Miguel Ángel Ordóñez
Con una sólida carrera durante los 70 y tras mas de 20 años de silencio, el director Jean-Francois Davy vuelve al primer plano con el film “Les Aiguilles Rouges” (Las Agujas Rojas), título que hace referencia a una cadena montañosa situada en los Alpes suizos coronada por glaciares y cotas de luz cristalina, emplazada entre el Mont Blanc y la localidad de Chamonix. Allí va a parar una expedición de boy-scouts con edades comprendidas entre los 12 y los 16 años, que ven como sus inseguridades, su inocencia y su propio, y a veces complicado, historial familiar queda en un segundo plano cuando deben hacer frente a situaciones difíciles, donde se requiere el trabajo conjunto, que les permita alcanzar la supervivencia. El difícil paso de la adolescencia a la juventud.
La carrera del compositor de Toulouse, Frederic Talgorn, se ha movido sorprendentemente entre el mercado francés e internacional utilizando dos concepciones musicales dispares pero atractivas. Frente a un sinfonismo elegante de raíces americanas, que el compositor ha desplegado en géneros cercanos a la acción fantástica en sus inicios (“Robotjox”, “Heavy Metal 2000”, “Fortress”, “The Young Indiana Jones Chronicles” o esa maravilla completamente desconocida realizada en 1997 para el filme de animación alemán “Monty Spinnerratz”), Talgorn ha realizado una carrera en su país natal de acento menos épico en productos que no siempre han sabido extraer su gran talento (“RRRrrrrr”, “Laisse tes mains sur mes hanches” o la más interesante “Anthony Zimmer”, sin tener en cuenta su magnífico trabajo para los Juegos Olímpicos de Albertville en 1992).
Con “Les aiguilles rouges”, Talgorn parece haber conjugado perfectamente los inicios épicos y melódicos de su carrera junto con formas musicales más elaboradas y estructuradas, cercanas al cine europeo. Como resultado, este espléndido score fluctúa entre las texturas impresionistas de sus compatriotas Debussy o Ravel, al mismo tiempo que el elegante cariz épico del conjunto entronca directamente con las raíces del último John Williams. Una mezcla explosiva que definitivamente nos regala uno de los mejores scores del año hasta la fecha y quizás, el más inteligente y sutil.
Cimentado sobre dos temas centrales, el principal surge en la apertura de la edición con “Arrivée á Chamonix”, el tema de la montaña, que al mismo tiempo Talgorn asocia a la caterva de imberbes protagonistas. Todo ello para ejercer de balanza en su intento por reflejar el viaje iniciático de los chavales y el instrumento real (la montaña) que influirá de manera decisiva en sus vidas. Un bellísimo tema que se inicia al piano y que como el conjunto del score se construye a ritmo de vals. Edificado en modo menor, aparece en su versión mas gentil a partir del minuto 4 del corte cuando las cuerdas inciden en su elemento mas infantil y puro.
El tema alcanza un cariz oscuro y en ocasiones semitonal durante el largísimo “Les aiguilles rouges”, donde la explosión de metales y los interludios con ricos trémolos tensos en las maderas se ven interrumpidos, ocasionalmente, por ostinatos de gran potencia en la cuerda. Un ejercicio reflexivo de enorme interés musical, alejado de la sencillez habitual en las adocenadas producciones americanas y que finaliza de manera excelsa con la introducción del segundo motivo en importancia, un épico vals expuesto aquí de manera delicada por la cuerda y la armónica de James Hughes.
Este segundo motivo, el del águila, obtiene su rendición en modo mayor en el magistral “L´Aigle”, el mejor corte de la edición, donde Talgorn nos ofrece un repertorio williamsiano de pro en el manejo grácil y efervescente de las cuerdas y los metales, siempre arropados por la exposición del tema a la armónica.
Un motivo sólido que emerge en forma de acuciante peligro para clarinete y oboe durante “Sauvetage”, adquiriendo abigarradas formas tensas a la cuerda, finalmente fusionado al tema principal en la aparición del piano, en un corte que se abre y cierra con una bella melodía de cariz evocador y nostálgico.
Al margen de estos dos temas, Talgorn construye varios motivos secundarios que mantienen la brillantez del trabajo. Un nuevo vals juguetón y straussiano emerge en “La valse” con la cuerda en todo su esplendor, mientras un parisino acordeón se encarga de versionarlo en el corte “Musette”.
Junto a éste, dos temas de raíz intimista completan la edición. “Myriam” es una delicada y romántica pieza apoyada sobre cuerdas y la guitarra de John Paricelli, con un tono predominantemente etéreo, mientras “Le baiser” adquiere sabor morriconiano en su suave empleo de cuerdas y piano.
“Les aiguilles rouges” es una partitura que bebiendo de referencias se constituye por méritos propios en un score inteligente y único, no apto para aquellos que viven la música con prisas, que buscan la inmediatez. Las cosas buenas de la vida son aquellas que se fijan en nuestro cerebro y vuelven pasado el tiempo para disfrute de los sentidos. Obra de clasicismo arrebatador, Talgorn logra que su trabajo gane en cada escucha, apoyado sobre sutiles giros narrativos que parecen no tener fin.
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