José-Vidal Rodriguez
La traducción al español ya asusta: “Adicción al riesgo” podría sonar a uno de esos telefilmes de media tarde a los que tanto recurren los canales de televisión actuales. Pero no es sino la tardía secuela de uno de los filmes más pelémicos de los 90, que inmortalizó para la historia del Séptimo Arte aquél sensual cruce de piernas de la escritora de best-sellers Catherine ”Stone” Tramell. Nunca antes un interrogatorio policial fue tan caliente.
De nuevo con Sharon Stone al frente del reparto, el escocés Michael Caton-Jones sustituye a Paul Verhoeven en las tareas de dirección. Un autor tradicionalmente correcto, que en esta ocasión no parece haber logrado los resultados esperados. Las segundas partes siempre fueron malas, y al respecto permítanme incluir un extracto del socarrón artículo sobre “Basic Instinct 2” escrito por Roger Ebert, prestigioso crítico del Chicago-Sun Times:
“La película es un montón de cosas, pero no es aburrida. No puedo recomendarla, pero... ¿Por qué demonios no? ¿Simplemente porque es horrorosa? ¿Qué clase de razón es esa para no ver una película? “Horrorosa y aburrida”, esa sí sería un razón.”
Calidad fílmica aparte, John Murphy es el encargado de continuar la mítica (y por qué no decirlo, algo sobrevalorada) partitura de Jerry Goldsmith que le valiera una nueva nominación a los Oscar al autor californiano. Murphy es uno de esos compositores de la nueva hornada, provinientes del mundo del pop y la electrónica, cuyas aptitudes para la música de cine no están del todo claras. Lo que no quita para reconocer que últimamente comienza a ganarse cierta reputación con partituras efectistas y facilonas, al fin y al cabo lo que hoy demanda una industria hollywodiense autocomplaciente como pocas.
En este sentido, al músico de “Snatch”, “28 Días Después” y la esperada “Miami Vice” se le presenta aquí un papelón de mucho cuidado. No sólo por su inexperiencia en este tipo de partituras básicamente orquestales, sino porque Murphy se ve condicionado a reutilizar los temas anteriores de Goldsmith, en un intento fallido por dotar de cierta continuidad al argumento.
Lo cierto es que para ser justos, pocos compositores deben sentirse a gusto planificando sus scores como meras adaptaciones de material escrito anteriormente por otro colega, y máxime cuando se trata de un autor tan grande e “intocable” como el maestro californiano. Sin llegar al despropósito de obras tales como la traslación herrmaniana de “El Cabo del Miedo”, el score de ”Basic Instinct 2 presenta, para bien o para mal, un grado tal de influencia respecto de la partitura original, que convierte la tarea de John en una de las más ingratas sin duda del medio cinematográfico.
A saber: Murphy se limita a acatar resignado las órdenes de la producción, para recuperar los temas más significativos de Goldsmith, re-arreglarlos levemente y escribir los suficientes fragmentos nuevos como para cohesionar todo aquél material, evitando de esta forma usar nota por nota el preexistente. Tarea que realiza el autor desde la más absoluta profesionalidad a costa de sacrificar su propio acercamiento musical a la historia, que no dudo tendría en un principio.
El tema más presente del maestro es obviamente el célebre “Main Title”, la excelente melodía a madera y cuerdas de la que Murphy acaba abusando en demasiados momentos (”Not Yet/Courtroom”, “I Smell Blood”, “Reading "The Analyst"), restándole a la postre el efecto que, con su comedido uso, consiguiera Jerry catorce años antes. Asimismo, el “Pillow Talk” de 1992 es adaptado ahora en ”Jacuzzi”, al igual que Murphy acaba incluso por calcar los ”End Credits” antiguos.
Estos son tan sólo unos ejemplos de lo que nos espera la escucha de la presente banda sonora original, aunque en este caso lo de “original” suene a chiste.
No obstante lo anterior, Murphy aprovecha ciertos momentos para intentar dar muestras de su propia interpretación sobre lo que debería ser musicalmente este “Basic Instinct 2”, fuera de aquellas imposiciones goldsmithianas. Lo malo es que, vista su extraña aproximación étnica, rozando la música árabe en algunos instantes (”Bodies Still Warm”, “Soho”), cosa que parece no venir mucho a cuento, el autor consigue el efecto contrario en el oyente; esto es, en vez de reivindicar sus ideas, lo que logra es encumbrar el material original de Goldsmith en comparación a tanta tibieza melódica propia.
De hecho, la conclusión a la que podemos llegar es que uno parece estar más interesado en escuchar la siguiente versión de los temas originales, que en intentar disfrutar del poco material realmente firmado por Murphy.
Las diferencias de estilo y predisposición para el cine entre ambos son abismales. Aún cuando el inglés intenta acercarse lo máximo posible a la peculiar visión del thriller del californiano (tornando, por ejemplo, en más sinfónico de lo habitual), parece claro que lo único en lo que se apoya para ello es en la mera reinterpretación de cortes ajenos, sin presentar siquiera un leitmotiv propio del suficiente peso como para poder hablar de personalidad o valentía en sus propuestas. Incluso tampoco se atreve a variar en exceso la orquestación primitiva de Alexander Courage, lo que al menos nos hubiera ofrecido alguna razón más para defenestrar definitivamente el trabajo, o por el contrario rescatarlo de la planicie más absoluta en que se halla sumido a la postre.
Así las cosas, las pocas pretensiones rupturistas de cortes como ”120 MPH Sex (Main Title)” o “Sex with Catherine”, correctas piezas vanguardistas que esconden leves retazos de frescura y originalidad, no son suficientes para recomendar la compra de un álbum en el que tan sólo destacan las constantes e incisivas rendiciones al Goldsmith sinuoso de la primera entrega.
Eso sí, mientras en su día Varése limitó el score de “Basic Instinct” a poco más de 40 minutos -hecho por una vez acertado, dado el marcado carácter ambiental de gran parte de los temas excluidos-, La-Land Records ofrece, como viene siendo habitual en este nuevo sello, una edición muy cuidada en su diseño y extensa en duración; circunstancia ésta última que, por una vez, no ayuda demasiado a rescatar de la monotonía esta flojísima partitura.
Pese a que John Murphy no es precisamente uno de los nuevos valores en los que más deberíamos confiar para el futuro, es justo reiterar en su descargo que su labor se ve de entrada deslucida por el enorme peso de la soundtrack original de 1992, algo que parece “acongojar” al músico hasta el punto de convertir el trabajo en un desangelado ejercicio de “copy-paste” merecedor de la indiferencia más absoluta. Esperemos que no repita tales resultados en su inminente “Miami Vice”.
|