Miguel Ángel Ordóñez
Ganadora de ocho premios en la pasada edición de los Cesar franceses, “De latir mi corazón se ha parado” ha sido sin discusión el filme del año en el país galo. De título harto pomposo, la película es un remake de “Fingers” (1978), dirigida por James Toback e interpretada por Harvey Keitel, trasladando el escenario desde Estados Unidos a Francia, así como los turbios negocios de su protagonista, partiendo de las extorsiones de un timador mafioso en aquella, a los sucios ejercicios inmobiliarios en ésta.
Thomas (Roman Duris) vive rodeado de violencia. Métodos sin escrúpulos para desalojar viviendas, oscuras transacciones inmobiliarias, forman el eje de sus actuaciones. Un mundo que le conecta con su padre, del que ha heredado la violencia y al que ha de salvar de mas de un aprieto. Un encuentro casual provoca la aparición en escena de su otro yo, el conectado a la madre muerta, una pianista de la que ha heredado una sensibilidad no entendida por sus descastados socios. Thomas vive entre dos mundos y en su afán por eludir la violencia y entregarse a sus dotes artísticas, intentará alejarse del mundo del hampa en el que se encuentra atrapado, bajo la asfixia de la sangre.
El director Jacques Audiard narra de manera confusa esa dualidad de mundos en la que se ve inmerso el protagonista. Confusión centrada en un diseño caprichoso de personajes que parecen deambular sin un sentido concreto y con giros argumentales no siempre justificados. Con el único objetivo de crear una atmósfera turbia y nerviosa, a Audiard se le olvida que una cierta contención es a veces el mejor antídoto para no caer en clichés y tópicos devastadores. Gracias a una interpretación creíble de todos ellos, el filme respira verdad, sentimientos a flor de piel que lamentablemente se ven difuminados por una elipsis final tan poco probable como ejemplarizadora a la hora de buscar una salida a su protagonista: “por mucho que uno mire al futuro, el pasado siempre acaba ajustando cuentas”.
La música es la principal protagonista para ilustrar esos dos mundos. Continuo uso de la diégesis, donde Audiard confronta la machacona y nerviosa música electro (en palabras del propio Thomas), frente al clasicismo de Bach, List o Brahms que forman sus clases de piano junto a su maestra vietnamita, con la cual se comunica a través de gestos, puntualizando aún mas si cabe la incomunicación e introspección creciente del protagonista.
La verdadera música del filme, la que marca esa dualidad, es la que el propio Thomas introduce en escena. Cuando se dirige a su turbio trabajo en coche, o a los encuentros con su padre a través de los cascos de su ipod, la música electro nos remite a su lado violento. A solas en su estudio o junto a su maestra, descubrimos su lado sensible, su pertinaz lucha por abandonar un mundo que le asquea, siempre con el piano como modo de expresión.
¿Cuál es, por tanto, la contribución principal de Alexandre Desplat al filme?. Sin duda en el compositor francés reside el componente mas complicado de la función. La música de Desplat no debe explicar nada, no define, ni marca las pautas de conducta de sus personajes. Se limita a crear la atmósfera adecuada donde se sitúan ciertos acontecimientos, aquellos que marcan un nuevo rumbo en Thomas, su verdadero estado anímico, su subconsciente. Música psicológica que no subraya la acción y que se convierte en un ingrediente mas que provoca desazón, especialmente por su nula implicación en los turbios hechos de la trama.
Presentado por la discográfica Naïve en dos discos, ocupando el primero toda la música diegética del filme, el score propiamente dicho se introduce con una suite de algo menos de 24 minutos (la contribución de Desplat puede que sea aún menor), donde el compositor galo genera un universo mágico, detallista e impresionista, que se sustenta en una melodía afligida y cadenciosa para piano y cuerdas. Notas agudas que remarcan la invisible presencia de la luz al final del camino. Una cierta abstracción que envuelve al oyente en cadencias de paz no exentas de desconsuelo, siempre bajo acordes mínimos. Un motivo central que progresa a lo largo del metraje hasta materializarse finalmente, en la dura escena final donde el pasado vuelve a recordar al protagonista su procedencia, emergiendo la orquesta en sus registros mas graves. Prodigiosamente elegante, Desplat demuestra una vez mas su indudable talento al mostrar sustancial una música poco sustantiva.
Presente en toda la filmografía de Audiard (recordar sus interesantes “Regarde les hommes tomber” y “Sur mes levres”, amen de la estupenda “Un heros tres discret”), con el que curiosamente ha logrado sus tres únicas nominaciones al César (las dos últimas mas la presente), finalmente se ha alzado con la estatuilla quizás de la manera mas insospechada. Sin negar los valores intrínsecos de su composición, sin duda “De latir mi corazón se ha parado” no es el mejor referente de la capacidad de la música en el cine, de su poder. Nadie discute que esa sea la música que requiera el filme (de hecho es uno de los aspectos mas sólidos de éste), pero el 2005 no puede considerarse como un año especialmente recordable en cuanto a premios. ¿Deberían ser éstos elegidos por profesionales?. A este ritmo, no me cabe duda que sí.
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