Ignacio Garrido
Peter Hyams realizó uno de sus mejores trabajos cinematográficos con “Los jueces de la ley”, una cinta de 1983 protagonizada por Michael Douglas. En ella un joven juez ve cómo todo el sistema legal que ha jurado defender se desmorona ante sus narices por tecnicismos que dejan en libertad criminales de toda índole, hasta que llegado un caso horrible en el que un niño es brutalmente asesinado y el propio juez es incapaz de encarcelar a los culpables, decide entrar a formar parte de un grupo secreto de juristas capitaneados por su mentor Hal Holbrook y que se dedican a impartir justicia sin atenerse a leyes, barreras o impedimentos legales. Un accidental descubrimiento sobre los supuestos culpables dará inicio a una carrera contrarreloj del juez por salvaguardar su integridad.
Una cinta rodada con brío, soberbia planificación y magníficos actores que profundizaba en los claroscuros de un sistema legal (el norteamericano) tan dado a los juicios como inútil en su intento por equilibrar la balanza de la justicia durante los mismos, dados sus recovecos y trampas legales tanto a favor como en contra de la verdad.
Teniendo en cuenta su experiencia en este campo de films de temática policíaca, thriller y denuncia política, no es de extrañar que Michael Small fuese llamado por el director para componer su banda sonora en una época en la que el compositor aun permanecía trabajando con cierto estatus dentro de la industria (gracias sobre todo a Bob Rafelson), luchando por aspirar a conseguir el reconocimiento que nunca le llegaría en vida. Películas como “El último testigo”, “Klute” o “Marathon Man” atestiguaban la maestría del autor norteamericano en un género al que “Los jueces de la ley” pertenecía convirtiéndole por ello en una opción idónea para su apartado musical.
Para este proyecto Hyams contaría pues con un Small en plena forma que consiguió realizar un trabajo sobrio, elegante y de soberbio subrayado psicológico. Con apenas 28 minutos de partitura original y muchas intervenciones de breve duración, el compositor logra ambientar todo el ambiente opresivo y la brutalidad de la acción. Desde su inicio con el “Main Title” se desarrolla el tema de la justicia, una melodía que recuerda en cierto modo una fanfarria, con un cierto heroísmo que refleja las convicciones del joven juez protagonista en su melodía central pero algo más volcada en el drama y la tensión, gracias al fúnebre ostinato que abre el corte y que puntualmente aparecerá a lo largo de la composición en breves variaciones como las ejecutadas en “Andujar Trail”, la intensa y trágica versión de “Another Little Boy” o la optimista y totalmente americana (a la Williams) versión del corte “Star Chamber”.
Por otro lado los fragmentos de suspense se resuelven con lo que podríamos llamar música convencional del género, con cuerda y viento, tanto en crescendos de fuerte impacto sonoro como “Mook and Coombs” o sugerentes pasajes de ambigüedad tonal (“Lowes and Hardin”). También breves cortes como “Shafts of Light”, introducen la atonalidad tan del gusto del compositor, preludiando algunos de los pasajes más destacados del Howard Shore de los noventa tal y como ya comenté en su momento en la reseña de la magnífica “El caso de la viuda negra”. Aun así y pese a poder sonar convencionales, dichos momentos encierran en si mismos tanta sabiduría musical que bien pudieran pasar por un auténtico manual sobre cómo realizar música para un thriller, pues en una audición atenta se aprecia hasta que punto Small consigue en fragmentos de apenas un minuto o medio minuto crear todo el ambiente y la pulsión emocional necesaria, ya sea por la violencia de la propuesta en “Hardin Kicks Coombs” o por el optimismo esperanzador de “Revision”.
Por si esto fuera poco, finalmente el compositor nos regala un trepidante y agresivo pasaje de acción en el tema más largo de la partitura con “Warehouse Run”, un ejercicio de virtuosismo en poliritmia y atonalidad, un tema brutal y seco que hará las delicias de los amantes de la música de acción de los mejores Broughton o Goldsmith (precisamente los compositores con los que Hyams trabajaría en cintas de similar género musical como “Capricornio Uno” o “Más fuerte que el odio”) en su época dorada de los ochenta.
Si las exquisitas cualidades musicales de “Los jueces de la ley” no se viesen enturbiadas por la excesiva, aunque perfecta cinematográficamente hablando, brevedad de su propuesta sonora, este disco sin duda sería una joya de primer orden para muchos aficionados conocedores o no del talento de Michael Small, pero como aditamento la casa Intrada completa la edición con la composición de Small para el film “The driver”, un trabajo atípico de 1978 que dista mucho, en resultados cualitativos, de la anterior banda sonora.
Si en la primera el compositor de “Klute” se valía de su enorme conocimiento orquestal para ahondar en las posibilidades de un tratamiento clásico en la sonoridad del suspense, aquí para un film sobre un ladrón de coches (Ryan O´Neill) perseguido por un policía (Bruce Dern), Small aborda la conjunción de los sintetizadores y efectos electrónicos con la orquesta muy en la línea del Goldsmith de “La fuga de Logan” o “El Don ha muerto”. Pasajes con cuerda sostenida y ambiente de tensión electrónica (“No Names”, “The Man” o “The Driver”) dan cuerpo a un trabajo no exento de elementos interesantes, como el asociar al ladrón protagonista, al que en el film se le tacha de cowboy de coches, el sonido de una guitarra o de ciertos pasajes con sonoridad jazzistica como la desarrollada en el último corte “Finis”. No obstante el conjunto resulta algo desangelado y hace bajar enteros la edición pese a resultar estimulante el reto de Small frente al estilo electrónico tan de moda en los setenta.
Mención aparte merece el corte “The Detective”, un sorprendente y original fragmento experimental que recuerda la audacia de los mejores momentos de “Klute”, con reverberaciones atonales en las trompetas acompañadas de una base atmosférica de efectos sintetizados y de curiosos efectos acústicos de viento, una sonoridad que volverá a aparecer al final del corte “The Challenge”. Un pasaje que bien merece el rescate de este trabajo, pese a que el resto del score no se encuentre por desgracia a ese nivel de creatividad.
Con todo la felicitación de nuevo al insigne Douglass Fake (ayudado en las labores de producción en este caso por Nick Redman) es inexcusable, pues gracias a él podemos disfrutar de joyas olvidadas como ésta y las que han de venir, con exquisito gusto en su presentación, soberbio sonido y todos los habituales placeres para con el aficionado de los que Intrada hace gala una vez más.
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