José-Vidal Rodriguez
Un trabajo más de John Powell y una nueva ocasión de comprobar las enormes virtudes de un autor que cuenta, para el que esto escribe, entre sus favoritos.
La nueva entrega de los “X-Men” ha dado origen a multitud de rumores acerca del profesional que finalmente se encargaría de musical esta última secuela de la franquicia. Descartados nombres tan exóticos como el de Lalo Schifrin, he de confesarles que cuando vi a Powell como el profesional escogido para el proyecto, no dude ni por un instante de que el británico nos ofrecería un trabajo radicalmente opuesto, afortunadamente, al de las dos primeras partes.
Y es que en lo concerniente a su apartado musical, la saga de los “X-Men” corría el riesgo de convertirse en una de las franquicias más descafeinadas del cine moderno. Ni el fallecido Michael Kamen, con una partitura aburrida y previsible a partes iguales, ni el joven John Ottman, que logró mejores pero igualmente triviales resultados, consiguieron dotar a sendas entregas de la suficiente fuerza musical requerida por el conocido cómic de la Marvel.
Del trabajo de Kamen poco o nada podemos rescatar; Ottman, en cambio, compuso un tema central muy pegadizo ("Suite from X2”), que sin embargo se perdía entre una sucesión de artificios orquestales sencillamente planos y rutinarios.
Al igual que en su reciente “Ice Age 2”, Powell se enfrenta por tanto al reto de poner acordes a una secuela sin utilizar material usado por los compositores anteriores (menos mal). Si en aquel filme animado cumple con creces su cometido, igualando -si no superando- los resultados de David Newman para el largometraje original, en este “X-Men: The Last Stand” escribe sin lugar a dudas la mejor partitura de la serie, así como el trabajo más atrayente en su género de lo que llevamos de año 2006.
¿Qué ofrece el autor que merezca ser calificado como una de sus partituras más complejas y que deja casi en cueros a sus antecesores en la saga?. Sencillamente, nos regala una obra completa, con un empaque sinfónico arrollador y un grado de cohesión entre los temas que a la postre consigue eludir el “tramposo” artificio sonoro en el que caían las anteriores entregas.
Si algo destaca de la presenta partitura, es el hecho de que Powell acierta indiscutiblemente al lograr por fin el espíritu musical necesario a la vista de las singulares personalidades de los X-Men. Es obvio que no estamos frente a los superhéroes al uso, sino ante un grupo de mutantes que luchan por defender los valores de una sociedad que precisamente les rechaza y les obliga a sufrir en el ostracismo sus peculiaridades anatómicas. Teniendo en cuenta lo anterior, John ahonda en esta idea para acertar de pleno en esa aproximación contundente (con mayor presencia del tema central que en anteriores entregas), pero siempre huérfana de pretensiones netamente heroicas que pudieran desviar aquellas intenciones moralistas ensalzadas por el cómic y trasladadas a la pantalla por Brett Ratner.
Ahora además, el argumento de este “X Men 3” introduce un elemento positivo que Powell capta con destreza: los mutantes cuentan con una cura recién descubierta para sus anomalías físicas, hecho que traduce el autor en la melodía preciosista del ”Angel´s Cure”, que cobrará gran peso en el álbum como segundo tema en importancia. Powell la acabará asociando, en su halo vivaz y trunfalista, al “bien” encarnado por los mutantes del Profesor Xavier, así como a ciertos instantes de recogimiento, como bien pudiera serlo la tierna rendición a madera y cuerdas del “Skating On The Pond”.
Salvando las distancias, podríamos definir el álbum como una mezcla del Elfman vigoroso de antaño y del Beltrami antiheroico escuchado, por ejemplo, en “Hellboy”. Del primero toma esas repeticiones al metal tan características, así como ciertos devaneos en las cuerdas (recursos ambos muy claros, por ejemplo, en los segundos finales del ”The Battle of The Cure“), rememorando en algunos pasajes los tiempos del mítico “Batman”; mientras que de Beltrami asume ese halo decadente y oscuro, cuya traslación al pentagrama deviene en afortunadas disonancias y orquestaciones sombrías (particularmente reconocible es el uso incesante, por ejemplo, de percusiones metálicas). Esta mezcla, con la que podremos estar más o menos de acuerdo, da origen no obstante a un equilibrio armónico perfecto, convirtiendo en sumamente disfrutable la escucha aislada de los más de 60 minutos de música con los que nos obsequia esta vez Varése.
