David Rubiales
Si hay una característica que resulta imposible negarle a la personalidad compositiva de Danny Elfman, y que le ha ayudado sobremanera a distinguirse de sus coetáneos, esa no es otra que la de su eclecticismo a la hora de abarcar multitud de estilos sabiendo tamizarlos convenientemente a través de su original forma de concebir la música.
En su particular manera de ambientar una escena, Elfman se sirve de la música a gran escala para subrayar exageradamente la narración, haciendo evidente, y llamativo, a ojos y oídos del espectador el contraste entre ambas. Despojado en ocasiones de ésta característica, tan difícil de acoplar fuera del universo burtoniano, el compositor se ha mostrado, las más de las veces, dubitativo e irregular dejando en evidencia por momentos la lucha contenida que ha mantenido siempre por dominar su lado más salvaje o, dicho de otro modo, su Mr. Hyde particular.
Buena prueba de ello, de la cara y la cruz del compositor estadounidense, está reflejado en su trabajo para la película que serviría de trasvase a la gran pantalla de la mítica serie de televisión “Misión: Imposible”. Elfman exhibe positivamente, en cortes como “Red Handed” o “The Disc”, por un lado un gran sentido del tempo narrativo y de la atmósfera al emplear rítmicamente la dinámica propia de una marcha militar junto a unos angulosos metales y una sección de cuerdas que refuercen el suspense; y negativamente por otro un desmesurado subrayado de la tensión propia de la escena al hacer uso de una especie de scherzo para cuco y carillón, por denominarlo de alguna manera, que desactiva automáticamente cualquier esfuerzo realizado con anterioridad por dotar de verosimilitud a la construcción musical.
Al igual que ya sucediera en uno de los anteriores proyectos de De Palma, como era “Los Intocables de Elliot Ness”, y con la salvedad del abismo de calidad compositiva que dista entre una obra y otra, el gran pecado cometido por Elfman en esta partitura, y por Morricone en la anterior, es la dirección contrapuesta que, para sorpresa de propios y extraños, en ocasiones parece tomar la música respecto a la narración visual y viceversa.
Ya sea por la tardía, y repentina, sustitución de Alan Silvestri a cargo de la banda sonora, o por el encorsetamiento impuesto hacia el compositor por parte del director Brian De Palma, da la sensación que los esfuerzos de Danny Elfman por dotar de cierta entidad a su desestructurado, y temáticamente hablando poco variado, ejercicio musical se focalizaron principalmente en las tres escenas más importantes de la película, que curiosamente abren sendos actos, y de manera más brillante en el dramático nudo de acción, denominado técnicamente como anagnórisis, en el que se nos da a conocer, al mismo tiempo que al protagonista, el verdadero propósito e identidad del personaje interpretado por John Voight.
“Betrayal” es con mucho el mejor tema de la obra que nos ocupa. Una poderosa y sobresaliente pieza de exacerbado lirismo, que va de menos a más, y en la que el compositor emplea con astucia la evocadora esencia de las cuerdas, y de los elementos vocales, para reforzar el revelador flashback que vertebra la escena.
De menor valía, pero no exentos de cierto interés, podemos encontrar cortes como “Ménais à Trois” y “Zoom B” que, en cierta manera, ayudan a sobrellevar el tedio general que domina toda la partitura y son más identificables, y familiares, a la figura musical que representa Danny Elfman. En el segundo de ellos resulta especialmente llamativo la utilización de la distintiva composición en 5/4 compuesta por Lalo Scrifrin para la serie de televisión y su perfecta integración con los diversos elementos elfmanianos que culminan la pieza.
Para terminar, y enlazando con lo anteriormente dicho, no quería dejar pasar la oportunidad de dedicarle unas palabras a la adaptación realizada por el compositor del clásico tema de “Misión: Imposible”. En opinión de quien esto suscribe, dicha versión resulta ser la más satisfactoria, y la que más fielmente hace evolucionar el concepto original, de las tres versiones realizadas hasta la fecha para la gran pantalla. Lejos del paroxismo instrumental de la propuesta de Giacchino, y de los escarceos rockeros de Zimmer, Elfman sabe conservar la esencia juguetona del funky y de la dinámica jazzística que posee el tema original.
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