Miguel Ángel Ordóñez
Los esfuerzos de David Schecter en la producción, Kathleen Mayne en la reconstrucción de scores y de Masatoshi Mitsumoto en la conducción de la Radio Symphony Orchestra of Slovakia, han dado como resultado en un intervalo de diez años, cinco ediciones, bajo el sello Monstrous Movie Music, de todo punto impecables. Con notas exhaustivas que aportan datos mas allá de lo imaginable, un sonido que busca la reproducción fiel de una cohorte de soundtracks realizados para series b de ciencia ficción de mitad de siglo pasado y que se aleja de las decimonónicas grabaciones para sala de conciertos, predominantes en muchos de los trabajos del dúo Stromberg-Morgan para Marco Polo (catálogo recogido por Naxos), el sello ha logrado situarse a la cabeza en cuanto a ediciones de calidad incuestionable, al margen del valor intrínseco de las composiciones recogidas.
Ahora, nos llega el cuarto volumen de la casa discográfica dedicado, en esta ocasión, a la figura del mítico diseñador de efectos visuales Ray Harryhausen, famoso por sus técnicas basadas en el stop-motion. Fruto de la unión de Merian C. Cooper y John Ford, a través de la compañía independiente creada por ellos, la Argosy Productions (con la que Ford produciría trabajos como “La legión invencible”, “Rio Grande” o “El hombre tranquilo”), el primero veía cumplido el sueño de revisitar uno de los mitos creados por él mismo en la década de los 30, “King Kong”, el del gorila gigante, buscando mejorar aspectos que le habían dejado insatisfecho en aquella ocasión. Bajo la dirección, de nuevo, de Ernest Schoedsack y con la distribución de la RKO, Cooper introdujo en “Mighty Joe Young” (1949) elementos de comedia y cambió el rol de su estrella principal por el de un simio de carácter agradable que acaba por convertirse en la mejor ayuda para el hombre en la lucha contra los obstáculos y amenazas que dispone la cinta. La bestia deja de ser el peligro, ahora los humanos representan el rol de villanos. Tanta obsesión por hacer desembocar la historia hacia un forzado happy ending, juega en contra de un filme agradable pero innecesario, que ni de lejos se acerca al precedente.
A pesar de que Cooper deseó tener al frente del apartado musical a Max Steiner, el contrato de éste con la Warner le obligó a acudir a uno de los artesanos de la RKO, el hábil y sólido Roy Webb, compositor de partituras tan magníficas como “La mujer pantera”, “Yo anduve con un Zombi”, “Encadenados” o “El gran Houdini”.
Éste nutre su paleta orquestal con cuerdas, un amplio ensamble de metales, clarinete, saxofón y tam-tams africanos, convirtiendo a “Mighty Joe Young” en una sucesión de pasajes mayoritariamente agresivos que rivalizan con fanfarrias, base del espectáculo de club nocturno en el que se ve inmerso Joe, momentos de ligera tonalidad cómica y algún que otro instante épico, a caballo entre los escenarios de la ciudad de la gran manzana y la exótica África.
Mientras el tema central, asociado a la figura del gran gorila, se expone de manera simple con un amenazador juego de siete notas que obtienen su respuesta en acordes mas graves (“Main Title”), la canción compuesta por Stephen Foster, “Beautiful Dreamer”, apela a su lado infantil e ingenuo, convirtiéndose en el verdadero epicentro del carácter dual del gorila, en el indudable protagonista de su personalidad real (“Baby Joe and Transition to New York”, “End Title”).
Los pasajes de acción se muestran efectivos con su abigarrada orquestación donde predomina un grandilocuente empleo de metales y un incisivo apoyo en las percusiones (“Joe and the Lion”, “Joe and the Ropers”, “Tragedy Averted Pt.2”), momentos en los que Webb se muestra más cercano a Steiner que a sí mismo. Pero, el momento más sorprendente de la edición se presenta con la rendición al “Beautiful Dreamer” en el corte 15 del disco, donde tras exponerse al piano y cuerda, el tema es imbuido por una feroz versión de la melodía central con predominio de percusiones para emerger, de nuevo, con una poderosa orquestación que cierra el tema, donde el propio Harryhausen se encarga de los címbalos, instrumento de percusión parecido a los platillos usados en su tiempo por griegos y romanos.
Producida por la Columbia, “A 20 millones de millas de la Tierra” (1957) es un ingenuo filme de serie B que centra su mirada en un peligroso alienígena venido de Venus que aterroriza a los habitantes de la idílica Italia. Con una filial dedicada a películas de bajo presupuesto, la Columbia solía destinar sus mejores compositores solo para afrontar los proyectos estrella del Estudio. Acudiendo a la librería musical, con temas genéricos utilizados en otros filmes y que se agrupaban por su contenido dramático o emocional, muchos de sus productos descuidaban el apartado sonoro. “20 Million Miles to Earth” es un ejemplo de estas prácticas, pudiéndonos encontrar con temas compuestos por Frederick Hollander para la comedia “Here comes Mr.Jordan”, de David Raksin para “City Without Men”, de Danielle Amfitheatroff para la comedia de corte político “Talk of the Town” o incluso de Max Steiner y su contribución al western con “The Violent Men”. Por encima de todos, el filme destaca, en su apartado de librería musical, por varias contribuciones a cargo de George Duning, con cortes originalmente compuestos para filmes como “The Man From Colorado”, “Storm Center” o “To the End of the Earth”.
Para dar unidad al conjunto y construir un tema central asociado al alienígena Ymir (ante las carencias en este terreno de la librería musical), la Columbia asignó la tarea al compositor ruso Mischa Bakaleinikoff. Con una carrera centrada en un Estudio para el que compuso y arregló mas de 200 scores, Bakaleinikoff se limita a edificar un rudimentario motivo de cuatro notas entregado a la marimba y el Novachord (un primitivo Hammond electrónico), presentado en el corte “Substance” y que apela mas a su enigmática figura venida del espacio exterior que a su cruenta personalidad. Junto a éste, Bakaleinikoff crea un tema mediterráneo para dos flautas, trompa, arpa y cuerda que sirve de localizador de la historia (“Sicily”, “Village”). El score, dentro de su limitado interés, se muestra sorprendentemente efectivo a pesar de su escasa unidad estilística.
Por último, el disco nos presenta una pequeña suite de “The Animal World” (1956), uno de los primeros documentales que produjo, escribió y dirigió Irwin Allen. Su principal colaborador, el polaco Paul Sawtell, construye una partitura elegante que combina música celestial y misteriosa, no exenta de angustia y terror, con el Novachord aportando ese sonido asociado al mundo desconocido, y donde el empleo de dos pianos y el uso de figuras como el staccato al metal, convierten la escucha en un viaje lleno de tensión y urgencia hipnótica.
Sin duda, los que adquieran esta edición se enfrentarán a una muestra única de aquellos scores compuestos de manera artesanal por grandes conocedores del medio, muy por encima de películas deudoras de un tiempo concreto, pero ante todo disfrutarán de una nueva obra maestra en el apartado de la edición a la que nos ha malacostumbrado Monstrous Movie Music.
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