José-Vidal Rodriguez
Con BT y David Arnold como compositores responsables de las anteriores entregas, Brian Tyler coge el testigo musical de una de esas sagas que confirman el lamentable estado de creatividad que acucia a la industria hollywodiense este último lustro. En esta tercera parte de título demasiado largo como para abusar de mis articulaciones, dirige Justin Lin (que repite con Tyler tras “Annapolis”), se cae del reparto el apuesto Paul Walker, y la acción se traslada a tierras japonesas, en donde el protagonista Sean Boswell seguirá desafiando con su bólido las leyes de la gravedad. Vamos, no me negarán la salvaje “originalidad” del argumento.
Con mayor presencia de la música instrumental que en anteriores entregas, Tyler se sube al carro de su cuarto proyecto estrenado en este 2006, un año que no está siendo del todo halagüeño para sus intereses aún cuando trabajo parece que no le falta. Sus resultados aquí son, siendo suaves, ambiguos y francamente condicionados por un apartado visual limitado,que acaba convirtiendo la música en una mezcla entre entre lo decepcionante, lo funcional y lo absolutamente previsible vista la estética de la película.
Sin llegar al nivel sonrojante de su ”The Big Empty” recientemente editada, lo cierto es que ni Brian Tyler ni el profesional o profesionales que le representen, parecen estar hábiles a la hora de escoger proyectos con los que salir de la quema y remontar una carrera que se precipita al vacío irremediablemente. Más que nada porque el autor afronta ahora un género que en absoluto le permite instantes para el lucimiento, o para su cada vez más acuciante reivindicación. Muy por el contrario, este “TF&TF: Tokyo Drift” ofrece tan estrecho margen a la creatividad como el que precisamente demuestra el americano en los últimos tiempos; algo que no puede servir de excusa para disculpar totalmente un trabajo que ejemplifica de manera perfecta la alarmante nadería estilística del autor, a la espera de ver que sucede con su próximo “Bug” junto a William Friedkin.
Pero lo que Tyler nos propone ahora para este filme, no es ni más ni menos que lo esperado -o temido- por la mayoría. Si la crítica aquí no será tan airada como en su anterior “The Big Empty”, es por la sencilla razón de que, en este encargo, Tyler sí puede considerarse coherente con el espíritu y necesidades musicales de la cinta. De este modo, para poner acordes a las trepidantes secuencias de competición ”tunera” por los suburbios de Tokio, el compositor acude al tópico trillado del hard rock, apelando como novedad a la famosa guitarra eléctrica de Slash, antiguo componente de los Guns ´N´ Roses cuya intervención no puede sino interpretarse como un intento comercial por acercar el score a consumidores ajenos al ámbito de las soundtracks.
Como complemento sonoro que por previsible no deja de resultar molesto, esa insulsa modernidad hollywoodiense inspira a Brian para introducir igualmente extensos bloques de música progressive, así como machacones ritmos bordenado lo dance y repetidos hasta la extenuación en una burda espiral caótica sin garra ni fondo, sino más bien limitada a cumplir la papeleta de la manera más honrosa posible.
Una amalgama de estilos que Tyler intenta dulcificar con la incorporación de la orquesta, o mejor dicho, de su sección de cuerdas y metales exclusivamente, cuyo sonido queda en no pocas ocasiones oculto (aún cuando uno de los escasos atractivos del álbum sea su impecable producción) tras las explosiones rítmicas de electrónica con las que el músico adorna un corte y el siguiente también.
Salvando las distancias tanto de calidad como de concepción, el acabado global de la partitura se aproxima a los fructíferos resultados de aquella colaboración Juno Reactor-Don Davis escuchada en ”Matrix Reloaded”, si bien la principal diferencia entre ambas es patente desde el comienzo: mientras Davis completaba los sugerentes ritmos vanguardistas de "Juno" con un uso genial de los metales, Tyler concede mucha más trascendencia a un malentendido eclecticismo sintético, relegando a la Hollywood Symphony a unas funciones tan poco agradecidas como por momentos innecesarias.
Después de reciclar ciertas texturas del "Annapolis", el resultado final es una especie de caos rítmico, de sobrecarga sonora que esconde en su aparatosidad una falta de inspiración patente. Algo con lo que, curiosamente, Tyler logra alcanzar el mínimo exigible para no resultar inadecuado en su fusión con las adrenalíticas secuencias, pero de lo que muy poco podemos extraer en términos estrictamente musicales.
Llegados a este punto, comprobará el lector que aún no he nombrado ni un solo corte del compacto. Sencillamente, porque la mayoría de los treinta que lo conforman poseen el cúmulo de “virtudes” anteriormente señaladas, lo que dice bien poco de una posible variedad temática que ni de largo se vislumbra aquí. Por no haber, no entran en juego ni siquiera las lógicas sonoridades orientales como referencia geográfica a la trama. Tan sólo referenciar alguna pieza con la que el músico intenta relajar ese anodino frenetismo sonoro, caso del leitmotiv para la guapa Neela, en el que acude a unas formas de nuevo excesivamente básicas, con la presentación de una melodía a guitarra acústica un tanto pegadiza que de haber tenido mayor presencia en el score hubiera subido sin duda su nota media.
Por todo ello, es obvio que “TF&TF. Tokio Drift” es un álbum únicamente reservado a los incondicionales hasta el tuétano del compositor, o para aquellos amantes -si los hay- de esta clase de scores en los que los efectismos y la electrónica desplazan cualquier pretensión melódica. Eso sí, como no me considero en posesión de la verdad, permítanme un par de consejos para todos aquellos que deseen comprobar personalmente lo acertado o no de esta reseña: ármense de paciencia, cojan un bote entero de aspirinas y preparen sus oídos ante el aluvión de ruido masificado que les depara la audición del compacto. Y sobre todo no esperen originalidad, porque sencillamente no la hay. Son los tiempos que corren, y el que avisa no es traidor.
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