José-Vidal Rodriguez
Con los nombres de Giacchino, Marianelli o Desplat copando la generación de nuevos compositores de cine muy a tener en cuenta para el futuro, el joven Benjamin Wallfisch se presenta en sociedad con un trabajo nominado el pasado 2005 a los World Soundtrack Awards, en la categoría de “descubrimiento del año”; galardón que se acabaría llevando Giacchino por su simpática “The Incredibles”.
Precisamente de la mano de Dario Marianelli, al que orquestó y dirigió sus tres partituras más notorias hasta la fecha (“Pride and Prejudice”, “Los Hermanos Grimm” y “V de Vendetta”), Wallfisch irrumpe en el cine proveniente del elitista mundo de la música clásica, en cuyo ámbito y a pesar de su juventud, ha cosechado ya multitud de reconocimientos tanto en su función de concertista como en su faceta más laureada de director de orquesta. Bajo su batuta, agrupaciones de la importancia de la London Symphony Orchestra o la Sydney Symphony, han alcanzado espléndidos resultados sonoros reportando a Wallfisch premios tales como el “British Reserve Insurance Conducting Competition”.
”Dear Wendy” supone su debut en las tortuosas lides del Séptimo Arte, en un modesto filme de intenciones Dogma escrito por el danés Lars Von Triers y dirigido por Thomas Vinterberg. La cinta, que despertó en su día críticas muy favorables, narra las andanzas de Dick, un joven pacifista que movido por una curiosa fascinación por una pistola a la que casi ama, contradice sus ideales y decide fundar una especie de sociedad secreta entusiasta de los revólveres, “Los Dandies”, en la que la premisa fundamental de todos sus integrantes es “no desenfundar nunca el arma”. Una regla que, por abatares del destino, acabarán quebrantando la mayoría de ellos.
Con la inestimable ayuda de la soberbia Philharmonia Orchestra londinense, a la que conoce bien por haberla dirigido en ocasiones anteriores, Benjamin escribe un trabajo complejo, crepuscular, nada autocomplaciente y basado en un tipo de música que tan pronto fluctúa entre lo elegíaco y netamente melódico (”Showdown”), como acaba transformándose en una árida muestra de propuestas atmosféricas y atonales (“Wendy Calls to Dick”).
Un buen amigo me definió el score como un trabajo comparable en su espíritu rupturista a la impronta de John Corigliano. Y la verdad es que no puedo estar más de acuerdo con él. De hecho, los paralelismos entre ambos autores son evidentes: tanto Corigliano como Wallfish son concertistas antes que músicos de cine; sus scores parecen huir de clichés o modas preconcebidas, aplicando ideas propias tan inusuales como sumamente originales -a la vez que un tanto intelectuales como para calar en el aficionado ocasional-; y la verdad es que ambos, en esa concepción tan particular de lo que debería ser música para la imagen, me temo que están abocados a trabajar poco y en proyectos menores, vistas las tendencias actuales de un Hollywood excesivamente cuadriculado en sus tendencias musicales.
“Dear Wendy”, aun en su brevedad, no es ni mucho menos una partitura fácilmente digerible. No posee precisamente grandes arranques líricos, ni momentos de excesivo lucimiento del autor, pero rezuma un indiscutible halo de elegancia poco usual en estos tiempos. En su escucha aislada -que recomiendo fervientemente se haga con auriculares para no perder detalle-, el oyente podrá comprobar la gran complejidad de un score que requiere, en mayores dosis de lo habitual, paciencia y predisposición.
Aún desconociendo a ciencia cierta su posible adecuación con las imágenes, puedo asegurar que la variedad de texturas manejadas por Wallfisch, a veces casi imperceptibles, y en otras ocasiones de tremendo peso cromático, encumbran el trabajo hacia registros francamente frescos y agradecidos.
Y se nota que el autor es un novato en el cine, por su falta de respeto -bien entendida- al leitmotiv y a la estructura cinematográfica al uso, en favor de una aproximación más genérica, que no obstante transitará por ciertos momentos de mera incidentalidad (”Ultimate Darkness”). Sólo la elegía del “Showdown”, también introductora del “Dick´s Theme” y que se repite a modo de conclusión en espiral en el maravilloso ”Final Tragedy” (uno de los cortes más esplendorosos que he podido oir recientemente), presenta los caracteres de lo que podríamos denominar una especie de tema central de la partitura.
Liberado así de odiosos técnicas como la del temp track y planificando su score como un ejercicio provisto de altas dosis de libertad creativa, Wallfish sorprende al oyente con un manojo de recursos más orientados a las obras de concierto que al lenguaje fílmico. Quizás lo más destacado del álbum lo encontramos precisamente en el hecho de que ni un ápice de influencias externas (a no ser los leves paralelismos mencionados con Corigliano, y alguna que otra disonancia a metales tipicamente goldenthiana) encontramos en los poco más de 30 minutos de duración del compacto. Wallfisch se evade así de cualquier esquema preconcebido y se lanza a la "música psicológica", manejando las orquestaciones de manera apabullante y creando sonoridades coloristas (“The Dandies”), decadentes ("Dick´s Insanity") e incluso de malsano eclécticismo (“First Shot”), con las que logra reivindicar una soundtrack tan sumamente intereseante como difícil de apreciar en una sola audición.
Publicado con sumo acierto por el nuevo sello MovieScore Media del crítico sueco Mikael Carlsson, el score únicamente se puede adquirir en su descarga directa del portal iTunes, como viene siendo costumbre en la recién creada discográfica. Señalar, por último, que los bonus tracks finales son dos piezas de concierto ajenas al filme, ejemplos del buen hacer dodecafónico de Wallfisch (“Prism”) y de su versatilidad para las oberturas contundentes (”Apocalyptic Discovery”).
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