Miguel Ángel Ordóñez
En 1976, Jerry Goldsmith firmaba una de las mejores bandas sonoras de la historia del cine para uno de los mas interesantes filmes rodados por Richard Donner (no crean que siento precisamente adoración por este rutinario director). “The Omen” ha pasado a formar parte del selecto club de obras maestras legadas por el compositor californiano al séptimo arte, gracias a una temática dual magistralmente dosificada por el compositor: un bello tema asociado a la familia del embajador protagonista, que progresa hacia zonas oscuras y tensas a medida que el metraje anticipa la destrucción de la unidad familiar; y un grandioso y medido manejo del terror que descansa sobre un sorprendente empleo de coros que ha producido multitud de imitaciones (algunas destacables como “Terror en Amityville” de Schifrin). Una partitura construida en espiral (provocando aún mas en el espectador la angustia de vivir un episodio terrorífico que no tiene fin) y que debe mucho mérito a Arthur Morton, orquestador de Goldsmith, al que corresponde mas del 65% del trabajo de los coros.
Con estas premisas, en el remake que nos ocupa, dirigido por John Moore (irlandés responsable de naderías como “Tras la línea enemiga” y “El vuelo del Phoenix”), la música corre a cargo del joven Marco Beltrami. Para el que suscribe, Marco es un compositor llamado a formar parte, con los años, del principal escalafón de la disciplina. Lamentablemente encasillado en filmes de terror, donde ha dado muestras de un sonido propio sugerente y dinámico (“Mimic”, “The Faculty”, “The Watcher”) y en películas de acción con cierto trasfondo futurista (“Hellboy”, “Terminador 3”, “I, Robot”), Beltrami ha demostrado una versatilidad indudable y un estilo innovador en trabajos menores (“The Minus Man”, “The Three Burials of Melquíades Estrada”) donde demuestra que lo suyo no son solo scherzos y staccatos en hacendosos ejercicios de fusión entre orquesta y electrónica. Si no, baste recordar esa maravilla dramática compuesta para el filme noruego “I Am, Dina”.
Siendo uno de sus compositores favoritos el fenecido Goldsmith, “The Omen” suponía una oportunidad única para demostrar, por una parte, su innegable y fresco estilo y, por otra, su homenaje al maestro californiano en una de sus obras cumbre. El resultado no ha podido ser mas decepcionante, firmando el compositor italiano uno de sus peores scores hasta la fecha.
Rutinario, carente de emoción, sin progresión narrativa, sin fuerza interior, el score carece de naturaleza propia, circunscribiéndose a manidos clichés aplicados por Beltrami en anteriores muestras del género terrorífico.
Deudor de la estructura espiral del precedente, Beltrami se limita a aplicar las mismas premisas introducidas por Goldsmith sin un ápice de alma. Presente la dualidad de fuerzas (el bien contra el mal), Beltrami contrapone un delicado y armónico tema para cuerdas que rige como tema familiar (“The Adoption”, “New House”) frente a un despliegue de rotundas notas entregadas a la percusión y fríos pasajes somnolientos, que se pasean por el score sin rigor, careciendo de un mínimo de tensión, obstinado el compositor en confundir la profundidad y el miedo a lo desconocido insuflado por Goldsmith con ingratos golpes de efecto y figuras estridentes al metal.
Con un discreto apoyo coral (haciendo mas presente el homenaje al utilizar las cuatro palabras del latín de la versión del 76: sanguis-vivimus-corpus-elibus), Beltrami apuesta por un tema central tenso y dinámico que, alrededor de un ostinato de cuerdas, alcanza cotas poderosas con la introducción de la percusión y el metal (“Main Titles”). Como Goldsmith, el italiano cierra su score con esta idea para aportar el mismo cariz cíclico a la historia, generando pesadilla sin redención (“Boy Genius”).
Pasajes musicales tan recordados, como el de la feroz tormenta y la persecución de los perros en el cementerio, son resueltos esta vez sin la rotundidad del precedente, convirtiéndose, bien, en meros pasajes de suspense sin identidad propia (“A Cross to Bear”), o en ruidosos y descriptivos fragmentos de mera acción, vulnerando las reglas mínimas del terror psicológico (“Dogs in the Cementery”).
Aún mas extrañas, por confusas, pueden entenderse ciertas decisiones de Beltrami, como el empleo de coros en fusión con la electrónica (donde se acerca en el uso de voces masculinas a la segunda parte de la trilogía) en la excesiva “More Tantrums”, las estridencias gratuitas de “Altar of Sacrifice” o el ridículo aire arábigo de “Drive to Bugenhagen”, muestras todas ellas de la falta de sutilidad del italiano.
Buscando comparaciones, es indudable que Beltrami saldría a priori perdiendo. Es el problema cuando se trata de versionar filmes que forman parte de la mítica del subconsciente en el cinéfilo. Imposible abstraerse del cotejo, a pesar de que Beltrami aplica su indudable oficio. El peso de la responsabilidad parece haber ido en detrimento de un compositor con futuro que se ha visto incapaz de resolver adecuadamente los retos del encargo. Un Beltrami tan excesivo como insulso, tan fuera de lugar que ni siquiera sale airoso en su sosísima adaptación de los pretéritos “Ave Satani - A Doctor Please - Killer Storm” que como homenaje a Goldsmith sirven de corolario a la edición (“Omen 76/06”).
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