David Serna

Una de las tareas más ingratas del compositor que se enfrenta a una película o a un documental para televisión suele ser el enfrentamiento, a su vez, con la idea más o menos común entre directores y productores de que lo único que debe de hacer el compositor (en un plazo de tiempo corto y con medios más bien escasos, además) es escribir una serie de temas que describan de forma general las principales ideas que deben estar presentes en la música para, así después, poder echar mano de esos temas y colocarlos donde queden mejor, independientemente de que la música no se haya escrito ni grabado pensando en la duración específica de esas escenas o, lo que es más importante, en su función dramática y narrativa. Qué duda cabe que tal procedimiento quita un buen peso de encima al director, que después de montar el telefilme ya no tiene que preocuparse por lidiar con el compositor y esperar a que éste adapte sus ideas preconcebidas al montaje que se ha hecho de cada escena. Sin embargo, por muy bueno que haya sido el trabajo del músico, éste no habrá tenido ocasión de incidir dramáticamente en los personajes o de conseguir el tono adecuado para cada escena, pues simplemente ha cumplido con lo que le pedían: temas descriptivos que sólo atienden a lo que la música tendría que expresar en cada momento sin posibilidad de formar parte de la esencia de la historia.

Escuchando lo escrito por Enric Murillo para la miniserie ”Arroz y tartana” (adaptación televisiva de la primera novela de ambiente valenciano de Vicente Blasco Ibáñez, publicada en 1894) y conociendo la poca sensibilidad musical de su director, José Antonio Escrivá (que no hizo nada por resucitar el desaparecido Congreso de Música de Cine de la Mostra de Valencia cuando le nombraron director del festival), podría decirse que el proceso de creación de la banda sonora ha llevado un camino similar. Murillo sustenta la partitura en cinco grandes temas cuyo tempo e instrumentación varía en la segunda mitad de la película ampliando el material de trabajo. Pero incluso esas nuevas versiones mantienen una linealidad y una “no progresión” (los temas terminan igual que comienzan, sin cambios en su rumbo o siquiera una mínima pausa para incidir en las imágenes y adoptar un tono diferente) propia, efectivamente, de aquellos trabajos televisivos donde el compositor no ha podido participar en la construcción narrativa de los personajes y de aquello que les sucede (o incluso propia de aquellos cineastas que, con José Luis Garci como paradigma, entienden mucho de cine pero no controlan “lo que no ven”, siendo incapaces de ver más allá de una música bonita sonando por encima de una escena).

Puede que la banda sonora de Murillo (como las partituras de “El abuelo” o “La herida luminosa”, disponibles también en el sello Saimel) peque de estática y previsible, pero al igual que éstas contiene la suficiente buena música, independientemente de las imágenes, como para tenerla en cuenta y apreciarla en una edición discográfica en condiciones, lugar donde la partitura ya no atiende a vínculos y resulta más disfrutable para el aficionado. El primero de los cinco temas (“Arroz y tartana”) constituye la carta de presentación de la película, ambientada en los grandes cambios sociales de la Valencia de finales del siglo XIX: una elegante melodía para cuerdas y viento que el piano introduce lentamente ejerciendo de armonía y dando paso a otros instrumentos solistas, como el oboe y la flauta, que relevan a las cuerdas cerrando el tema con la misma elegancia y sensibilidad. La categoría de la pieza vuelve a asomar en “Cuadras”, donde la melodía adquiere un tono más dramático expuesta por las cuerdas con violonchelo y violín solistas. El segundo tema (“Juanito y Tonica”) introduce una melodía para los personajes de Eloy Azorín y María Almudéver que, junto al tema principal, representa lo mejor del trabajo de Murillo: una delicada pieza para oboe y flauta que la guitarra acompaña en todo momento y donde un fondo de cuerdas termina sumándose al hermoso diálogo que entabla el viento; pieza que, más adelante, el músico retoma con aire de habanera manteniendo la guitarra y cambiando el viento por el piano.

A partir de ahí, la banda sonora opta por temas más ligeros y uno especialmente dramático. “Valencia con gente” y “Cena de Navidad” beben del folclore valenciano y la música popular aportando colorido y un carácter más animado a la partitura, ya sea utilizando castañuelas o dolçaina (un instrumento típico de origen árabe que Murillo utiliza en una segunda variación de “Valencia con gente”, titulada “Músicos en la calle”) o haciendo gala de un ritmo más bailable en “Cena de Navidad”, cuya melodía para cuerdas incide aún más en la tradición valenciana en su segunda variación (“Mercado”), en la que Murillo se agarra nuevamente a la dolçaina. El tema más dramático queda expuesto en “Angustia humana”, una triste melodía para violonchelo acompañada por el piano y un fondo de cuerdas que, más adelante, recuperan el oboe y la flauta, y que adopta una expresión aún más pesimista hacia el final de la partitura (“Entierro”), cuando el desenlace de la historia lleva a Murillo a desechar la melodía y quedarse sólo con la armonía y con un continuo golpe de sintetizador, que infunde un desánimo y un malestar radicalmente opuestos a la alegría y el colorido dominante.

Frente a los cinco temas originales de Murillo y sus variaciones, la banda sonora recoge otras tres piezas clásicas regrabadas para la ocasión por la Orquesta de Torrent, de las que el “Morgenbläter, op. 279” de Johann Strauss proporciona a Murillo una notable inspiración y hasta las cinco primeras notas del tema principal (“Arroz y tartana”), escrito como si de un homenaje al compositor vienés se tratara. Donde Murillo sí hace deliberadamente una versión propia de la música popular valenciana (en concreto, de la forma de “L´u i el dos” dentro del Cant d´Estil tradicional) es en “Valencia con gente” y sus diversas versiones, que hacen más reconocible para el espectador el escenario de la obra de Blasco Ibáñez y que el compositor acoge con gusto y buen criterio en el conjunto de su creación, si bien es cierto que los 200 minutos de duración original de la película podrían haber dado para más música y, desde luego, para hacer “más cinematográfica” la que ya hay, pues hasta los bonus tracks del disco (y que obedecen al loable empeño de Saimel de incluir siempre la mayor cantidad posible de música para el aficionado) proporcionan más versiones diferentes de la misma música. En cualquier caso, es indudable que “Arroz y tartana” no deja de ser una banda sonora digna, agradable y más que interesante en el panorama del cine español, en la que Murillo ha resuelto con clase lo que le han pedido y cuya cuidada edición (con impecable sonido y ejecución a cargo de la Orquesta de Torrent) no sólo debe ampliar los horizontes de las bandas sonoras para televisión en España, sino hacer remontar la trayectoria de un compositor sin demasiada fortuna en sus más de 20 años de oficio.