José-Vidal Rodriguez
Años antes de iniciar su prolongado retiro del celuloide, que a fecha de hoy continua, John Barry se involucró en 1993 en un proyecto cuya temática se ajustaba más que nunca a su peculiar y reconocible estilo de composición. Dirigida por el afamado guionista Bruce Joel Rubin, ”Mi Vida” es una lacrimógena historia sobre la muerte anunciada de Bob Jones (Michael Keaton), un agresivo ejecutivo al que se le detecta un cáncer terminal tan sólo días después de conocer la noticia de que su esposa Gail (Nicole Kidman) está embarazada de su primer hijo. La obsesión por preparar su muerte y por que el crío conozca a su padre aún después de fallecido, lleva al protagonista a coger la cámara de vídeo y filmar sus últimos meses de vida junto a los suyos, lo que servirá de excusa para ordenar los recuerdos de niñez e intentar expiar las culpas del pasado.
Ante tal argumento, no hace falta visionar la cinta para presumir al instante el tono dramático y elegíaco que “My Life” presenta en la mayor parte de sus planos. Rubin no escatima ni un ápice narrativo en pos de provocar la lágrima fácil en el espectador, aunque otra cosa es que lo logre. No obstante, toda esa intencionalidad sensiblera fue el marco propicio para que John Barry remontara temporalmente una carrera que iba cuesta abajo y sin frenos (como así confirmaron sus posteriores e irregulares encargos), agravada por una larga enfermedad que ha supuesto su abandono casi definitivo del ámbito cinematográfico (“Enigma”, escrita en 2001, es su más reciente proyecto). En tal sentido, muchos coinciden en señalar el presente álbum como uno de los últimos grandes trabajos del británico.
La impronta lírica de Barry, con ese estilo lineal, preciosista y tremendamente meloso, es la base fundamental de una partitura cautivadora, asentada en un tema principal bellísimo (”Main Title”) que vuelve a pecar no obstante de esa perpetua sensación barryniana de parecido armónico con otros tantos temas propios (“La Letra Escarlata”, por citar un ejemplo). Ello no es óbice para destacar las virtudes de una melodía tan arrebatadora como a la postre trascendental en el conjunto del score, cuyo acabado bucólico -evitando en todo momento lo trágico- queda francamente bien en el contexto de la cinta.
Barry utilizará el corte de manera constante, y por momentos excesiva; pero antes de que la partitura caiga en la monotonía, el autor consigue esta vez variaciones muy sugerentes de este main theme, como por ejemplo modificando su orquestación y dando preferencia al piano, para presentarlo como eficaz "Love Theme", evocador del cariño incondicional de la pareja protagonista; introduciendo la amplitud de las arpas en ”The Old Neighborhood”; o incluso acelerando el tempo para ofrecer una simpática sintonía circense en ”The Circus”.
A su lado y a modo de contrapunto, el músico escribe otro motivo que aúna los recuerdos de niñez de Bob con el futuro alumbramiento del bebé, en tono mucho más jovial y evocado por un sonido electrónico cuasi-carnavalesco (sí, han leído bien, Barry usando sintetizadores). Escuchado en ”A Childhood Wish” y “D-Day”, no es ni más ni menos que la forma de plasmar al pentagrama la esperanza ante esa nueva vida, en contraposición a la triste cadencia del tema principal, representativo de los últimos instantes de existencia de Bob. Pero no son éstas las únicas piezas en tono colorista que escucharemos. El ligero optimismo de ”I Used to Hide in There” se verá confirmado en ”Roller Coaster”, la música que cierra el filme, un instante de grandeza orquestal en la que los metales, apareciendo semi-épicos por primera vez en todo el score, enfatizan el viaje al más allá que Bob realiza en una montaña rusa.
Una muestra más de que Barry planificó la partitura con intencionalidades bastante más optimistas de lo que podía presagiar el argumento, aunque escriba un fragmento que claramente roza lo trágico, ”I´m Still in the Game”, con esas elegiacas cuerdas sustentadas por un leve ritmo a percusión que ofrecen el primer y único momento de tensa aflicción del álbum. Como hermoso cierre al score, el ”End Title” culmina en una maravillosa rendición de la melodía central, alargando sus frases y recreándose en unos acordes que adquieren, mediante esta estructura de suite final, el momento más arrebatador de todo el disco. Melódicamente intachable.
Así las cosas, si exceptuamos la mítica “Bailando con Lobos” o la hermosa "Cry The Beloved Country", “My Life” es por derecho propio la obra más atinada y sensible del Barry de los 90, un autor que ya desde hacía tiempo daba muestras del preocupante anquilosamiento en sus esquemas musicales. Lo que no quita para reconocer que, en este tipo de filmes sensibleros, el inglés encontraría su mejor modo de reivindicarse ante los aficionados.
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