José-Vidal Rodriguez
Como de todos es sabido, en muchas ocasiones la nula trascendencia comercial de un filme condiciona que su música pase casi desapercibida para el aficionado, máxime cuando detrás de ella, y normalmente por razones presupuestarias, se halla un autor prácticamente desconocido en el mundillo.
En el caso de este ”Sundown", se dan ambas premisas: el largometraje, dirigido por Anthony Hickcox ("Hellraiser 3"), no pasaba de ser una curiosa serie B de terror con tintes cómicos, protagonizada por David Carradine y Maxwell Caulfield (aquél sucedáneo de actor que sufrimos en "Grease 2"), sobre un grupo de peculiares vampiros, recluidos en un paraje lejano y habiendo abandonado sus instintos asesinos por obra y gracia de un plasma sanguíneo artificial, son capaces ya de vagar por el día, sin miedo a la los rayos del sol, protegiéndose con cremas solares y “Ray-Bans”. Plácida vida que se verá sobresaltada por la llegada al poblado de un descendiente directo de Van Helsing (otra vez Bruce Campbell campando por la serie B), que les devolverá a su eterna confrontación con los humanos.
El músico Richard Stone, fallececido en el año 2001 víctima de un cáncer de páncreas, no fue un autor precisamente puntero en la industria cinematográfica hollywoodiense, al menos en su estricta faceta de compositor; pero lo poco que conocemos de él nos lleva a pronosticar que, si su salud le hubiera obsequiado con más años de existencia, estaríamos hablando a fecha de hoy de un músico de plenas garantías, visto el grado de madurez que demuestra en esta obra. Más conocido por su labor de supervisor musical para Segue Music (“Agnes of God”, “Top Secret”, “Body Double”), o por sus trabajos televisivos para la franquicia "Tiny Toones" (que le reportaron varios Emmys, llegándose a hablar de él como del nuevo Carl Stalling), Stone demuestra en este ”Sundown" un amplio abanico de recursos y, ante todo, una inspiración que desborda las escasas pretensiones artísticas de la película. Más que nunca, estamos ante un score muy por encima de las imágenes, caracterizado por una riqueza de matices que desgraciadamente pasó desapercibida en su momento para gran parte de los aficionados.
Ya en el "Overture" que abre el disco, Stone nos da pistas de los derroteros por los que se va a mover su música: apelando en todo momento al sinfonismo puro (no se aprecia a simple vista ni un solo sintetizador), el autor logra presentar una curosísima -y a la vez sugerente- fusión western-terror (la acción se desarrolla en un remoto asentamiento sureño llamado “Purgatorio”), que se patentiza en un magnífico tema al más puro estilo Bernstein, de gran viveza y envidiable manejo rítmico. La segunda parte del corte, el ”Shane´s Ride”, introduce un trepidante y retentivo motivo asociado al personaje de Maxwell Caulfield, que aún continuado por leves toques de western, se ofrece en clave más contemporánea. Lo volveremos a escuchar en la segunda mitad del ”Attack and Retreat”.
Como tercer leitmotiv en trascendencia (y sin duda alguna, el más elaborado de todos), escucharemos la apabullante frase contenida en el ”Van Helsing Drops In”, aplicada obviamente a la figura famoso cazavampiros -o mejor dicho, a su descendiente del siglo XX-. Un fragmento de tono melodramático, casi elegíaco, que conocerá varias reinterpretaciones de mayor peso -e inclusive calidad- (por ejemplo, en el glorioso corte final del Cd). Esta hermosa pieza no viene sino a corroborar la habilidad lírica de un Stone que se rebela francamanete suelto para pasar de un registro musical tan extremo a otro.
Como podrá apreciar el lector, la partitura posee una variedad cromática indiscutible, creando Richard Stone multitud de subtemas que cohesiona entre sí de forma ejemplar. Más aún cuando hablamos de una absoluta disparidad de estilos (western, terror, romanticismo, acción, drama), algunos de los cuáles podrían sonar en principio incompatibles en un mismo filme. Pero es obvio que la locura y surrealismo argumental de la cinta, permiten ciertas “licencias”, que el músico de Pennsylvania aprovecha de manera sumamente atractiva.
Ejemplos de esta enorme diversidad no faltan: por un lado, los cortes destinados al grupo de curiosos vampiros, destacando ”The Gathering” y el sinuoso ”Night Flight”, en donde Stone entrega su música a una inquietud comedida, un tono de presagio sutil y poco incisivo, traducido en unas cuerdas que evitan disonancias, en pos de buscar en todo momento una resolución claramente melódica; justo lo contrario que sucede con el tema del personaje de David Carradine, Mardulak (“Count Mardulak”), corte éste en el que su inicial y reconocible frase a maderas, deriva posteriormente hacia un tipo de música más asfixiante, oscura y casi minimalista orque3stalmente hablando.
Asimismo, el autor se siente igualmente a gusto cuando aborda fragmentos en tono más introspectivo, relajando las formas para tratar con plausible elegancia el trasfondo romántico de la historia (”Seduction”, ”Come to Bed”). Todo ello sin dejar nunca de lado las simpáticas rendiciones al ambiente jovial del Oeste, con la incursión de Stone en la música tradicional mejicana (”Mort´s Drive Through Purgatory”), o incluso realizando evidentes homenajes a los míticos duelos de revólveres a lo Morricone (”Showdown”).
El epílogo de "Redemtion of the Damned" nos depara el instante culminate del compacto, mediante la introducción de una soprano que, entonando poco a poco el leitmotiv de Van Helsing, acabará por explotar brillantemente a las cuerdas, ofreciendo instantes de gran hermosura y ampulosidad. Unos momentos que vuelven a sorprendernos, dado el evidente acabado de serie B de la cinta (no en vano, es este quizás el instante en donde mejor apreciamos que el score sobrepasa con mucho el pobre tratamiento de las imágenes; una obra espléndida para un filme que la explota poco). El corte acaba derivando en un reprise del tema central, que nos devuelve a la viveza del western, a los ritmos sincopados y las formas bernstenianas, con las que Stone pone el broche de oro, sin duda alguna, al mejor de sus álbumes editados y a otra de esas bellas obras ocultas tras un título que, seamos sinceros, dice más bien poco al aficionado.
Contando además con que la Graunke Orchestra de Munich, bajo la batuta de Allan Wilson, ofrece aquí una radiante interpretación, no puedo por menos que recomendar fervientemente el trabajo a todo aquél que desee pasar un muy buen rato disfrutando de este tan brillante como variado repertorio musical. Como curiosidad final, destacar que aún cuando el propio Richard Stone es el orquestador principal de casi todos los temas, encontramos el nombre del solvente Conrad Pope en las labores de orquestación adicional.
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