José-Vidal Rodriguez
Parece claro que un taquillazo del calibre del que nos ocupa no necesita presentación alguna, aún cuando hayan pasado ya 16 años desde el estreno de este ”Ghost”, la película que encumbró al estrellato definitivo a Demi Moore y Patrick Swayze, enterneciendo los corazones de los románticos de medio mundo. La empalagosa historia de Sam, aquel ejecutivo asesinado cuyo espíritu queda retenido en el limbo en pos de protejer a su novia Molly en peligro, es uno de los clásicos del cine reciente que rompió taquillas y que además ofreció la posibilidad de conseguir su único Oscar hasta la fecha a la extravagante Whoopi Goldberg, esa irregular actriz que aquí encontró sin duda alguna, el papel perfecto para explotar con fortuna su conocida vena histriónica.
Uno de los aspectos más recordados de la cinta es el concerniente a la ambientación musical, baluarte fundamental para el éxito comercial de una producción de este estilo. Como sucede con bastante frecuencia, el enorme impacto comercial del filme vino unido a la popularización de una antigua sintonía incluida en su banda sonora que, a partir de su estreno, ha quedado vinculada de por vida a este “Ghost”. En efecto, la ”Unchained Melody” archiconocida por todos, aquella imborrable versión que los Righteous Brothers popularizaron en los años 60, suena como la canción estandarte de la cinta, incluso como sucedáneo de love theme asociado a la relación de amor incondicional del dúo protagonista; aunque más de un aficionado se sorprenderá al conocer que en realidad, la melodía apareció muchos años antes como tema central de otra película de temática bien distinta, ya que el gran Alex North escribiría, junto con Hy Zaret, esta preciosa pieza para la producción de 1955 "Unchained” (de ahí su título original).
Lo cierto es que no sólo recordamos musicalmente al filme por la meritoria decisión de utilización de esta canción, sino también -o al menos en el caso del que esto escribe-, por las luces y sombras de la verdadera música incidental que el francés Maurice Jarre compondría. Un Jarre que, por aquella época, seguía arrastrando ese lastre de su polémico gusto por abusar de los sintetizadores (cuando antaño había dado muestras de sobra de su talentosa concepción sinfónica), algo que acabó por dividir a sus seguidores más fieles. Esta afición por los teclados, vino contagiada muy probablemente por el renombre conseguido en este campo musical por su hijo Jean Michel, autor de piezas tan exitosas como el "Oxygene".
En “Ghost”, segundo filme en el que concidió con el director Jerry Zucker tras aquella payasada llamada "Top Secret", Jarre se entrega sin rubor al sonido electrónico, limitando la aparición de la orquesta a momentos expresivos muy puntuales, los mismos que precisamente conforman aquellos fragmentos francamente reivindicables del álbum. Frente al Jarre sintético de “Witness” o “Enemy Mine”, obras que pueden gustar o no pero en las que logra resultados interesantes con la electrónica, el autor cae aquí en el efectismo fácil, en una pseudo improvisación electrónica que le lleva a plantear un cúmulo de registros deslavazados, caóticos y en no pocas ocasiones meramente atonales, para una historia que, vista su puesta en escena, ni de largo requería ambientaciones tan oscuras y pretenciosas. Quizás el problema radica en que Jarre incide con su música, en mayor medida, en aspectos tales como la muerte, lo fantasmagórico, lo desconocido, en aquella frialdad del Más Allá en el que se halla perdido el rol de Sam. Una aproximación que en términos de coherencia narrativa no deja de ser comprensible y certera, pero que en su traslación al pentagrama trae consigo la excesiva aparición del sinsentido, del “ruido” muchas veces inadecuado y escasamente reseñable en su escucha aislada. Esto es, aquel tipo de cortes asfixiantes que, para más inri, son ejecutados por unos sintetizadores bastante poco agradecidos (”Carl”, ”Fire Escape”, “Oda Mae & Carl”).
Evidentemente, la dudosa armoniosidad de dichos fragmentos, no resulta óbice para señalar que no todo el score se disuelve en lo anodino y efectista, tal y como lo escuchamos desligado del filme. En su haber, es justo destacar que el francés escribe un magnífico leitmotiv asociado a Molly y a sus constantes recuerdos del fallecido Sam. De este modo, Jarre logra mitigar las carencias líricas del trabajo con esta bellísima pieza que tiene su culminación en los ”End Credits”, en los que contando con mayor amplitud creativa, deja a un lado todo aquel grueso de énfasis electrónico para escribir uno de sus típicos y elegantes epílogos sinfónicos, desarrollando en su plenitud este motivo ya sugerido en algunos cortes anteriores (“Molly”, “Ghost”). También acierta el compositor galo al presentar una especie de fanfarria a metales, dotada de cierta intencionalidad heróica, que podemos escuchar en los instantes en que Sam, ya en su forma de ente fantasmagórico, comienza a plantar cara a los que fueron sus asesinos, como es el caso de la parte final del corte ”Ditto” (expresión que significa “idem”, y cuya importancia en el filme imagino que recordará el lector).
De todos modos, pese a las virtudes de aquél bello leitmotiv y de ciertos momentos orquestales de indudable corrección, uno llega a la conclusión de que el maestro francés no consigue explotar suficientemente las posibilidades melódicas de la historia (no olvidemos el trasfondo profundamente romántico de la misma). Ejemplo de lo antedicho lo constituye la circunstancia de que se acaba por lograr mayor empatía en el espectador cuando el editor musical incluye la “Unchained Melody” de North (sobre todo, la versión orquestal usada en el emotivo adiós final entre la pareja), en detrimento de la propia música original del galo. Defectos todos ellos, que no deberon condicionar a la desconcertante Academia de Hollywood, que nominó esta simplona partitura en la edidión de los Oscar de 1991, cuando probablemente se halle a años luz de contar entre lo mejor del antaño grande Maurice Jarre.
La presente reedición de Milan, lanzada bajo su nueva colección "Silver Screen Edition", ofrece como bonus track una interesante entrevista con el propio compositor (en la que, entre otras cosas, justifica la comentada prominencia electrónica), además de presentar un sonido remasterizado que ya se antojaba soberbio en las ediciones anteriores, gracias a la impecable labor de grabación del genial Shawn Murphy. Igualmente, se incluyen los cortes “Fire Escape” y “Oda Mae & Carl”, dos intrascendentes bloques que curiosamente no eran recogidos por las primeras tiradas del álbum original.
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