Manuel Ruiz del Corral
Inicialmente no me pudo parecer más explícita la declaración de intenciones de Joe Hisaishi en los dos primeros cortes del score de “Otokotachi no Yamato”, producción japonesa de 2005 sobre la dramática historia del navío Yamato y sus tripulantes, ambientada en la Segunda Guerra Mundial.
Si bien comienza esta partitura en “Yamato No Umi”, con el ya característico sello de identidad del compositor japonés (materializado en sus sucesiones de acordes de cuartas diatónicas en la cuerda), esta primera pista instrumental parece una declaración de intenciones: tras una breve divagación armónica la trompa frasea el leitmotiv principal de la partitura.
Un reflejo momentáneo, pues en “Otoko-tachi No Yamato”, a modo de suite orquestal y con integridad propia, el leitmotiv anterior se muestra en su esplendor, con orquestación de coro y orquesta (con aires militares). Su exposición me produce sensaciones algo curiosas. Francamente, en ningún momento hubiese esperado un sonido tan cercano a partituras “tipo” del cine americano actual para esta película japonesa (se me viene a la mente constantemente el score de “Las Crónicas de Narnia”), y sobre todo, en manos del propio Hisaishi. Este tema principal desemboca en otro, algo más original, fresco y con menor carácter épico, que constituye otro centro de gravedad de la partitura.
Estos dos cortes eran ya toda una exposición de motivos, y la escucha del CD se me antojaba francamente interesante. Obviando las similitudes más que evidentes entre los temas comentados (y esto, una vez más, puede ser fruto de una simple directriz de producción o dirección), la implícita frescura y elegancia musical de estos cortes me auguraba una escucha estimulante.
Y así resulta, tras muchas vueltas a esta exquisita partitura de Hisaishi, uno de sus trabajos más maduros y completos. Por poner algún “pero”, quizá algo carente de ese torrente de fuerza expresiva y ambigua que culminan “La Princesa Mononoke” o “El Viaje de Chihiro”, fruto probablemente de la libertad creativa aportada por las imágenes magistrales del genio Miyazaki. En cambio, el concepto de forma y de desarrollo temático es más potente que nunca en esta partitura, y las emociones resultantes son mucho más evidentes.
El score disponible en la edición discográfica, de 66 minutos de duración (un regalo para todo aficionado a la banda sonora instrumental, visto los tiempos que corren) evoluciona desde la frescura, delicadeza e intimismo de las primeras pistas, hacia momentos de dramatismo y profunda tristeza, pasando por momentos de elegancia épica.
Me resulta difícil detenerme en el fluir creativo de Hisaishi a partir de “Hikaruumi” (note el oyente el brillante juego rítmico, de acentos y de timbres, en varios momentos de este corte). Con carácter general, me llama la atención la ampliación del concepto orquestal (mayor uso de los metales, cajas de percusión y coros, obligado por el concepto temático del film), y la habilidad del compositor para fundir lo delicado con lo épico, lo íntimo con lo dramático.
“Heishi No Etude” es un claro ejemplo de estas afirmaciones, y de los momentos de brillantez que encontramos a lo largo de la partitura. Lo que parece una insinuación militar con el uso de los metales y el flautín, se matiza con delicadas secciones de madera y percusión cromática, en un marco de dramatismo insinuado.
La escucha transcurre sin sobresaltos. Sutilezas formales, rítmicas, tímbricas, melódicas y armónicas parecen introducirnos en un mundo sinfónico, más allá de cualquier referencia visual. Tendencia esencial en Hisaishi, compositor devoto de la melodía, del contrapunto elegante y de la construcción formal clásica, que le ha llevado a transformar muchas de sus partituras para cine en sinfonías para la sala de conciertos.
Un nuevo tema melódico parece afirmarse en “Seishun No Ishibumi”, con glockenspiel y cuerda, que se desarrolla definitivamente en “Eireitachi No Tabidachi No Tabidachi” y “Ai No Mujo”, en exposiciones tan bellas como contenidas. Esta línea expresiva contrasta con los momentos incidentales de tipo militar y referenciados a la época (“Shizumi Yuku Taiyo“), construidos en base a recursos que nos dibujan la simbología de la destrucción de la cualidad humana (los mismos que por ejemplo, John Williams utiliza en “Indiana Jones y la Última Cruzada”).
Encontramos un pequeño interludio musical, que nos sorprende tras estas profundas emociones, en “Hana No Furu Gogo”. Una breve composición para piano y guitarra, que nos sirve de punto de respiro en el ecuador de la partitura. Y es a partir de aquí donde se sitúa la sección más épica de la partitura de Hisaishi, con “Otokotachi No Banka” como culmen musical. En este corte, una elegantísima desenvoltura rítmica y orquestal nos insinúa el tema principal, pareciendo ahora extraído del elegíaco segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Un sutil guiño más, para hacer más potente el contraste entre luces y sombras, y llevar al oyente hacia el arquetipo de la guerra y la destrucción: el ostinato rítmico de "Marte, El Portador de la Guerra" (de la obra "Los Planetas" de Gustav Holst). Un interesantísimo trabajo de sutil puesta en escena, de referencias, casi arquetípicas en nuestros días, de imágenes de grandeza heróica, y también de odio y destrucción (según se mire).
El drama y la tristeza dan paso a la reflexión en las últimas tres pistas de la partitura, con el incansable juego con los tres temas melódicos principales, en color y emoción. Así llegamos sin pausa a “Yamatoyo Eienni“, toda una elegía de cierre y grandeza, destacando el trabajo de la sección coral, con una construcción clásica de carácter elegante y sutil en su contrapunto.
En mi opinión, “Yamato” es un trabajo de referencia en la obra de Hisaishi: por su coherencia formal y desarrollo temático, por la puesta en escena de todos sus recursos musicales (que son muchos y muy exquisitos) con una madurez, personalidad y soltura reservada a aquellos que han recorrido y asimilado la parte más difícil de su camino creativo. Desde mi parecer, un punto culminante en su carrera musical que nos hace aguardar grandes momentos en sus partituras venideras.
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