuera del contexto fílmico, como aquí sucede. No significa esto que la composición de Wiseman para este film no responda a sus necesidades visuales específicas ni mucho menos, pues de hecho cumple con ellas a la perfección, pero además alcanza en su audición externa una intensidad emocional cercana a la expresividad concertística, siempre tan del gusto inglés, algo de agradecer en los tiempos que corren y que, en otro caso más excepcional si cabe, ya quedó ampliamente demostrado como es la extraordinaria banda sonora de Nigel Hess para “Ladies in Lavender”.
Ahora Wiseman aborda de forma tan sencilla como intensa la musicalización de la historia de una familia irlandesa en un pueblo donde el pecado ha hecho mella en forma de libertinaje, juego y alcohol. El protagonista de la cinta Gabriel (un magnífico Matthew Macfadyen) regresa al pueblo tras años de formación religiosa, pues de niño fue convencido por su padre que había sido elegido por Dios para cumplir un destino especial. Al reencontrarse con su hermano casado, esperando un hijo en pecado, se ve en la necesidad de cumplir con ese destino en su pueblo natal Middletown.
Para la compositora, la orquestación de la partitura debía adecuarse al espíritu oscuro de su protagonista, encerrado dentro de si mismo, de la creencia de ser un elegido divino y como tal sugerir con el tono orquestal el ambiente claustrofóbico en el que se mueve. Esto lo consigue Wiseman, como comenta ella misma en las notas del cuadernillo del CD, reduciendo la instrumentación a piano, cuerda y metales, sin elementos luminosos que pudieran sugerir ese carácter esperanzador del que la historia carece. Asimismo, asocia la voz de Gabriel “el elegido” a la del violín solista del virtuoso Jack Liebeck, comparando su soledad e intensa fe al sonido del instrumento. El corte que abre el disco “One of Our Town” presenta el completo desarrollo del tema central, una melodía intensa y dramática, de una belleza tan maravillosa como desoladora, interpretada de forma magistral por Liebeck y acompañada de un intermitente ostinato para piano como contrapunto, ejerciendo de identificación de la angustia del protagonista por salvar al pueblo y sus gentes.
Magníficas variaciones sobre este tema aparecerán en momentos como “Middletown” o en “Our New Preacher” con un doliente piano, conjugándose con el motivo ascendente y descendente de dos notas cercano a un minimalismo pesaroso que aparece de forma trágica y desesperada en “The Hour is Coming”, o más calmada e introspectiva en “No Rest for the Wicked”. También tenemos un nuevo tema lúgubre y existencial en el corte “The Messenger of God” que puede sonar a algún pasaje de “La delgada línea roja” de Zimmer o a “Magnolia” de Brion, y que junto al desgarrador cello del corte “I Bring You This Child”, entretejen la obra con enorme fuerza y emoción.
Pistas algo más planas en desarrollo como “An Infant Born in a Public House” o “Not As I Will, But As Thou Wit” con una mera repetición de esquemas ya escuchados en cortes anteriores, completan la duración del disco sin estropear su concepción sonora ni mucho menos, pero estirando en demasía ideas que quizás no soportan tanta reiteración. Si unimos a esto el hecho de que la variedad temática del score no es amplia en términos armónicos (lo que por otro lado facilita la implicación emocional de su escucha con el drama de la historia), este trabajo se convierte en un recorrido un tanto plúmbeo por momentos pese a le belleza de su paisaje. Sin embargo el punteo de “Chosen by God” y su intensa cuerda, junto con el fantástico recorrido final de “Sinners and Blasphemers” levantan hasta el nivel inicial la calidad de una composición que bien pudiera ser, en caso de ajustar su duración y arreglar sus temas para un par de movimientos o tres, una magnífica composición para concierto, algo que seguramente Wiseman no haya dejado de pensar en muchos momentos de su creación.
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