Pero lo mejor de todo es que Powell no se queda ahí, e imprime igualmente un sello propio al conjunto que va más allá de aquéllos leves (pero afortunados) clichés o referencias. Sobre todo en lo concerniente a los fragmentos introspectivos, que frente a las otras entregas se presentan más numerosos y abiertamente melódicos: tanto el ”Whirlpool of Love”, como el elegíaco y casi barryniano ”The Funeral”, ofrecen agradecidos respiros líricos a la agresividad del grueso del score.
Uno de los principales desaciertos de Michael Kamen fue el de perderse en la incidentalidad sin desarrollar un tema central reconocible, que se antojaba como absolutamente necesario. Algo que pulió en parte Ottman con aquél motivo nervioso a seis notas, pero que definitivamente corrige Powell con un main theme más elaborado y coherente con el espíritu del cómic (”Bathroom Titles”). Eso sí, alguno podría caer en el error de despreciar el tema por su indiscutible parecido rítmico con cierta fragmento del célebre ”Superman” de Williams; o también por su carácter de menos retentivo frente a otros del cine de superhéroes moderno.
Al respecto, no es ni el mejor de Powell ni el más inmediatamente reconocible de su filmografía, y curiosamente tampoco lo más virtuoso de la partitura; pero lo cierto es que se trata de un corte acertadísimo en lo referente a su adecuación con la trama.
Y teniendo en cuenta que estamos ante una obra muy alejada del acabado simpático y desenfado de encargos tipo “Chicken Run” o “Robots”, no sorprende en absoluto atender a su entrega total al sonido sinfónico. Si por algo destacaba tradicionalmente el inglés era por la tremenda habilidad para aunar electrónica y clasicismo sin que ninguno de los recursos “devorara” en exceso al otro. Aquí, sin embargo, opta por unas formas abiertamente orquestales (salvo leves sonoridades sintéticas únicamente aplicadas al ritmo) en las que cuenta con la inestimable ayuda de un coro femenino que aporta el justo grado de espectacularidad -algo en lo que sí coincide esta vez con el “X2” de Ottman-.
Los cortes eminentemente ambientales (”Examining Jean”, “Entering The House”) son escasos, siendo desplazados en la edición discográfica por la acción plena de adrenalina (”Cure Wars”, “Attack On Alcatraz”), en donde Powell despliega todo lo que tiene a su mano para estremecer y violentar al espectador acudiendo a la estridencia -en este caso, bien entendida-, además del ejemplar manejo de las transiciones rítmicas. Y lo que es más importante, todo ello se ve favorecido por unos arreglos gracias a los cuáles la partitura encuentra la puerta hacia ese sonido cristalino que salva la innegable sobrecarga orquestal ofrecida durante muchos minutos.
Por su calidad y trascendencia en el filme, no podría acabar la reseña sin hacer mención especial a los últimos tres cortes del compacto. Un cuarto de hora de auténtica explosión sinfónica, que arranca con el tremendo tour de force del ”The Battle of The Cure”, para proseguir con la atronadora progresión de los coros femeninos en “Phoenix Rises”, culminando finalmente en el deslumbrante popurrí de leitmotivs del ”The Last Stand”, brillantísimo epílogo que en su tono emotivo esconde la más que probable conclusión definitiva de la saga en su versión cinematográfica.
En resumen, creo que a fecha de hoy nadie puede dudar de que estamos ante uno de los tres o cuatro compositores más frescos e inspirados del panorama hollywoodense actual. Hecho corroborado por el fenomenal score de un John Powell en estado de gracia, llamado a convertirse en grande -si no lo es ya- a poco que siga trabajando en proyectos de primera línea. No se la pierdan, a riesgo de quedar marcados para siempre por las garras de Lobezno.
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