Miguel Ángel Ordóñez
Samuel Fuller pertenece a esa estirpe de directores que no han obtenido el reconocimiento debido sino muchos años después de estar en la brecha. Rescatado del ostracismo por los franceses de la nouvelle vague, en América, no dejaba de ser considerado un hábil cineasta capaz de sacar buen partido a un género, el de acción, con limitados presupuestos. Sin embargo, Fuller es mucho más que eso. Revolucionario en su capacidad de análisis del conflicto del individuo, tanto físico como psicológico, muchos de sus filmes han aportado una luz nueva y original, incluso atrevida, para servir como puntas de lanza para toda una generación posterior de cineastas. “Manos peligrosas” al cine negro, “40 pistolas” al western, “Corredor sin retorno” en su acercamiento a la locura, la obra maestra del cine antibélico (por encima de joyas como “Senderos de gloria” o “La cruz de hierro”), “Uno rojo: división de choque”, e incluso su particular mirada sobre el racismo con “Perro blanco”, son ejemplos suficientes del extraordinario legado que Fuller ha dejado a futuras generaciones de cinéfilos.
“La casa de bambú” es otra magnífica muestra del buen hacer de Fuller en el film noir. Pero el cine del de Massachussets suele traspasar los propios marcos de su género. Nada es lo que parece en una película de Sam. Tras la finalización de la II Guerra Mundial, el desastre de Hiroshima retumbaba aún en las conciencias americanas. Una pléyade de filmes buscaban expiar culpas mostrando, en la mayoría de ocasiones, la capacidad de perdón encarnada en la mujer nipona. Los deseos de control americano sobre Asia (Japón, a la que seguirían Corea y años mas tarde Vietnam), provocan la aparición de amores interraciales en “La mano izquierda de Dios”, “La colina del adiós”, “Sayonara” o “La casa de té de la luna de agosto”, que suavizan la presencia del invasor, su ánimo de interrelacionarse.
“House of Bamboo” ahonda en esta temática, separándose de las propias características del género negro al mostrar al bueno de la película (Robert Stack bajo la piel de Eddie Spannier), como un paleto brutal y sin modales frente al sofisticado y amable villano, interpretado por un magnífico Robert Ryan (como Sandy Dawson). Otros elementos, como la disimulada atracción homosexual que siente Sandy por Eddy, la lúcida visión del Japón de post-guerra ocupado por los americanos, así como la profunda disección de términos como el amor, la amistad y la traición a través del juego de miradas, convierten a “La casa de bambú” en un clásico de referencia, en un filme entre géneros, capaz de suscitar innumerables lecturas.
Leigh Harline había colaborado con Fuller para la Fox en “Manos peligrosas”, antes de ceder el testigo al propio jefe del departamento musical del Estudio, Alfred Newman, con “El diablo de las aguas turbias”. Requerido por Newman para componer el score de “La casa de bambú”, Harline centrará sus esfuerzos en desarrollar su indudable capacidad de melodista para entregarnos uno de los mejores temas de amor de la historia del cine. Sorprende, pues, la decisión de subrayar, por encima de cualquier otra consideración, la trama amorosa de la cinta, quedando la mayor parte de la violencia del filme en silencio, buscando potenciar la descarnada personalidad de los mafiosos, la brutalidad de sus actos frente al único resquicio de humanidad dentro de este mundo de hampa y falta de escrúpulos.
Pero antes de la aparición del personaje de Mariko (Shirley Yamaguchi), Harline sienta las bases de la violencia en la apertura de créditos, una salvaje línea descendente en las cuerdas, con apoyo en las trompas y trompetas, coincidiendo con el grito de una nativa tras el inicial asalto al tren (“Main Title”), marcados por un motivo de diez notas que se desarrolla como tema de la investigación policial que conduce a la policía sobre la pista de la banda de Dawson (“Investigation”, “River Front”) y que el compositor utiliza apoyado sobre ligeras orquestaciones étnicas para situar la historia, como parte de su concepción de música necesaria (“Arrival in Japan”).
Con la irrupción de Mariko, el score gira por completo hacia el lirismo. Harline desarrolla un bellísimo tema que emerge en “Mariko´s Story” y que obtendrá arrebatadoras rendiciones, dentro de las sutiles variaciones introducidas por Harline a lo largo de la partitura, en la espiritual “Night Scene” (donde Mariko decide proteger y cuidar de Eddy), la jovial y dulce “Breakfast and Bath” (mostrando a un vergonzoso Eddy, desnudo, ante Mariko) o la romántica, con sus estilizados violines, “Goodnight” (Eddy y Mariko finalmente muestran su amor). Como bonus tracks, Intrada incluye dos versiones vocales y una instrumental (bajo arreglos mas jazzísticos) de este magnífico tema, a la postre, punto de partida del arrebatador lirismo desarrollado por el propio Newman en “La colina del adiós”, realizada un año mas tarde. Tan satisfecho se sintió el jefe del departamento musical de la Fox, que incluyó el tema de amor en dicha película, como música diegética en el primer encuentro entre William Holden y Jennifer Jones.
Sin duda, “House of Bamboo” es una gran oportunidad para disfrutar de la clase de uno de los grandes melodistas de Hollywood, aquel que un día nos hizo creer que Pinocho haría sus sueños realidad bajo los acordes de una canción.
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